Vientos del sur, una orilla de la patria
Reseña de un libro de la historiadora María Elena Chambi, sobre la población fronteriza de Villazón.
Lupe
Cajías
Nadie
puede asegurar que existe la borrasca hasta que camina por Villazón, en ese
lejanísimo punto del territorio boliviano donde termina uno de los espacios más
complejos del paisaje nacional, desde el Salar de Uyuni, los valles chicheños,
los cerros rojos hasta el páramo de la frontera sur.
Parecería
que ahí solo existen los tonos pardos y carmelitas y recién empieza el brillo
al cruzar ese mítico puente lleno de hormigas apuradas, cargadas de bolsas y
petacas hasta las primeras plantaciones de caña.
Sé
que mi abuelo, el pionero veterinario José Cajías Portugal, fue enviado por el
Estado en los años 30 para ayudar a los ganaderos primerizos y ahí quedó la
lápida de una de sus esposas, la beniana Mercedes afectada por el frío y el
vacío del horizonte.
Nadie
va a esos lados de vacaciones, solo transitan los fenicios del altiplano y los
migrantes que retornan por las fiestas. La población habituada a trotar encima
de los 3.500 metros sobre el nivel del mar conoció épocas de libras esterlinas;
de grandes almacenes cuidando las importaciones europeas que el tren llevaba
hasta Oruro o La Paz. Mucho depende de la situación argentina para ver cómo
unos compran y otros venden o viceversa, pero siempre en intenso intercambio.
Alguna
vez ensayé encuentros fronterizos para conocernos mejor entre los seres humanos
que estamos divididos artificialmente por una línea de puntos y rayas que solo
existe para la burocracia y la guerra y no para el amor o para el festejo. Fue
grata experiencia almorzar entre todos y encontrar a un antiguo vecino que
recordaba mi gusto por sacarme el zapato mientras converso.
Llegué
por allá en tren destartalado, en pequeño vehículo y otra vez, de indeseable
recuerdo, en vieja flota desde Tarija. Siempre una aventura y una amabilidad y
por ello anoto este largo preámbulo para comentar una de mis lecturas de fin de
año: Vientos del sur, de la historiadora
María Elena Chambi Cáceres.
Los
nuevos pueblos
Aunque
la presencia precolombina y el paso de los conquistadores hispanos dejaron sus
huellas por esos lares, Villazón fue oficialmente fundada el 20 de mayo de
1910.
El
extenso territorio era conocido como la Hacienda Mojo en la época colonial y
pertenecía a Su Majestad Felipe II, de lo cual todavía hay indicios. Sin embargo,
fue desde mediados del siglo XIX que el flamante abogado y terrateniente Juan
José Escalier ligó el destino de ese espacio con el resto del país.
Compró
fincas en Lampaya, Quellaja y Cuartos y sus negocios agrícolas prosperaron
pronto pues entregaba sus frutos a las minas de José Avelino Aramayo, chicheño
que ya era uno de los patriarcas de la plata.
Escalier
se casó con Carmen de Villegas, con quien tuvo tres hijos: Juan, Carlota y José
María, quienes también unieron sus destinos a los del país en una de las épocas
de mayores cambios nacionales. El menor fue el más inquieto y a la postre el
único heredero; con estudios para ejercer la medicina en Buenos Aires, también
se ocupó de las haciendas y de relacionarse con sus amigos liberales como José
Manuel Pando, Ismael Montes, Eliodoro Villazón.
En
1900 se realizó un primer censo en todo el país y los encuestadores llegaron a
Mojo, Moraya, Sorocha, Nazareno, Esmoraca y Estarca, nombres que aún en este
siglo retumban como aquello misterioso y desconocido. En la hacienda de los
Escalier se registraron 44 blancos, 163 mestizos artesanos y chicheros y 1.185
indígenas, casi todos agricultores sometidos al patrón. También ahí moraban
argentinos y chilenos, algunos dueños de fincas.
