lunes, 22 de agosto de 2016

Artículo

Breve recuerdo de una publicación

El autor relata su experiencia junto a Jaime Saenz en los meses previos a la publicación de Felipe Delgado.

 
Las galeras de "Felipe Delgado", con anotaciones de Jaime Saenz. 
Leonardo García Pabón

Como se sabe, la publicación de Felipe Delgado fue una de las odiseas en la vida editorial de Jaime Saenz. Desavenencias con la primera editorial elegida (Difusión) dejaron la edición de la novela en suspenso por un largo tiempo.
Hacia 1978, los dirigentes de la Carrera de Literatura de la UMSA (Rubén Vargas, Alba María Paz Soldán, otra estudiante cuyo nombre se me escapa y yo) y con el apoyo de Blanca Wiethüchter que era jefa de la carrera, invitamos a Jaime a volver a dar clases. Ahí comenzó nuestra amistad que duró hasta su muerte en 1986.
Como también se sabe, los amigos de Jaime se reunían con él en su casa, en el cuarto llamado “Talleres Krupp”, generalmente a partir de las 8 de la noche. En esas entrañables reuniones se hablaba de todo, se leía textos, se escuchaba música, se jugaba cacho (¡cómo no!), se hablaba de uno y mil temas. Y también se planeaban las formas de editar los textos de Saenz. Así, por ejemplo, se hizo realidad la publicación de los poemas de Al pasar un cometa, con la colaboración de algunos de nosotros.
Justamente en esa época se dio la posibilidad de concretar la publicación de Felipe Delgado. No recuerdo exactamente si fue la imprenta de la UMSA, o del Sistema Universitario Nacional, bajo la dirección de Ballón, la que se encargó de terminar la edición de la novela.
Una vez confirmado el contrato de edición, había que instalar un equipo de corrección de pruebas para las más de 600 páginas del texto. Muchos de sus amigos nos ofrecimos de voluntarios para este trabajo, y así pasamos varias noches en los “Talleres Krupp” corrigiendo las pruebas de galera (en esa época los libros se hacían todavía en imprentas de linotipo, y las pruebas de la transcripción del texto salían en largos rollos de papel, las llamadas galeras) y después las pruebas de página, es decir, del diseño de cada página y del libro.
Quizás los más asiduos colaboradores de este trabajo de corrección fueron Silvia Mercedes Ávila y su esposo Guido Orías Luna. A Jaime le gustaba llamar a Silvia, “ojo de águila”, por su habilidad para encontrar errores en el texto.
Un detalle interesante fue la elección del texto para la solapa. Jaime tenía un texto escrito por un amigo poeta. Lo leímos una noche en que nos acompañaba Cachín Antezana. El texto era desmesuradamente elogioso, y comparaba la novela de Saenz con el Quijote de Cervantes. A mí me pareció, por lo exagerado, poco apropiado. Así lo dije y, contra mis previsiones, a Jaime (no siempre ecuánime o racional en sus decisiones) le pareció que yo tenía razón. Descartó el texto inicial y le pidió a Cachín que escriba el texto que se incluyó en esta primera edición de la novela.
Para mí personalmente, esta fue una experiencia de aprendizaje editorial. Jaime era un editor avezado, habiendo publicado él mismo todos sus libros. Aprendí, por ejemplo, todas las convenciones para indicar errores como acentos, sangrados, separar o unir párrafos. También aprendí que Jaime tenía algunas formas propias de ortografía y de usar comas y puntos. Pero quizás el más importante aprendizaje fue la experiencia del amor y cuidado con que trataba sus textos, lo que mostraba claramente su profunda entrega a su quehacer literario. Aquí adquiría pleno sentido, aquello de que su obra era más que su vida.


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