Lenguas, vueltas y fracturas
A modo de recapitular su avance –esta columna mensual es un todo, naturalmente- el autor reivindica el constante retomar sobre lengua y poesía, poesía y lenguaje.
Juan
Cristóbal Mac Lean E.
Habíamos
terminado por preguntarnos sobre las lenguas, su profusión y su desaparición, su
aprendizaje o su olvido, tras antes habernos asomado, aunque muy de lejos, y en
relación sobre todo con la poesía, al romanticismo alemán primero, luego a la
lengua china (versión mandarín o la que corresponda), que también ignoramos
pero de cuyas particularidades hicimos el intento de percatarnos.
De
tal forma, habíamos llegado a inquietarnos sobre la singularidad de cada una
como visión de mundo, como filtro, amplificador, matizador o recortador de los
alcances, virtualidades y posibilidades del propio conocimiento y sin dejar de
inquietarnos, tampoco, sobre la existencia de alguna posible universalidad
oblicua a todas las hablas, sobre las posibilidades de la traducción y la
existencia de algún espacio intersticial entre los lenguajes.
Siguiendo
semejantes derroteros, habíamos acabado enterándonos de la desaparición de una
lengua, la de los atures del Orinoco y que ya solo un loro hablaba y que
Alexander von Humboldt procuró transcribir percibiendo, en los graznidos del
ave, palabras perdidas ya para siempre. Y luego nos habíamos topado con el
idioma piraha, también de la Amazonia sudamericana, para enterarnos de que esta
lengua es un caso extremo de la singularidad idiomática, hasta el punto de
cuestionar los postulados de ciertas lingüísticas.
En
este deambular entre las lenguas y que por momentos nos llevó por recodos tan
dispares, podría parecer que hubiéramos perdido el hilo o nos hubiéramos
alejado mucho de nuestra interrogación inicial, planteada hará unos 30 números
de estas entregas y de enunciación tan simple: ¿qué comprende la poesía? ¿Qué es
comprenderla? ¿Cuál es la comprensión poética, si tal hubiera? Las diversas
pistas que fuimos siguiendo en pos de esas respuestas nos llevaron incluso a
toparnos con textos exhumados, filólogos viajeros, rescoldos de lenguas muertas
o las “eternas” dudas y esperanzas planteadas por el tema de la traducción. Mas
por mucho que nos hayamos ido por inesperadas ramas, sabemos también que, al
interrogarnos y preguntarnos sobre hechos de lenguaje y traducción, no nos hemos
alejado un ápice de la poesía. ¿No es acaso en el lenguaje que ella se ejercita
y tiene lugar, no es el lenguaje, justamente, su principal campo de despliegue,
batalla y efectuación? Sin hablar de que también, en muchos poetas, ya sean Hölderlin
o Mallarmé, sea esencialmente el lenguaje el centro de su reflexión, su
política y su práctica poética. Un pensamiento del lenguaje es solidario, dice
Meschonic, de un pensamiento de la literatura. De tal manera, conviene que
avivemos nuestra atención hacia el lenguaje, conviene que aprendamos a asombrarnos
debidamente ante su solo hecho, tan indisociable de nuestro propio ser.
Por
otra parte, tampoco es que, para acercarse a la poesía, una reflexión deba
internarse en la lingüística, en la misma medida en que ningún poeta tiene que
leer a Saussure, así como ningún lector que goza de la poesía está forzado,
digamos, a conocerse antes la obra de Heidegger sobre Hölderlin. Sin embargo en
el campo de las aventuras intelectuales, y en gran parte debido a internet,
ahora cualquiera tiene al alcance de la mano gigantescas bibliotecas virtuales
en todos los órdenes. Paralelamente se vive, como nunca antes en la historia,
dentro de una “situación mundial” dentro de la que se está inmerso con una fuerza
y evidencia tales que antes solo estaban al alcance de los trenes de cercanías.
Encima
de ello y en la medida más o menos escasa que uno lo entiende y sobre todo
atendiendo lecturas de divulgación y similares, los mismos campos científicos y
técnicos no paran de cruzar umbrales inimaginables, mientras las teorías
conocen nuevos límites y formulaciones. Entre semejantes enjambres y yendo,
además, a gran velocidad, hoy resulta tanto más conveniente, e incluso
recomendable, disponer en alguna medida de las afiladas herramientas
cognoscitivas que se poseen.
Puestas
así las cosas, destaca una figura tan tajante e incluso radical como la de Henri
Mechonic y sus posiciones teóricas. Este soberbio poeta y traductor (nada menos
que de la Biblia) francés, produce paralelamente un constante debito teórico
que nunca deja de asombrar al mismo tiempo que a veces uno no sabe (por lo
menos yo), hasta dónde seguirlo en sus radicales afirmaciones.
Según
éstas, en todo caso y siguiendo una lista larga ocurre que lenguaje, política,
“historicidad”, poesía, vida y sociedad están inextricablemente ligados de una
forma tan radical que cualquiera de los campos afecta directamente a los otros.
Y, en tanto que poeta, el pensamiento de Meschonic gira sobre todo en torno al
lenguaje, exigiendo nuevas disposiciones: “Los pensadores del lenguaje,
aquellos que inventan un pensamiento del lenguaje, son de hecho artistas del
pensamiento, por la invención de una escucha que trasforma lo desconocido en
conocido, y lo que se creía conocido en desconocido, inventa rigores nuevos,
una historicidad nueva. En relación a ella, los formalismos son cientifismos.
Relleno. Medidas para tranquilizar” (en: https://mescho.hypotheses.org/tag/humboldt)
Con
tal talante, no es extraño que para Meschonic, Humboldt sea uno de esos
artistas del pensamiento y que no vacile en entonar una fuerte reivindicación
del gran personaje, cuyas reflexiones sobre el lenguaje (encontrables en inglés
en internet) rebasan con mucho el cajón en que a veces se lo quiso poner y dar
por liquidado. Entre otras cosas, para Meschonic, Humboldt “es sin duda el
primero, tal vez, en haber hecho una teoría del lenguaje que sea una
antropología”.
Asimismo,
él habría pensado en la continuidad entre la poesía y la prosa, “de la prosa
como de la poesía y que toda la tradición dualista esconde, porvenir
inexplorado de la poesía y la teoría”. Lástima que Meschonic no dice dónde ir a
buscar semejantes ideas en Humboldt. De cualquier forma, todo este rodeo
justifica una vez más la continuidad existente entre la pregunta por la poesía
y la pregunta por el lenguaje. El hecho de que se haya traído a colación el
cruce entre lingüística y antropología, finalmente, nos enfrenta
irremisiblemente y de hecho, ya, a una situación con ribetes lacerantes, y que
se da, inescapablemente, en un lugar como Bolivia, donde coexisten tres lenguas
mayores (castellano, aymara, quechua) y cierto número, a estas alturas no sé si
indeterminado, de lenguas “menores”, con varias de ellas abocadas a su
extinción -todas ellas en conflicto. De sus fricciones, campos limítrofes,
avances o retrocesos de unas lenguas sobre otras, fracturas, riesgos de
extinción o mezclas y averías, es algo de lo que no podemos escaparnos ni ignorar
dentro de estos contextos. Ya seguiremos con ello.
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