Trilogía del agua (III). La creciente
Tercera y última entrega de esta serie de crónicas que Juan Pablo Piñeiro le dedicó al agua.
Juan
Pablo Piñeiro
En
Perú le dicen huaico al desborde de los ríos de la cordillera de los Andes. Ríos
que se llevan con toda su furia lo que van desprendiendo a su paso. Un huaico
pasa siempre impregnando desolación, y es obstinado como todas las fuerzas de
la naturaleza. Ahora mismo esta tragedia la están viviendo en Perú pero también
en el norte de La Paz.
El
golpe llega sin avisar y no tiene consideración alguna. Se lleva todo por
igual. La inundación del 19 de febrero de 2002 en nuestra ciudad no era otra
cosa que un desolador huaico con todas las de la ley. Setenta y cuatro personas
murieron sin haber presentido ese día, al salir de casa, que el granizo se los
cargaría. Casi nadie es capaz de imaginar cosas así.
Huaico
deriva de la palabra quechua way’qu
que significa quebrada. Por eso, solamente los ríos de las montañas pueden
convertirse en huaico. En Cobija, y en toda la floresta en general, el desborde
de los ríos es distinto. Primero llegan con velocidad, después de unos días la
corriente se detiene y el agua empieza a subir. Entonces un silencioso lago
crece segundo a segundo frente a nosotros y la única manera de saber si el agua
seguirá creciendo es marcando una vara para clavarla en la provisional orilla y
revisarla un par de horas más tarde.
Mi
padre vive hace casi 15 años en las orillas del río Acre, en plena frontera con
Brasil. He tenido la suerte de visitarlo y de vivir con él por muchas
temporadas. Estuve presente en la inundación de 2012 y llegué un par de días
después de la inundación de 2015, para tratar de ayudar. Acre viene de la
palabra Aquiry que significa “río de flechas” en lengua
yaminahua. Por ese mismo cauce, hace un siglo llegaban embarcaciones desde el
océano Atlántico atraídas por el auge de la goma. El río era profundo, ahora
no, ahora es pando y ancho, a raíz de la deforestación. Por eso se desborda
rápido y puede llegar a crecer 17 metros como en 2012 o 18 como en 2015.
La
parte antigua de Cobija está situada en una península en forma de “U” que está rodeada
por el Acre. Por eso cuando se inunda se encuentran todos los cauces y cubren
por completo esta parte de la ciudad. Lo difícil para cualquiera que se está
inundando de a poco es que nunca deja de aferrarse a la posibilidad de que el
río dejará de crecer antes de invadir su hogar. Entonces se queda, se queda lo
más que puede hasta que tiene que soltar la soga y dejar la casa. Es natural,
incluso, negarse a empacar las cosas. Casi todos empacan a último momento,
siempre tarde, porque es difícil imaginar que un río pueda crecer tanto.
La
casa de mi padre es muy modesta pero tiene un amplio jardín de árboles
frutales, pasando el jardín había antes un lugarcito desde donde se podía ver
con calma el río, cuya orilla estaba unos metros más abajo. Cuando empezó la
inundación de 2012 los primeros que se pusieron nerviosos fueron los animales.
Cada uno a su manera estaba presintiendo algo. Los loros, los monos y hasta las
culebras empezaron a moverse más de lo habitual. En ese momento el río no había
entrado al terreno pero se movía muy rápido, trayendo troncos desde otros
confines de la selva. Al día siguiente el lugarcito desde donde se podía ver el
Acre estaba bajo el agua. Entonces comenzó un día interminable con sus
respectivas noches. No nos quedaba otra que permanecer atentos mirando el río
para ver si seguía subiendo. Y así pasaron las horas. Como nunca había subido
tanto, todos esperaban que el río baje de un rato para el otro. Pero no bajaba,
subía.
La
primera noche llegó con la noticia de que por precaución se cortó la
electricidad. Entonces la espera se convirtió en algo distinto. A la luz de la
vela, solo se escuchaba el paso de las alimañas pululando en el inmenso lago
nocturno que devoraba de a poco la ciudad. Cuando amaneció de nuevo, la vara
que habíamos puesto estaba unos metros más allá de la orilla. No nos quedó otra
que empezar a subir los muebles arriba del techo y poner el refrigerador encima
de una mesa, sobre todo porque nos habíamos enterado de que Bolpebra estaba
bajo el agua y de que habían evacuado gente de algunos barrios de Cobija.
Muchas personas, especialmente los abuelitos, se negaban a salir de sus casas.
A algunos los tuvieron que sacar a la fuerza.
Ordenar
los libros que uno tiene siempre es gratificante aunque sea en situaciones tan
escabrosas. Así que mientras metíamos los libros en un cajón nos dimos el lujo
de leer el poema La creciente de
Octavio Campero Echazú. Nos regaló una risa compasiva porque nos hermanamos en
esa impotencia de perder lo que uno tiene. Encima el pobre chapaco confiesa en
el poema: “¡Agora ya nada / me queda en la vida! / Y como p’al pobre / las
penas no llegan solitas, / también se me aguaron las bodas / con la Primitiva”.
Y es que Primitiva le devuelve el aro después de la creciente. Y el chapaco en
vez de vengarse por el desaire, se queda “jaciendo rodar la sortija”.
Finalmente
sucedió lo inevitable y tuvimos que abandonar la casa. Estuvimos varios días en
un hotel de la parte alta a diferencia de muchas familias que tuvieron que
poblar canchas y colegios.
Cuando
el agua baja, viene lo peor. Y no por las arañas, víboras y bichos que uno se
encuentra sino por la lama maloliente que impregna el piso y las paredes. En
Cobija no hay alcantarillado y la mayoría de las casas utiliza pozos sépticos.
Cuando el río sube destruye los pozos y reparte la mierda por donde pasa. Esa
es la lama que queda pegada. Se la debe limpiar sin agua y sin electricidad.
Trabajamos entre varios y después de algunos días, la casa se parecía un poco a
la que era un par de semanas atrás. El terreno no. Parecía un campo de guerra.
Nunca nadie imaginó que algo así podía suceder. Por eso nadie se esperaba que
el río volviera a crecer de esa manera y sin embargo, en 2015 creció todavía
más.
Dicen
que las inundaciones son provocadas por el cambio climático y por unas represas
que están construyendo en Brasil. Al final, el problema del agua no es que
falte ni que sobre. Por lo menos eso pensé el día que volvimos a la casa
mientras tomaba una botella de agua que nos habían donado. Agua vital, propiedad
de la Coca Cola. El verdadero problema es otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario