[Jugadora de abalorios]
Texto a propósito de Bambolla Bambolla [Cartas fotografías escritos), libro de Hilda Mundy recién publicado por La Mariposa Mundial.
Rodolfo Ortiz
“[Y]o prendo el
acicate del vicio con el fósforo”, escribía Hilda Mundy el 8 de noviembre de
1934. Sabemos que esta escritora llevaba una Libreta de apuntes donde fabricaba este tipo de explosivos
demoledores; también para ella misma, si agarramos la frase por su médula. Dos
semanas después, el 27 de noviembre, ese mismo fuego iría a emparentarse a un
motor más de base, a esa no menos probable maquinaria que ella imaginó como
post-operatoria de la Guerra del Chaco: “Nacida al contacto del fuego la
literatura será recia, como el espectáculo de mil fuerzas desencadenadas en
ímpetu magnífico”. El contacto del fuego (de la guerra) con el acicate de la
literatura (y sus vicios) engendra una dureza distinta, una renovación, sin
duda, que Hilda Mundy imagina no solo como simiente en la modificación de las
sensibilidades, sino como torrente de “obra nueva”, y aquí el giro fundamental,
que “no tendrá el sabor de los residuos que llegan a través de los mares, no
será netamente ‘bolivianista’ y absolutamente nuestra”.
Este
laboratorio, es posible entrever, se engendra desde la línea de fuego de la
guerra hasta las líneas de fuego de las palabras.
Hilda Mundy no confía
en los residuos vanguardistas que llegaban a través de los mares (aunque se los
fagocitaba a sus anchas), pero sí creía en los residuos que llegaban de la
dureza inhóspita de las regiones de combate: “Hombres que han vuelto de las
líneas de fuego, hecho pedazos el cuerpo y ennoblecido el espíritu y el
carácter no pueden sentir lo mismo que sintieron los de la otra generación
perdida en la ramazón de una vida vulgar”. De ahí que no tardará en situar a
Nietzsche (y a sí misma) en esta zona crítica del trauma y la muerte: “[e]s
necesario llevar en sí mismo un caos, para poner en el mundo una estrella
danzante”. Para Hilda Mundy hoy vivimos en la plenitud de ese caos, aquel del acicate
del vicio y de la guerra; y así en derrotero uno medita y va desleyendo su
incomodidad y excepción, aspecto
que recuerda las palabras que Guillermo Bedregal pondrá luego en el
espectro no menos turbulento de Rimbaud: “El poeta sumerge la cabellera en la
cloaca y engendra la estrella nebulosa”.
Pues sí, Hilda Mundy
no se retrae a la transmutación colectiva, al contrario, imagina la eclosión de
“mil fuerzas desencadenadas” en la turbulencia post-operatoria de la guerra. Una
“campanada final” que trae una ola de tullidos, dementes, locos, paralíticos,
que habrán de propagar una sensibilidad no netamente “bolivianista”, pero sí absolutamente
nuestra. Y es con esa turbulencia post-operatoria que Hilda Mundy logra un
reparto en sensible que encarna a su vez un arte crítico radical, cuya política,
se advierte a leguas, radica en el rechazo abierto al posible maridaje entre
literatura y proyecto utópico nacional. No sorprende, por esto mismo, que
Carlos Medinaceli, en su archiconocida carta a Enrique Viaña del 30 de marzo de
1937, se refiera al libro Pirotecnia (que
se había publicado pocos meses atrás) con las siguientes palabras apuradas y no menos sorprendentes:
“No llega a la pirotecnia es apenas una vela de sebo que enciende beatamente a
todos los perjuicios literarios y burgueses”. Sorprendentes porque provienen de
un lector que se jactaba de ser una especie de antena de la raza vanguardista
que apenas florecía en Bolivia y apuradas porque además de fallar en el nombre
(la llama “Nilda Mundy”) no logró percibir el gesto que se fraguaba en cada una
de sus páginas. Un extraño mecanismo de desencantamiento que desarma y
desmitifica las utopías de la sociedad civil y de los discursos políticos (nacionalistas
o indianistas según sea el caso) que las acompañan y empañan.
Hilda Mundy llega
a la ciudad de La Paz en 1936, con sus escritos en la maleta, su Libreta de apuntes y una tarjeta de
presentación irrepetible. Voy a referirme ahora a esta tarjeta, diría que es
inevitable y hasta imprescindible hacerlo, ahora, pues trae consigo una
conciencia del juego, que a su vez trasunta una conciencia sobre la finitud de
lo político y del arte aquí mencionados. En el texto “Liminar” que escribí para
el libro Bambolla Bambolla [cartas
fotografías escritos] mencionaba al respecto lo siguiente:
[…] quisiera insistir en esa otra
maquinaria donde “reina” una escritora póstuma como Laura Villanueva.
Implacable, su
escritura desplegó un recorrido intenso, a ratos descomunal y mutante, pero
también hecho de momentos carcomidos por un “venerado silencio”, como habrá de
enfatizar Virginia Ayllón.
Un objeto privilegiado que, como alguna
vez escribí, “ha viajado muchísimo para anclarse en una postumidad que está
todavía ahí, o aquí, jugando delante de nosotros a no ser nada, quiero creer, a
no ser nada que no sea, a su vez, la posibilidad de una especie de
amplificación póstuma y editorial que atine a su reconstrucción, insisto, a un corpus que ella siempre avizoró primero
y transitó hasta su muerte”.
La imagen de mecanismo póstumo que se
desprende de la cita anterior es la que quisiera poner en circulación […]. Una
imagen que ahora me gustaría enlazar a una tarjeta de presentación, no menos
relevante, que apareció en el archivo de su sobrina Carmen Bedregal. En esta
tarjeta, ya un poco pajiza, se presenta Hilda Mundi (escrito así como pocas
veces lo hizo), re-presentándose a su vez como jugadora de abalorios. Detalle que sin duda fascina y que al mismo
tiempo establece una clave de lectura.
Se trata aquí de la distancia crítica de
un sujeto que naufraga inventando juegos peligrosos sin límites; se trata de la
escritura como confección y transproducto de la bisutería; de un extremado y
abismal juego de cuentas de palabras ensartadas en múltiples formas y
variantes. Y si el humor […] fue [su] primordial dispositivo, aquí parece ser
que lo único serio es la serie… No otra cosa esta poiesis que no tiene par en las letras bolivianas; no otra cosa una
bambolla (a la Góngora) como ampolla ideal metafórica, cuya fanfarria hace
prevalecer la dimensión temporal de la verdad y su hirsuto encadenamiento en
favor de la mentira de las palabras. “Bambolla Bambolla”,
se oye detrás de la pantalla en la voz de una jugadora de abalorios que ha engendrado ya una
división de lo sensible.
Bisutería, claro, de palabras huecas “con
la piedrecita de la tontería dentro”, ausentes de “cosas de fondo”, sin peso
que no sea el peso de una serie de elementos confeccionados que se desvían o se
interrumpen. Pero esta bisutería no declina en la levedad, al contrario, la
banalización del mundo y la política como reconfiguración de lo visible
cohabitan en una densa humareda que porta, a su vez, una lúcida reflexión sobre
la escritura, quizás una fiebre que destroza a rajatabla la domesticación del
lenguaje. Hilda Mundy escribe en “Brandy Cocktail” del 27 de febrero de 1935: “Encontré
el compás de mi vida engastando vocablos y recortando frases” […]
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