domingo, 7 de agosto de 2016

Staccato

Aires andinos

Una celebración de Eduardo Caba, según el autor de esta nota, uno de los mayores exponentes del talento musical boliviano.




Pablo Mendieta Paz

Bolivia está de fiesta. A un año más de su independencia es oportuno insistir en una cualidad que todos los bolivianos conocemos y de la cual nos sentimos hondamente orgullosos: nuestro territorio, obsequiado por la generosa naturaleza, es uno de los más diversos y pródigos en artes naturales y, como influencia de ellas, fértil en la creación de las artes móviles e inmóviles de que hablaron en su tiempo los griegos.
Cada región del país es un mundo de arte fecundo e inagotable, sin embargo, en esta nota nos abocaremos al suelo andino, y a la vida y obra de uno de sus ilustres hijos.
Adelina Balsalía, cantante italiana de ópera, fue quien dio las primeras lecciones de música a uno de los artistas bolivianos cuyo nombre figura con letras mayúsculas en los anales de la historia de la música universal.
Apercibida de la extraordinaria inclinación a la música que manifestaba su hijo, el gran Eduardo Caba, Balsalía se entregó de lleno a la enseñanza de quien sería uno de los artistas de mayor renombre en el propio país y, como ya se ha dicho, en el extranjero, al extremo de que su música fue y es aún interpretada en los más afamados eventos de difusión de obras de compositores latinoamericanos en Europa y Estados Unidos.
Nacido en Potosí en 1890, Eduardo Caba, imbuido desde muy temprano de la escuela típicamente boliviana que lenta y ordenadamente se hallaba en camino de consolidarse como una corriente estilística de abundante valor estético, y que hallaría en Simeón Roncal, Humberto Viscarra Monje, José María Velasco Maidana, Antonio Gonzales Bravo, entre otros, a sus máximos exponentes, impulsó con notable poder evocador y espíritu creativo nuestro inagotable potencial folklórico pleno de telurismo.
Formado en Buenos Aires por maestros de armonía y contrapunto de la talla de Eduardo Melgar y Felipe Boero, respectivamente, y favorecido posteriormente por una beca concedida por ley especial del Congreso, partió luego a España con una valija plena de partituras juveniles a estudiar hasta 1927 con los maestros Joaquín Turina (antiguo alumno de la afamada Schola Cantorum) y Bartolomé Pérez Casas, de quien recibiría el mayor estímulo que influiría de manera decisiva en su carrera como compositor.
Si bien ese ascendiente de la música europea, vertiente de soplos de romanticismo artístico del Viejo Continente, fue de elocuente trascendencia para su crecimiento como compositor, tuvo Caba no solo la virtud de cultivarlo vivamente, sino de practicar con la mira puesta en el perfeccionamiento de la aludida línea nativa, culta, popular y nacional que en el transcurso de la primera mitad del siglo XX halló fortalecimiento en el exuberante conjunto de tradiciones, creencias y costumbres andinas, siempre animado por el propósito de estructurar un nacionalismo musical que abriera perspectivas ilimitadas en la creación artística.
De España regresó a Buenos Aires, capital de un mundo musical ilimitado y pródigo que le permitió amplificar aún más sus dotes de compositor y músico polifacético. Su variada condición o, por mejor decir, sus múltiples aptitudes fueron determinantes para codearse con lo más conspicuo del arte porteño y, por consiguiente, proseguir un camino de permanente aprendizaje que alcanzó tal punto de madurez que hacia fines de 1942 el Gobierno lo invitó a dirigir el Conservatorio Nacional de Música y Declamación de La Paz. Ese mismo año, de modo simultáneo, concluyó la creación de sus Aires indios, obra de alcance trascendental.
A propósito de ella, los reconocidos músicos Mariana Alandia y Javier Parrado, luego de un prolijo y tenaz trabajo de recopilación y adaptación, y favorecida la tarea por el mecenazgo de la artista boliviana Teresa Rivera de Stahlie y de su esposo Jan Stahlie, publicaron hace unos meses este valioso material creativo escrito para piano, el mismo que ha sido puesto en custodia, como patrimonio histórico, en el Archivo Cultural del Banco Central de Bolivia.
Entusiasmado por esta significativa labor, hace unos días en el auditorio de Entel, el afamado concertista en guitarra, Marcos Puña, un boliviano que ha paseado su arte por un considerable número de escenarios mundiales, presentó una exquisita y trabajosa transcripción para guitarra de los diez Aires indios.
En una magnífica exposición, y en señalamiento de espléndidos matices tímbricos, el maestro Puña, así como de igual manera lo hizo el concertista Óscar Peñafiel, que interpretó dos de las piezas, exhibieron asombrosa destreza en sus manos izquierdas y precisión rigurosa en la pulsación de las cuerdas, efectos estos que fortalecieron vivamente el esforzado trabajo de transcripción materializado por Puña, el mismo que robustece aún más la obra de Eduardo Caba.            .
Ya en cuanto a la obra misma de este creador, cabe hacer notar que a la conclusión del trabajo compositivo de los Aires indios, algunos de ellos fueron estrenados en Washington en 1942. Al término de la presentación, un público deslumbrado por la vaporosa música andina aclamó de pie por largos minutos al compositor, de quien la crítica especializada afirmaría que se trataba de un músico superior que se unía a una pléyade de artistas latinoamericanos de alcance mundial capaces de contribuir al universo de la música con obras de bella y profunda concepción.
A tal punto conmovió su producción que Aarond Copland, a la sazón todo un artífice musical, un trabajador de material rítmico, armónico y melódico absolutamente afianzado en el mundo, aseveró que la música de Eduardo Caba revelaba “una prestancia de buen tono, expresiva e inspiradora”.
El análisis de la música de Caba evidencia técnicamente la exposición de un lenguaje basado en escalas pentatónicas (es decir, la sucesión de cinco sonidos o notas muy propias de la música andina), o bien modales (reglas compositivas de melodías vocales, pero también instrumentales, empleadas en los sistemas musicales antiguos), cuyos trazos solemnes en ambos son evocadores de una concentración de recursos sonoros privativos del ande boliviano. Aunque la estructura y la textura de la obra de Caba responden a formas complejas cuyo detalle no corresponde explicar en esta nota, sin duda que se halla en ella una perfección creadora exquisita, incomparable y rica en estilización de la música nativa.
Prueba de ello son, precisamente, los magníficos Aires indios, el ballet Kollana, la pantomima Potosí, el Poema de la quena y el Poema del charango (ambas producciones escritas para orquesta), o el Canto a la ciudad de La Paz, compuesto con motivo del Cuarto Centenario.

En toda su vasta producción es posible apreciar una valiosa y honda concepción estética que rebasa lo meramente fácil para adentrarse a un dominio absoluto de tecnicismo y profunda alma musical -en especial por los Aires indios-, cuya vitalidad desbordante en creatividad hacen de Eduardo Caba el paradigma del músico mayor.

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