domingo, 30 de abril de 2017

La pelusa que cae del ombligo

La obra narrativa de René Bascopé

Extractos de la Introducción que el autor escribió para Cuentos completos y otros escritos, de Bascopé, que en su segunda edición –aumentada y corregida- acaba de presentar La Mariposa Mundial.



Omar Rocha Velasco 

Habitante cabal del mundo y, especialmente, de la ciudad de La Paz, René Bascopé Aspiazu fue uno de los escritores bolivianos que ha ejercido con mayor derecho el oficio de “vivir para escribir la ciudad y escribir para vivir la ciudad”, si entendemos por ello a quien, como él, ha recorrido los vericuetos más recónditos de la ciudad de La Paz a través de la palabra.
Toda la narrativa de René Bascopé Aspiazu tiene un solo escenario: la ciudad de La Paz, y más todavía, los conventillos de la ciudad de La Paz. Cada uno de sus cuentos y cada una de sus novelas es la historia de lo que acontece en alguno de los cuartos de ese conventillo grande que es su obra misma, “era como si desde la distancia de su muerte viera la intimidad de los ventanales”. Una panorámica de la obra narrativa de Bascopé presenta la idea de un todo fragmentado, pequeños capítulos de una sola historia relacionada con la miseria, la muerte, el basural y la casa de citas. Cada “pieza” funciona como sinécdoque de una trama de la cual solo algunos detalles se dibujan para que el lector infiera su forma global.
Bascopé Aspiazu fusiona la escritura y la posibilidad de ser “artista” con la ciudad de La Paz. Él encontró una particular forma y un particular lugar de creación a partir de los caprichos de la ciudad misma. Esto lo vemos, por ejemplo, en el relato de su encuentro con el ciego Macario Lugones, este hombre, mendigo por convicción y profundamente artista, que causó movimiento e identificación en el espíritu acumulado de Bascopé, había alcanzado una apariencia que armonizaba con su ciudad, tenía el rostro habitado por la viruela, usaba lentes de carey envejecido y portaba un violín. Bascopé observa que Macario Lugones se pertenecía a sí mismo y a las plazuelas de Chijini, a sus callejuelas y al portal de la iglesia del Gran Poder. Bascopé encuentra un artista en Lugones, no solo por la pulsación del instrumento, sino por su armonía con la ciudad, por la mendicidad lograda -en este caso, la miseria no es algo que adviene sigilosamente y se apodera de la persona, es un estado elegido, construido pacientemente. Macario Lugones es parte de la ciudad, logra “engranar” con ella; con los lugares que habita y por eso es un artista.
La escritura para René Bascopé Aspiazu, por otro lado, está poblada de nostalgia, no solo como recuerdo o memoria, sino como posibilidad de prolongar infinitamente las plenitudes, una especie de detención arrancada al paso del tiempo. Y esta posibilidad de escribir desde la nostalgia, no es otra cosa que la mirada que el artista construye desde su espacio habitado. Así, la puerta de la iglesia es inseparable de la pulsación y la detención del tiempo, efectos, ambos, de la mirada nostálgica. […]
La ciudad de La Paz no solo es el escenario en el que se desarrollan las acciones de la narración, encarna en los personajes, se expresa en cada uno de ellos, su existencia subyace en la presencia contradictoria de cada habitante. Tomar a La Paz como escenario no significó para Bascopé describirla con gozo y sensualidad. Oblicuamente, su “enamoramiento” llega a los límites que acercan, de manera inequívoca, el erotismo con el horror y la muerte. Bascopé Aspiazu es un habitante del horror. Trabaja las grandes interdicciones humanas, el acto sexual y la muerte. La posibilidad de convertirse en cadáver, en carroña, es una prohibición, el acto sexual prefigura, imita esta prohibición y al mismo tiempo, en ese mismo movimiento, va en contra de la misma, por tanto nos acerca más a los caminos de la libertad. Mediante la descripción del horror y la miseria de los habitantes de la ciudad, se logra el mismo efecto. El horror es una visita a las entrañas de la ciudad. Un paseo por sus calles llenas de  ruido o de silencio, y de un “moho de sombras” que se adhiere a los huesos. Una visita que no discrimina bares ni alquiler de encantadoras prostitutas. Una mezcla con la fauna nocturna sin medir consecuencias, un trato con borrachos, mendigos, ayudantes, zapateros, homosexuales y buhoneros. […]
En las narraciones de Bascopé Aspiazu siempre está en juego una disolución de las formas constituidas. La sorpresa, casi poética, no está solo en la descripción de una realidad social que, estas narraciones, abandonan con el gesto de quien se despide de una Mamá Grande, matrona simbólica que tanto dio de mamar. Los cuentos del Basco, tienen una enorme flexibilidad para representar cosas distintas, contradictorias. Están aquellos de “la carencia”, que son cuentos realistas, escuetos, sumarios. Pero, al mismo tiempo, encontramos cuentos que representan exaltaciones, fruiciones, gozos, experiencias jubilosas en medio de la miseria, como en La noche de los turcos. En palabras de Carlos Fuentes, “la literatura dice lo que la historia encubre, olvida o mutila”. Acaso a ello se deba que la narrativa de Bascopé sea tan real como la realidad misma y, de pronto, va construyendo también nuestra realidad. […]
René Bascopé Aspiazu fue uno de los tantos intelectuales que vivió acontecimientos de gran impacto sociocultural en Bolivia. Le tocó la década de los setenta y parte de la del ochenta, es decir, nacimiento y decadencia de dictaduras militares. Fue víctima de la represión sangrienta de los reclamos populares, de la persecución ideológica, en fin, de las consecuencias funestas de esas dictaduras y el posterior surgimiento de un incipiente proceso democrático en 1982. Combinó la escritura con la participación política, matrimonio que, generalmente, no termina con historias felices. Desde muy joven resolvió el enigma fatal de los intelectuales, su lugar dentro de la sociedad.
Bascopé no marchó ni adelante, ni atrás, ni al lado, sino con la sociedad. Para Montaigne “el literato ha de vivir en un país libre o, si no, resignarse a ser un esclavo, temeroso siempre de que lo acusen ante su amo otros esclavos envidiosos…”. Como Montaigne, Bascopé no conoció la resignación, por eso ha luchado por lo primero.

La práctica política de Bascopé como intelectual ha sido quizás inevitable y allí fue protagonista de una historia larga. Su posición fue muy diferente al escepticismo en el que vivimos actualmente. Él vio la necesidad de actuar en el debate político en desmedro de sus propias funciones artístico-literarias. En todo caso, los fracasos no niegan la vocación política de este intelectual y, aunque no hay una forma ideal, también cultivó la duda. Por otro lado, uno de los personajes que Bascopé penetró hasta la médula fue Sísifo, estableció una analogía entre su eterno castigo y la labor del escritor, tomar la pluma una y otra vez, aunque la palabra no provoque efectos inmediatos, aunque el cambio no se avisore, aunque la función social de quien escribe no esté clara.

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