Ahmad Páramo
Una recreación, una adaptación libre de la famosa obra de Juan Rulfo, inspirada en la diáspora de muerte que en estos días acecha la costa Europea.
Carlos Decker-Molina
Antes del suspiro final, mi madre -muerta en Idlib en
el último ataque con gas sarín- me apretó las manos y me susurró al oído: “Tu
padre vive en Lavrio, anda pues a buscarlo”. Y, yo le prometí que lo haría,
aunque no lo conocía. Balbuceó el nombre: “Ahmad Páramo se llama….”. Le apreté
las manos en señal de que lo haría. Yo era capaz de prometerle todo porque es
así como se enfrenta a la muerte, con promesas.
Luego fueron mis manos las que quedaron atrapadas entre
las suyas y me costó rescatarlas. “No le pidas nada -me dijo-. Exígele amor,
ese que a mí me lo dio a retacitos. Cóbraselo hijo”.
Y salí caminando por calles bombardeadas, campos sin
siembra, casas sin gente. En el camino, mi cabeza se volvió un jardín de
ilusiones con flores regadas por la esperanza.
Repetía el nombre de mi padre: “Ahmad Páramo, Ahmad
Páramo…”, y me decía a mí mismo: “vive en Lavrio”. No quería olvidar ese nombre
extraño. El solo decir su nombre me llenaba de coraje y hacía fácil la marcha.
Oculto en las sombras, pasé la frontera con Turquía y
me encontré con otro que también huía. Ambos escupíamos polvo y pisábamos
barro. Mi jardín de ilusiones se marchitó en tan largo viaje. Al principio nos
tuvimos miedo, ese miedo al desconocido, miedo al que está huyendo, ¿por qué?
¿Habrá matado?, ¿por eso huye?... O habrán matado a su familia y si no huye lo
matan a él. Me miró de reojo y me preguntó
- ¿Para dónde vas?
- A Lavrio -le dije-, en busca de mi padre que se
llama Ahmad Páramo.
El viajero se detuvo y mirándome sin mirarme me dijo
que él también es hijo de Ahmad Páramo y siguió caminando. Escuché que murmulló
algo así como campo santo, pero en griego.
- ¿Conoces Lavrio? ¿No? los griegos le llaman Sounio y
dicen que todos los que allí moran tienen mucho frío y tienen el alma seca. Otros
sostienen que es la mismísima boca del infierno y por eso tendrían que sufrir
de calor -dijo el extraño y adelantó rumbo a la playa.
Así, el otro hijo de Ahmad Páramo se perdió en la
bruma.
- ¿A dónde vas? Me dijo otra voz. No pude ver la cara
de quien hablaba. Era el balsero que nos llevaría a Lesbos y de allí a Lavrio a
buscar a Ahmad Páramo, mi padre, nuestro padre. Cuando se enteró, me informó
que allí todos se llaman lo mismo.
- Todos tienen el mismo padre y aunque no me creas,
tienen también la misma madre. Siria se llama la doña. -Y, me señaló el bote
lleno de gente.
- ¡Súbete ya!
- ¿Y, esto es un
bote? ¿No ves que es una tumba flotante? -le dije despacito para no
enojarlo.
- Si quieres
llegar hasta Lavrio, donde está tu padre Ahmad Páramo, arrímate a los muertos,
hasta podrás escuchar la voz de tu madre, pero primero me pagas.
Para qué íbamos a naufragar si ya todos estábamos sumergidos.
Después de muchas horas frías como la muerte, tragando agua salada, llegamos a
la otra orilla. Una mujer parecida a mi madre me dio la mano y me ayudó a
incorporarme. Tenía una voz aguosa cuando me dijo:
- Te ayudo porque soy madre
y conocí a la tuya. Ella me avisó que vendrías a buscar a tu padre Ahmad Páramo,
que ha sido también mi hombre.
Me llevó a una carpa anaranjada. “Espera que vendrán
por ti”, me dijo y se hundió en el mar que de azul oscuro pasó a ser negro como
la conciencia del que lanzó el gas para matarnos.
- Así es que
usted es el hijo de Ahmad Páramo.
- Sí, pero ¿cómo
lo sabe?
- Su madre me
avisó con una voz muy débil, como si hubiera tenido que atravesar una distancia
muy larga para llegar aquí a Lavrio
- Pero… mi madre
está muerta.
- Nosotros
también.
- Yo vengo a
buscar a mi padre Ahmad Páramo.
- Está ahí,
sigue caminando, lo encontraras oculto en la oscuridad de este lugar donde no
llega el sol ni la esperanza, que es lo último que muere con el cuerpo.
Caminé y caminé. Es el oficio de este siglo… soy
caminante eterno. Tardé, pero me di cuenta que se disipó el pueblo de Lavrio…
que desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
Decidí esperar el amanecer sentado en una piedra. Nunca
sabré si el sueño me inundó como el agua a mis pulmones, pero cuando abrí los ojos
estaba frente a Ahmad Páramo. Nunca había visto a mi padre, pero sabía que era
él. Se acercó, llegó hasta mí, tan cerca, que sentí su resuello. Cuando me iba
arropar con sus brazos gruesos, alcancé a decirle: “¡Nos gasificaron!” Al
escuchar, cayó de bruces, dio un golpe seco contra el fondo del mar y se fue
deshaciendo como si fuera un montón de arenita blanca. Me arrepiento de haber
abierto la boca. No pudo enterarse que soy su hijo, uno de ellos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario