martes, 8 de marzo de 2016

Desde la butaca

Vientos del sur, una orilla de la patria


Reseña de un libro de la historiadora María Elena Chambi, sobre la población fronteriza de Villazón.


Lupe Cajías 

Nadie puede asegurar que existe la borrasca hasta que camina por Villazón, en ese lejanísimo punto del territorio boliviano donde termina uno de los espacios más complejos del paisaje nacional, desde el Salar de Uyuni, los valles chicheños, los cerros rojos hasta el páramo de la frontera sur.
Parecería que ahí solo existen los tonos pardos y carmelitas y recién empieza el brillo al cruzar ese mítico puente lleno de hormigas apuradas, cargadas de bolsas y petacas hasta las primeras plantaciones de caña.
Sé que mi abuelo, el pionero veterinario José Cajías Portugal, fue enviado por el Estado en los años 30 para ayudar a los ganaderos primerizos y ahí quedó la lápida de una de sus esposas, la beniana Mercedes afectada por el frío y el vacío del horizonte.
Nadie va a esos lados de vacaciones, solo transitan los fenicios del altiplano y los migrantes que retornan por las fiestas. La población habituada a trotar encima de los 3.500 metros sobre el nivel del mar conoció épocas de libras esterlinas; de grandes almacenes cuidando las importaciones europeas que el tren llevaba hasta Oruro o La Paz. Mucho depende de la situación argentina para ver cómo unos compran y otros venden o viceversa, pero siempre en intenso intercambio.
Alguna vez ensayé encuentros fronterizos para conocernos mejor entre los seres humanos que estamos divididos artificialmente por una línea de puntos y rayas que solo existe para la burocracia y la guerra y no para el amor o para el festejo. Fue grata experiencia almorzar entre todos y encontrar a un antiguo vecino que recordaba mi gusto por sacarme el zapato mientras converso.
Llegué por allá en tren destartalado, en pequeño vehículo y otra vez, de indeseable recuerdo, en vieja flota desde Tarija. Siempre una aventura y una amabilidad y por ello anoto este largo preámbulo para comentar una de mis lecturas de fin de año: Vientos del sur, de la historiadora María Elena Chambi Cáceres.

Los nuevos pueblos
Aunque la presencia precolombina y el paso de los conquistadores hispanos dejaron sus huellas por esos lares, Villazón fue oficialmente fundada el 20 de mayo de 1910.
El extenso territorio era conocido como la Hacienda Mojo en la época colonial y pertenecía a Su Majestad Felipe II, de lo cual todavía hay indicios. Sin embargo, fue desde mediados del siglo XIX que el flamante abogado y terrateniente Juan José Escalier ligó el destino de ese espacio con el resto del país.
Compró fincas en Lampaya, Quellaja y Cuartos y sus negocios agrícolas prosperaron pronto pues entregaba sus frutos a las minas de José Avelino Aramayo, chicheño que ya era uno de los patriarcas de la plata.
Escalier se casó con Carmen de Villegas, con quien tuvo tres hijos: Juan, Carlota y José María, quienes también unieron sus destinos a los del país en una de las épocas de mayores cambios nacionales. El menor fue el más inquieto y a la postre el único heredero; con estudios para ejercer la medicina en Buenos Aires, también se ocupó de las haciendas y de relacionarse con sus amigos liberales como José Manuel Pando, Ismael Montes, Eliodoro Villazón.
En 1900 se realizó un primer censo en todo el país y los encuestadores llegaron a Mojo, Moraya, Sorocha, Nazareno, Esmoraca y Estarca, nombres que aún en este siglo retumban como aquello misterioso y desconocido. En la hacienda de los Escalier se registraron 44 blancos, 163 mestizos artesanos y chicheros y 1.185 indígenas, casi todos agricultores sometidos al patrón. También ahí moraban argentinos y chilenos, algunos dueños de fincas.
Chambi describe con detalles los viajes desde Tupiza o desde Atocha hasta Villazón, el correo, el paso de los vendedores turcos, los primeros servicios de transporte público, la llegada de alemanes y de italianos, las diligencias y las tareas de la primera Junta Impulsora del Camino de Automóviles. El acceso que tuvo la autora a documentos de fuentes primarias nos permite conocer la dinámica de ese pueblo y de sus vecinos del sur en las primeras décadas del siglo XX. Impresiona la cantidad de apellidos europeos que poblaron sus primeras casas solariegas.
En 1918 se fundó la primera escuela en Villazón y se abrieron nuevos centros de abasto. Sin embargo, nada dio mayor empuje al flamante poblado que la estación del ferrocarril Villazón-Atocha, licitada por Ismael Montes con características de un amplio servicio para pasajeros y para carga, sobre todo mineral, y para conectarse a los mares a través de su similar argentino. Aunque la construcción demandó la intervención de varias empresas extranjeras, el resultado final fue el esperado y tanto Aramayo como Escalier lograron que el tren favoreciera a sus propios intereses.
Pronto se les unieron otros comerciantes prósperos como Mauricio Hoschild. Más tarde también empresas alemanas construyeron sus centrales en Villazón para concentrar sus importaciones de diversos productos que luego distribuirían por las principales ciudades y centros mineros; una de las más importantes fue HANSA y las familias Bauer y Killmann unieron parte de su historia a la pequeña villa hasta muy entrado el siglo XX.
El crecimiento poblacional impulsó la creación de una sección municipal, más tarde de una nueva provincia. El puesto fronterizo enfrentó, como el resto del país, momentos de zozobra durante la Guerra del Chaco, las conspiraciones nacionalistas, las dictaduras y la persecución y huída de un sinnúmero de perseguidos políticos; así también gozó apogeo, sobre todo como centro de abastecimiento para Telemayu, Ánimas, Tupiza, Chorolque, o como paso de mercadería argentina y de ultramar. También sufrió periodos de decadencia, como durante la época de la hiperinflación.

Algunos apuntes más
Algo novedoso de Vientos del sur es la breve biografía de Roberto Hinojoza, el periodista colgado en la euforia del 21 de julio de 1946. Esa figura fue opacada por la importancia de los otros ahorcados, pero no fue casual su adhesión al gobierno de Gualberto Villarroel; Hinojoza se adhirió al lema “Tierras al indio” y para financiar su causa no dudó en realizar asaltos a las empresas más prósperas que tenían tiendas en Villazón. Difundió la necesidad de nacionalizar las minas, los yacimientos petrolíferos, los ferrocarriles, los bienes de la Iglesia, la abolición del pongueaje.
Villazón también fue una de las sedes del conjunto teatral “Nuevos Horizontes” y del grupo de jóvenes anarquistas que proclamaba la liberación de los oprimidos a través del arte y de la cultura. Tuvo una radio alternativa a las grandes cadenas y sus propios medios de comunicación antes que otros pueblos.
El libro de María Elena Chambi Cáceres tiene datos inéditos porque la autora investigó sobre todo en archivos legislativos y documentales, además de citar libros de historia boliviana.
Sin embargo, el estudio no fue revisado lo suficiente por lo que tiene demasiados errores gramaticales y está redactado con tiempos verbales inadecuados; el uso exagerado del “había” propio del habla cotidiana de los bolivianos es incorrecto para una publicación.
La edición tiene fallas, de hecho mi ejemplar carece de 10 hojas (50 a 61). Un lector no boliviano tendrá dificultad para reconocer el lugar pues no hay datos geográficos completos y tampoco un mapa, que tanto podría ayudar.
En caso de una nueva edición, la autora debe corregir estos defectos y pulir los pies de texto que acompañan las fotos para no desmerecer su interesante investigación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario