Ordenar un país desde su ficción
Un comentario sobre la Antología del cuento boliviano que Manuel Vargas preparó para la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia.
Mauricio
Murillo
Para
que una antología literaria sea efectiva y para que valga la pena su
publicación, el antologador debería evitar, por lo menos, dos objetivos:
primero, la intención de fijar un canon indiscutible o pensar que los textos
propuestos son lo que se debe leer y los que no están, los que no; segundo,
buscar que el volumen abarque todo sobre el género y que las puertas a “nuevos”
textos del pasado queden cerradas.
De
entrada, habrá que decir que Manuel Vargas, como antologador y autor del
estudio introductorio, no hace ninguna de las dos cosas en Antología del cuento boliviano, nuevo volumen de la Biblioteca del
Bicentenario de Bolivia. Él mismo lo plantea en el texto: esta no es la única
antología sobre cuento boliviano y no pretende ser la biblia sobre el género
(“toda antología no se cierra del todo”, dice Vargas). Así, este libro viene a
conversar, o discutir, con anteriores antologías y, además, por la envergadura
de su trabajo, se instaura como un territorio necesario dentro de la historia
del cuento boliviano.
Al
inicio del volumen, Vargas elabora una introducción justificando el libro y, a
la vez, explicando de manera rápida pero efectiva los límites y características
del género. Entonces, toda antología sobre el cuento deberá ser, también, una
reflexión sobre los elementos del género; en cada cuento que forme parte de
dicha antología debería estar la propia definición del género, sus límites, sus
características, sus rupturas. El objetivo principal, leemos en el Estudio introductorio,
no solo es que el lector lea desde el placer estético, sino mostrar, a partir
del género, la conformación de un país; es decir, analizar, lanzar hipótesis,
reflexionar sobre Bolivia y sobre el cuento que se elabora (en este sentido, el
primer concepto me parece mucho más abstracto e inasible que el segundo).
Si
bien Vargas hace referencia a la idea de que el cuento nace de la vocación
narradora de las culturas y del ser humano, en el índice deja de lado esta
concepción insuficiente para ofrecernos solamente el ordenamiento de textos
modernos. Este es uno de los mayores aciertos del contenido: hubiera estado
fuera de lugar, por ejemplo, insertar un relato de Arzáns. No porque este nuestro
autor fundacional no sea esencial o no escriba relatos, sino porque en su
escritura no encontramos cuentos (pensemos, de manera restrictiva, que el
cuento existe luego de Poe y Chejov). Entonces, meter todo en la misma bolsa
para representar un género literario en Bolivia, como se hizo con anteriores
proyectos, solo le quitaría calidad al trabajo, cosa que no sucede. Otro
acierto dentro del índice es que Vargas (junto con el comité asesor, del que
hablaré más adelante) no va por lo conocido/canónico/escolar, me refiero a que
muchas de las elecciones no pasan por la popularidad, sino por la calidad de
los textos. El mejor ejemplo es la elección de Ifigenia, el zorzal y la muerte de Óscar Cerruto, el mejor cuento
escrito en Bolivia.
Para
esta antología, cualquier cuento de Cerco
de penumbras podía haber sido seleccionado, pero Vargas no va por lo seguro
(El círculo o Los buitres). Esta reflexión es subjetiva, por supuesto, pero marca
la vocación del comité asesor del libro de insertar los “mejores” cuentos
bolivianos o, lo que es preferible, los que generan una experiencia lectora más
completa, válida y que interpela al lector. No lo marca Vargas en el Estudio introductorio,
pero el índice también privilegia los textos que mejor elaboran un mundo
ficcional, los que le dan un espacio a la ficción. Otro logro en la selección
de los cuentos es elegir relatos que se han escrito hasta el anterior año. Un
prejuicio en muchas selecciones implica que los textos literarios solo valen
por su antigüedad, lejanía o tradición. Algunos narradores bolivianos están
escribiendo actualmente grandes ejemplos del género.
Al
analizar rápidamente el índice puede decepcionar que Vargas se haya incluido en
la selección. Y no porque no lo merezca, es uno de nuestros mejores cuentistas,
sino porque un antologador que se antologa a sí mismo, que se inserta en la
historia con un puesto de privilegio, es como un niño que pide que lo miren
antes que a otros (pese a que la ausencia de El Con Caballo hubiera sido importante). Un antologador que se hace
parte de lo más importante que se ha escrito sobre un tema basándose solo en su
propia reflexión agota su texto en su propia visión. Pero esto no es lo que
hace Vargas. Su decisión se justifica porque est á el
comité asesor, conformado por Giovanna Rivero, Edmundo Paz Soldán y Adolfo
Cárdenas. Esta antología parte de un trabajo colectivo. Lo dice Vargas en el
Estudio: “es el producto de un trabajo colectivo”. Y este es otro de los
grandes logros de Antología del cuento
boliviano, partir de la idea que la literatura, sobre todo en el ámbito de
la interpretación y la lectura, no es el oficio de uno solo.
Imagino
que este volumen podrá recibir dos reproches o reclamos. 1. Que no hay incluido
ningún relato oral; esta afirmación estaría injustificada porque cuento y
relato oral son dos cosas distintas, ninguna es más importante que la otra, ni
culturalmente más relevante, sino que, repito, son cosas distintas. 2. Muchas
de las críticas que recaerán sobre el índice estarán conjugadas desde la
primera persona; esto quiere decir que muchos escritores reclamarán el hecho de
no estar antologados pese a sus grandes aportes realizados a la literatura
nacional. Esto suena un poco a lo dicho más arriba: cada afirmación que hable
del ombligo propio en literatura está fuera de lugar y es insostenible.
La
edición del libro es depurada. Se nota un muy buen trabajo al que aportan las
reseñas biográficas y los datos bibliográficos. Los hermosos dibujos de
interiores y de la portada (la más linda de la colección hasta ahora) son de
Alejandro Salazar y completan un libro que encontrará un lugar destacado en la
historia reciente de nuestras letras. Pese a la calidad dispareja de los textos
que siempre se encuentra en una antología (advertencia que hace Vargas en la
introducción) los cuentos de este volumen pueden redondear una idea de lo que
es el cuento y de lo que es este cuando se lo nomina boliviano.
Me
parece que a la BBB le hacen falta más libros de literatura, más libros de
ficción. Pese a esto, está demostrando ser un proyecto interesantísimo y muy
importante. La ficción, la literatura, es central para sobrevivir y entender la
realidad, para divertirnos pero también para entender algo más de nosotros y de
la absurda realidad. La Antología del
cuento boliviano, gracias al importante trabajo de Manuel Vargas Severiche
y de los cuentistas antologados, cumple
a cabalidad con esto.
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