Aires andinos
Una celebración de Eduardo Caba, según el autor de esta nota, uno de los mayores exponentes del talento musical boliviano.
Pablo Mendieta Paz
Bolivia está de fiesta. A un año más de su independencia es
oportuno insistir en una cualidad que todos los bolivianos conocemos y de la
cual nos sentimos hondamente orgullosos: nuestro territorio, obsequiado por la
generosa naturaleza, es uno de los más diversos y pródigos en artes naturales
y, como influencia de ellas, fértil en la creación de las artes móviles e
inmóviles de que hablaron en su tiempo los griegos.
Cada región del país es un mundo de arte fecundo e
inagotable, sin embargo, en esta nota nos abocaremos al suelo andino, y a la
vida y obra de uno de sus ilustres hijos.
Adelina Balsalía, cantante italiana de ópera, fue quien dio
las primeras lecciones de música a uno de los artistas bolivianos cuyo nombre
figura con letras mayúsculas en los anales de la historia de la música
universal.
Apercibida de la extraordinaria inclinación a la música que
manifestaba su hijo, el gran Eduardo Caba, Balsalía se entregó de lleno a la
enseñanza de quien sería uno de los artistas de mayor renombre en el propio
país y, como ya se ha dicho, en el extranjero, al extremo de que su música fue
y es aún interpretada en los más afamados eventos de difusión de obras de
compositores latinoamericanos en Europa y Estados Unidos.
Nacido en Potosí en 1890, Eduardo Caba, imbuido desde muy
temprano de la escuela típicamente boliviana que lenta y ordenadamente se
hallaba en camino de consolidarse como una corriente estilística de abundante
valor estético, y que hallaría en Simeón Roncal, Humberto Viscarra Monje, José
María Velasco Maidana, Antonio Gonzales Bravo, entre otros, a sus máximos
exponentes, impulsó con notable poder evocador y espíritu creativo nuestro
inagotable potencial folklórico pleno de telurismo.
Formado en Buenos Aires por maestros de armonía y contrapunto
de la talla de Eduardo Melgar y Felipe Boero, respectivamente, y favorecido
posteriormente por una beca concedida por ley especial del Congreso, partió
luego a España con una valija plena de partituras juveniles a estudiar hasta
1927 con los maestros Joaquín Turina (antiguo alumno de la afamada Schola
Cantorum) y Bartolomé Pérez Casas, de quien recibiría el mayor estímulo que
influiría de manera decisiva en su carrera como compositor.
Si bien ese ascendiente de la música europea, vertiente de
soplos de romanticismo artístico del Viejo Continente, fue de elocuente
trascendencia para su crecimiento como compositor, tuvo Caba no solo la virtud
de cultivarlo vivamente, sino de practicar con la mira puesta en el
perfeccionamiento de la aludida línea nativa, culta, popular y nacional que en
el transcurso de la primera mitad del siglo XX halló fortalecimiento en el
exuberante conjunto de tradiciones, creencias y costumbres andinas, siempre
animado por el propósito de estructurar un nacionalismo musical que abriera
perspectivas ilimitadas en la creación artística.
De España regresó a Buenos Aires, capital de un mundo
musical ilimitado y pródigo que le permitió amplificar aún más sus dotes de
compositor y músico polifacético. Su variada condición o, por mejor decir, sus
múltiples aptitudes fueron determinantes para codearse con lo más conspicuo del
arte porteño y, por consiguiente, proseguir un camino de permanente aprendizaje
que alcanzó tal punto de madurez que hacia fines de 1942 el Gobierno lo invitó
a dirigir el Conservatorio Nacional de Música y Declamación de La Paz. Ese
mismo año, de modo simultáneo, concluyó la creación de sus Aires indios, obra de alcance trascendental.
A propósito de ella, los reconocidos músicos Mariana Alandia
y Javier Parrado, luego de un prolijo y tenaz trabajo de recopilación y
adaptación, y favorecida la tarea por el mecenazgo de la artista boliviana
Teresa Rivera de Stahlie y de su esposo Jan Stahlie, publicaron hace unos meses
este valioso material creativo escrito para piano, el mismo que ha sido puesto
en custodia, como patrimonio histórico, en el Archivo Cultural del Banco
Central de Bolivia.
Entusiasmado por esta significativa labor, hace unos días en
el auditorio de Entel, el afamado concertista en guitarra, Marcos Puña, un
boliviano que ha paseado su arte por un considerable número de escenarios
mundiales, presentó una exquisita y trabajosa transcripción para guitarra de
los diez Aires indios.
En una magnífica exposición, y en señalamiento de
espléndidos matices tímbricos, el maestro Puña, así como de igual manera lo
hizo el concertista Óscar Peñafiel, que interpretó dos de las piezas,
exhibieron asombrosa destreza en sus manos izquierdas y precisión rigurosa en
la pulsación de las cuerdas, efectos estos que fortalecieron vivamente el
esforzado trabajo de transcripción materializado por Puña, el mismo que
robustece aún más la obra de Eduardo Caba. .
Ya en cuanto a la obra misma de este creador, cabe hacer
notar que a la conclusión del trabajo compositivo de los Aires indios, algunos de ellos fueron estrenados en Washington en
1942. Al término de la presentación, un público deslumbrado por la vaporosa
música andina aclamó de pie por largos minutos al compositor, de quien la
crítica especializada afirmaría que se trataba de un músico superior que se
unía a una pléyade de artistas latinoamericanos de alcance mundial capaces de
contribuir al universo de la música con obras de bella y profunda concepción.
A tal punto conmovió su producción que Aarond Copland, a la
sazón todo un artífice musical, un trabajador de material rítmico, armónico y
melódico absolutamente afianzado en el mundo, aseveró que la música de Eduardo
Caba revelaba “una prestancia de buen tono, expresiva e inspiradora”.
El análisis de la música de Caba evidencia técnicamente la
exposición de un lenguaje basado en escalas pentatónicas (es decir, la sucesión
de cinco sonidos o notas muy propias de la música andina), o bien modales
(reglas compositivas de melodías vocales, pero también instrumentales,
empleadas en los sistemas musicales antiguos), cuyos trazos solemnes en ambos
son evocadores de una concentración de recursos sonoros privativos del ande
boliviano. Aunque la estructura y la textura de la obra de Caba responden a
formas complejas cuyo detalle no corresponde explicar en esta nota, sin duda
que se halla en ella una perfección creadora exquisita, incomparable y rica en
estilización de la música nativa.
Prueba de ello son, precisamente, los magníficos Aires indios, el ballet Kollana, la pantomima Potosí, el Poema de la quena y el Poema
del charango (ambas producciones escritas para orquesta), o el Canto a la ciudad de La Paz, compuesto
con motivo del Cuarto Centenario.
En toda su vasta producción es posible apreciar una valiosa
y honda concepción estética que rebasa lo meramente fácil para adentrarse a un
dominio absoluto de tecnicismo y profunda alma musical -en especial por los Aires indios-, cuya vitalidad
desbordante en creatividad hacen de Eduardo Caba el paradigma del músico mayor.
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