martes, 30 de agosto de 2016

Ficción

Cebolla problema

Reproducimos el primer relato del libro de cuentos Caja de zapatos, de Isabel Suárez, el debut de la editorial Sobras selectas, que se presentará el 2 de septiembre en el Centro Cultural de España en La Paz.



Isabel Suárez 

Sos una cebolla, una blanca. Yacés en el mesón de la cocina, rodeada de desorden y sumergida en la fría oscuridad, pero tranquila.
Encienden la luz. El gordo entra en la cocina y se dirige a la heladera, saca el pan molde, el táper con jamón y queso, y un tomate. A este lo conocés, lo viste cuando llegó del supermercado y ya lleva una semana viviendo en la heladera. Por alguna razón no te cae bien. Será porque es demasiado rojo, demasiado redondo, brillante... No. Solo sos una cebolla racista.
El gordo saca un gran cuchillo. Pone dos panes en el mesón y cubre uno con dos lonjas de jamón y abundante mayonesa. Qué gordo goloso, pensás. Agarra el tomate con una mano y el cuchillo con la otra. Toma impulso. Levanta la muñeca derecha y la deja caer con fuerza. La piel del tomate se abre y su jugo se derrama, rojo ardiente. Caen dos lonjas sangrantes en el mesón y el resto queda como un corazón abandonado, partido en dos. Qué desagradable. Podés ver hasta sus pepitas.
El gordo vuelve a la heladera y saca una cabeza de lechuga, esa vieja mustia. Le arranca unos pedazos y los lava antes de colocarlos sobre el jamón. Al menos ella no hizo tanto escándalo.
Pero ahora te mira a vos y se acerca, cuchillo en mano, decidido a cortarte y convertirte en sándwich. El momento ha llegado. Vas a cumplir tu cometido: ser alimento. Desde que fuiste un pequeño cebollín tus padres te inculcaron obediencia y estoicismo, recalcando que quedaras quietecita cuando por fin fueras a ser comida, pero no te sentís lista, querés hacer muchas cosas y te destroza la idea de perecer entre dos panes con tus antipáticos compañeros de cocina.
No hay tiempo para pensar, el corte fatal es inminente. El gordo levanta el cuchillo y solo se te ocurre morder la mano que te sostiene, con todas tus fuerzas.
El gordo empieza a chillar despavorido y echa a correr por todo su departamento como puerquito espantado. Vos también tenés que correr. Ahora sos una rebelde, una prófuga de la ley natural.
Brincás hacia la ventana, jadeando y, antes de lanzarte, agradecés a dios estar en un departamento de planta baja. Tu ropaje queda sucio y tu cuerpo abollado, adolorido, pero debés seguir saltando.
De las sombras aparece un gato acechante que ya debió confundirte con un ratón. No hay tiempo que perder. Le escupís ácido en los ojos y seguís saltando a toda prisa, hasta llegar al patio del vecino. Te sentís a salvo.
El hombre que vive ahí tiene un labrador y acostumbra jugar a la pelota con él todas las noches. Sucede demasiado rápido, no lo podés evitar: vas saltando y de pronto el perro, torpe, daltónico, te atrapa con toda la fuerza de sus fauces.
Te suelta al instante, perturbado por tu sabor, pero ya te pegó una buena mordida.
Quedás ahí, herida, pero viva aún. El hombre se acerca más tarde en busca de la pelota y se sorprende al encontrarte. Te mira desconcertado por unos segundos, luego aleja su rostro y te patea con indiferencia. Se va, dejándote ahí, sola.
La reacción de este vil humano te hace pensar. Un hombre no patea con desprecio a una cebolla. El hombre necesita la cebolla, la busca, paga por ella, se aguanta el ardor, las lágrimas al cortarla y luego disfruta comiéndosela.
Sin embargo vos, cebolla rebelde con aspiraciones más grandes que la de ser cena rápida, yacés en la tierra de un patio extraño.
Contemplás la inmensidad del cielo. Las estrellas parecen brillar más en la última noche de tus ojos. La sonrisa de la luna te hace sentir que valió la pena.
Cuando salga el sol, la potencia de sus rayos te secará y el calor descompondrá tu cuerpo en pocas horas.

Serás tierra de la tierra y alimento del polvo, todo, mientras el gordo, dopado hasta la idiotez, se desahoga con el psiquiatra que le ayuda a perder el miedo a consumir a tus semejantes, siempre dispuestas a quedarse quietas.

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