Chambi
describe con detalles los viajes desde Tupiza o desde Atocha hasta Villazón, el
correo, el paso de los vendedores turcos, los primeros servicios de transporte
público, la llegada de alemanes y de italianos, las diligencias y las tareas de
la primera Junta Impulsora del Camino de Automóviles. El acceso que tuvo la
autora a documentos de fuentes primarias nos permite conocer la dinámica de ese
pueblo y de sus vecinos del sur en las primeras décadas del siglo XX.
Impresiona la cantidad de apellidos europeos que poblaron sus primeras casas
solariegas.
En
1918 se fundó la primera escuela en Villazón y se abrieron nuevos centros de
abasto. Sin embargo, nada dio mayor empuje al flamante poblado que la estación
del ferrocarril Villazón-Atocha, licitada por Ismael Montes con características
de un amplio servicio para pasajeros y para carga, sobre todo mineral, y para
conectarse a los mares a través de su similar argentino. Aunque la construcción
demandó la intervención de varias empresas extranjeras, el resultado final fue
el esperado y tanto Aramayo como Escalier lograron que el tren favoreciera a
sus propios intereses.
Pronto
se les unieron otros comerciantes prósperos como Mauricio Hoschild. Más tarde también
empresas alemanas construyeron sus centrales en Villazón para concentrar sus
importaciones de diversos productos que luego distribuirían por las principales
ciudades y centros mineros; una de las más importantes fue HANSA y las familias
Bauer y Killmann unieron parte de su historia a la pequeña villa hasta muy
entrado el siglo XX.
El
crecimiento poblacional impulsó la creación de una sección municipal, más tarde
de una nueva provincia. El puesto fronterizo enfrentó, como el resto del país,
momentos de zozobra durante la Guerra del Chaco, las conspiraciones
nacionalistas, las dictaduras y la persecución y huída de un sinnúmero de
perseguidos políticos; así también gozó apogeo, sobre todo como centro de
abastecimiento para Telemayu, Ánimas, Tupiza, Chorolque, o como paso de
mercadería argentina y de ultramar. También sufrió periodos de decadencia, como
durante la época de la hiperinflación.
Algunos
apuntes más
Algo
novedoso de Vientos del sur es la
breve biografía de Roberto Hinojoza, el periodista colgado en la euforia del 21
de julio de 1946. Esa figura fue opacada por la importancia de los otros
ahorcados, pero no fue casual su adhesión al gobierno de Gualberto Villarroel; Hinojoza
se adhirió al lema “Tierras al indio” y para financiar su causa no dudó en
realizar asaltos a las empresas más prósperas que tenían tiendas en Villazón.
Difundió la necesidad de nacionalizar las minas, los yacimientos petrolíferos,
los ferrocarriles, los bienes de la Iglesia, la abolición del pongueaje.
Villazón
también fue una de las sedes del conjunto teatral “Nuevos Horizontes” y del
grupo de jóvenes anarquistas que proclamaba la liberación de los oprimidos a
través del arte y de la cultura. Tuvo una radio alternativa a las grandes
cadenas y sus propios medios de comunicación antes que otros pueblos.
El
libro de María Elena Chambi Cáceres tiene datos inéditos porque la autora
investigó sobre todo en archivos legislativos y documentales, además de citar
libros de historia boliviana.
Sin
embargo, el estudio no fue revisado lo suficiente por lo que tiene demasiados
errores gramaticales y está redactado con tiempos verbales inadecuados; el uso
exagerado del “había” propio del habla cotidiana de los bolivianos es
incorrecto para una publicación.
La
edición tiene fallas, de hecho mi ejemplar carece de 10 hojas (50 a 61). Un
lector no boliviano tendrá dificultad para reconocer el lugar pues no hay datos
geográficos completos y tampoco un mapa, que tanto podría ayudar.
En
caso de una nueva edición, la autora debe corregir estos defectos y pulir los
pies de texto que acompañan las fotos para no desmerecer su interesante
investigación.
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