domingo, 14 de agosto de 2016

Lector al sol

La experiencia formativa


Reseña del último y premiado libro de relatos del escritor chileno Antonio Díaz Oliva.



Sebastián Antezana

La experiencia formativa (2016) es el último libro del escritor chileno Antonio Díaz Oliva (1985), una colección de relatos publicada por Neón y que en 2015 se llevó el reconocimiento a Mejor Obra Inédita en la categoría cuentos del Consejo de la Cultura y las Artes del vecino país.
Se trata de un libro breve compuesto -en esta edición- por cuatro historias que, a grandes rasgos, pueden dividirse en dos: por un lado, la primera historia, que le da título al libro y ocurre en el interior de Chile y, por otro, los tres relatos siguientes, que ocurren todos en Nueva York y tienen una óptica bastante diferente. Todos los cuentos, fuera de eso, están narrados en primera persona, siempre es un yo –distinto- el que cuenta las historias porque es un yo –distinto- el que atraviesa por esas experiencias formativas, esa especie de crecimiento a contrapelo, que son los relatos de Díaz Oliva.
La experiencia formativa, así, cuento que inaugura el libro, es una historia de apariencia simple aunque deja entrever un trasfondo complejo que se ha hecho ya marca registrada de buena parte de la literatura chilena contemporánea: la dictadura militar, a la que, en este relato, sucede un cambio de paradigma que se cruza con la primera educación y pronta madurez del personaje principal, un adolescente enclavado en una colonia hippie del interior (“hippie a la chilena, que no es lo mismo que los hippies gringos o europeos”) que mantiene una serie de reglas casi menonitas -cuando cumplen los diecisiete, los chicos dejan la protección de la colonia y van por un año a Santiago, la gran ciudad- y que, pese a lo que se podría pensar, mantiene relaciones cercanas con las fuerzas militares encargadas del país.
Con un lenguaje parco y más bien descriptivo, poco dado al circunloquio o al impulso ornamental, aunque sí algo cargado -que no sobrecargado- de chilenismos, esta primera historia nos comienza a mostrar algo de la tónica del libro: la construcción de distintas esferas melancólicas no exentas de humor ni de una mirada crítica -a momentos frontalmente crítica- de los distintos sistemas y coordenadas que sostienen a los personajes.
El segundo cuento, Yo prefiero a mi mami, marca un cambio. A partir de este punto el libro deja Chile como escenario de acción -mas no como motor de la memoria y vínculo con el pasado- y se concentra en Estados Unidos, específicamente en el mundillo latino de Nueva York.
Esta es la historia de un ex fisiculturista y ex aeromozo que termina enrolado en el “Programa de Escritura Curativa” –PEC- de una universidad en una ciudad estadounidense no nombrada -pero que a todas luces es una parodia o reconstrucción desplazada del programa de escritura creativa de NYU-, programa diseñado para gente que, habiendo fracasado en sus primeras inclinaciones, se dedica a estudiar escritura creativa como una forma de encontrar una segunda oportunidad, una manera de curarse (“Somos gente muy dañada. ¿Hay forma de curar nuestro fracaso?”).
El PEC es un programa en el que los profesores son arquetipos paródicos y en el que el narrador tiene como una de sus principales tareas escribirle largas cartas a su madre -su “mami”- en las que le cuenta la verdad de su situación. Se trata, así, de un relato humorístico y a momentos enternecedor, narrado desde la distancia o la extrañeza -una distancia o una extrañeza que se agradecen- que una vida pasada en el gimnasio le da a un novel escritor. Así, aunque de un modo distinto a como ocurre en el primer relato, esta es la historia de un rito de iniciación, una experiencia formativa -¿o deformativa?- que asegura, imitando el gesto mayor de este libro hecho con retazos inteligentes y que reniega de la lógica lineal, que “la única forma de contar nuestras experiencias de fracaso es evitando la trama”.   
El tercer relato, Animalitos que fumé para salir de la depresión, cuenta la historia de una especie de detective narrativo dedicado a investigar los suicidios de alumnos de universidades estadounidenses de élite -Ivy League y otras similares- y a darles a los familiares del suicida (“padres quienes, el día en que los veían partir rumbo a su experiencia universitaria, perdían el control sobre las vidas de sus hijos”) una idea más profunda de quién fue (“ese era mi trabajo, contarles esos últimos años; lo que no sabían o lo que sus hijos escondían”). Un detective, pues, encargado de reconstruir una “narrativa” comprensiva de los últimos meses o años de estudiantes que no pueden soportar la vida.
Se trata de un personaje muy original que, habiendo él mismo abandonado la academia, está dedicado a la melancolía, al ejercicio y la droga, a fumar “animalitos”, y que está estancado en un caso, el de la muerte de Ana, una alumna de la universidad de Columbia que durante sus últimos días se prolonga agónica e ingenuamente entre dos hombres, y que termina suicidándose, de forma dolorosa e incomprensible, pues, como se sabe, “uno nunca llega a conocer realmente a la gente. Ni siquiera a los que tiene al lado”.
El último de los relatos, La ciudad ya escrita, mantiene el mismo ambiente: es, otra vez, una narración en primera persona ambientada en círculos académicos de Nueva York. En este caso, la historia se desarrolla entre los devaneos de un tipo también universitario, también drogadicto, que entre el desvencijado motor de su memoria y sus ganas de contar historias se enfrenta al hecho paralizante de que vive en una ciudad que ya ha sido narrada de muchas maneras y en múltiples ocasiones. Así, este personaje que, como todos los demás en estas historias, respira el aire asfixiante de la esfera literaria, escribe solo en una agenda, como haciendo hincapié en la idea de que la escritura es un proceso íntimo o secreto de curación o exorcismo, y cuando se habla a sí mismo se dice cosas como: “te diste por vencido porque esta es una ciudad ya escrita”.
Para este y los demás personajes, latinos que habitan o sobrevuelan los mundillos literarios y académicos estadounidenses, parodiados con maestría por Díaz Oliva, Nueva York es “una ciudad que se lee hacia adelante, a partir de sus infinitas posibilidades, y no desde su pasado mitificado hasta la médula”. Entre ellos -que a veces parecen el mismo personaje, una única consciencia con facetas distintas- se aprecian nexos que van más allá de los ya mencionados, nexos como la dificultad de encontrar salidas frente a sus circunstancias, el pesimismo o melancolía que no ahoga un impulso paródico a momentos cercano a la comedia, el pasado y la niñez en Chile, el recuerdo lejano de unos gatos, técnicas de supervivencia en trenes, la marihuana, la juventud, la fiesta que no se disfruta y la soledad.

De esto y varias otras cosas más está hecha La experiencia formativa, un libro de cuentos divertido y enternecedor que muestra con creces la solvencia y capacidad narrativa de Díaz Oliva, una de las voces narrativas emergentes en Chile a las que hay que estar muy atentos y que bien valen la pena leer.

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