La obra narrativa de René Bascopé
Extractos de la Introducción que el autor escribió para Cuentos completos y otros escritos, de Bascopé, que en su segunda edición –aumentada y corregida- acaba de presentar La Mariposa Mundial.
Omar Rocha Velasco
Habitante cabal del mundo y, especialmente, de la ciudad de
La Paz, René Bascopé Aspiazu fue uno de los escritores bolivianos que ha
ejercido con mayor derecho el oficio de “vivir para escribir la ciudad y
escribir para vivir la ciudad”, si entendemos por ello a quien, como él, ha
recorrido los vericuetos más recónditos de la ciudad de La Paz a través de la
palabra.
Toda la narrativa de René Bascopé Aspiazu tiene un solo
escenario: la ciudad de La Paz, y más todavía, los conventillos de la ciudad de
La Paz. Cada uno de sus cuentos y cada una de sus novelas es la historia de lo
que acontece en alguno de los cuartos de ese conventillo grande que es su obra
misma, “era como si desde la distancia de su muerte viera la intimidad de los
ventanales”. Una panorámica de la obra narrativa de Bascopé presenta la idea de
un todo fragmentado, pequeños capítulos de una sola historia relacionada con la
miseria, la muerte, el basural y la casa de citas. Cada “pieza” funciona como
sinécdoque de una trama de la cual solo algunos detalles se dibujan para que el
lector infiera su forma global.
Bascopé Aspiazu fusiona la escritura y la posibilidad de ser
“artista” con la ciudad de La Paz. Él encontró una particular forma y un
particular lugar de creación a partir de los caprichos de la ciudad misma. Esto
lo vemos, por ejemplo, en el relato de su encuentro con el ciego Macario
Lugones, este hombre, mendigo por convicción y profundamente artista, que causó
movimiento e identificación en el espíritu acumulado de Bascopé, había
alcanzado una apariencia que armonizaba con su ciudad, tenía el rostro habitado
por la viruela, usaba lentes de carey envejecido y portaba un violín. Bascopé
observa que Macario Lugones se pertenecía a sí mismo y a las plazuelas de
Chijini, a sus callejuelas y al portal de la iglesia del Gran Poder. Bascopé encuentra
un artista en Lugones, no solo por la pulsación del instrumento, sino por su
armonía con la ciudad, por la mendicidad lograda -en este caso, la miseria no
es algo que adviene sigilosamente y se apodera de la persona, es un estado
elegido, construido pacientemente. Macario Lugones es parte de la ciudad, logra
“engranar” con ella; con los lugares que habita y por eso es un artista.
La escritura para René Bascopé Aspiazu, por otro lado, está
poblada de nostalgia, no solo como recuerdo o memoria, sino como posibilidad de
prolongar infinitamente las plenitudes, una especie de detención arrancada al
paso del tiempo. Y esta posibilidad de escribir desde la nostalgia, no es otra
cosa que la mirada que el artista construye desde su espacio habitado. Así, la
puerta de la iglesia es inseparable de la pulsación y la detención del tiempo,
efectos, ambos, de la mirada nostálgica. […]
La ciudad de La Paz no solo es el escenario en el que se
desarrollan las acciones de la narración, encarna en los personajes, se expresa
en cada uno de ellos, su existencia subyace en la presencia contradictoria de
cada habitante. Tomar a La Paz como escenario no significó para Bascopé
describirla con gozo y sensualidad. Oblicuamente, su “enamoramiento” llega a
los límites que acercan, de manera inequívoca, el erotismo con el horror y la
muerte. Bascopé Aspiazu es un habitante del horror. Trabaja las grandes
interdicciones humanas, el acto sexual y la muerte. La posibilidad de
convertirse en cadáver, en carroña, es una prohibición, el acto sexual
prefigura, imita esta prohibición y al mismo tiempo, en ese mismo movimiento,
va en contra de la misma, por tanto nos acerca más a los caminos de la
libertad. Mediante la descripción del horror y la miseria de los habitantes de
la ciudad, se logra el mismo efecto. El horror es una visita a las entrañas de
la ciudad. Un paseo por sus calles llenas de
ruido o de silencio, y de un “moho de sombras” que se adhiere a los
huesos. Una visita que no discrimina bares ni alquiler de encantadoras prostitutas.
Una mezcla con la fauna nocturna sin medir consecuencias, un trato con
borrachos, mendigos, ayudantes, zapateros, homosexuales y buhoneros. […]
En las narraciones de Bascopé Aspiazu siempre está en juego
una disolución de las formas constituidas. La sorpresa, casi poética, no está
solo en la descripción de una realidad social que, estas narraciones, abandonan
con el gesto de quien se despide de una Mamá Grande, matrona simbólica que
tanto dio de mamar. Los cuentos del Basco, tienen una enorme flexibilidad para
representar cosas distintas, contradictorias. Están aquellos de “la carencia”,
que son cuentos realistas, escuetos, sumarios. Pero, al mismo tiempo,
encontramos cuentos que representan exaltaciones, fruiciones, gozos,
experiencias jubilosas en medio de la miseria, como en La noche de los turcos. En palabras de Carlos Fuentes, “la
literatura dice lo que la historia encubre, olvida o mutila”. Acaso a ello se
deba que la narrativa de Bascopé sea tan real como la realidad misma y, de
pronto, va construyendo también nuestra realidad. […]
René Bascopé Aspiazu fue uno de los tantos intelectuales que
vivió acontecimientos de gran impacto sociocultural en Bolivia. Le tocó la
década de los setenta y parte de la del ochenta, es decir, nacimiento y
decadencia de dictaduras militares. Fue víctima de la represión sangrienta de
los reclamos populares, de la persecución ideológica, en fin, de las
consecuencias funestas de esas dictaduras y el posterior surgimiento de un
incipiente proceso democrático en 1982. Combinó la escritura con la
participación política, matrimonio que, generalmente, no termina con historias
felices. Desde muy joven resolvió el enigma fatal de los intelectuales, su
lugar dentro de la sociedad.
Bascopé no marchó ni adelante, ni atrás, ni al lado, sino con
la sociedad. Para Montaigne “el literato ha de vivir en un país libre o, si no,
resignarse a ser un esclavo, temeroso siempre de que lo acusen ante su amo
otros esclavos envidiosos…”. Como Montaigne, Bascopé no conoció la resignación,
por eso ha luchado por lo primero.
La práctica política de Bascopé como intelectual ha sido
quizás inevitable y allí fue protagonista de una historia larga. Su posición
fue muy diferente al escepticismo en el que vivimos actualmente. Él vio la
necesidad de actuar en el debate político en desmedro de sus propias funciones
artístico-literarias. En todo caso, los fracasos no niegan la vocación política
de este intelectual y, aunque no hay una forma ideal, también cultivó la duda.
Por otro lado, uno de los personajes que Bascopé penetró hasta la médula fue
Sísifo, estableció una analogía entre su eterno castigo y la labor del
escritor, tomar la pluma una y otra vez, aunque la palabra no provoque efectos
inmediatos, aunque el cambio no se avisore, aunque la función social de quien
escribe no esté clara.
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