Sobre las lecturas de Zavaleta
Prólogo del libro René Zavaleta Mercado: El nacional-populismo barroco (Plural, 2016) de Hugo Rodas, que se presentará la siguiente semana en La Paz.
Mauricio
Souza Crespo
La diosa Fortuna
Sobre
René Zavaleta Mercado -que acaso sea el más importante ensayista boliviano del
siglo XX, como Gabriel René-Moreno, su ídolo, lo fue del XIX- tal vez ya se
pueda hablar de fortuna crítica (para, claro, celebrarla). Porque son pocos,
muy pocos, los autores que en la historia de nuestra cultura han merecido -como
él- tal sostenida atención y perseverancia exegética (devota u hostil, poco
importa).
Este
interés por Zavaleta Mercado se distingue además porque ha provocado, con una
frecuencia inusual para Bolivia, la real lectura de su obra -algo que
difícilmente sucede con una parte considerable de lo que sobre René-Moreno o
Villamil de Rada o Tamayo o Arguedas se ha escrito: a menudo expresiones de la
encomiástica o la diatriba poco o nada preocupadas con la especificidad de un
pensamiento-.
En
suma: sobre Zavaleta no solo hay una bibliografía, sino que los textos que la
conforman son por lo general legibles, interesantes, no pocas veces lúcidos.
Las lecturas de Zavaleta
Las
interpretaciones de la obra zavaletiana pueden ser organizadas en dos grandes
destinos: por un lado, es cierto que muchos de sus textos han sido leídos bien;
por el otro, también abundan los abusos e instrumentalizaciones. Del abuso de
su obra, además de señalar que existe y que últimamente amenaza con convertirse
en una pequeña industria, difícilmente es posible intentar generalizaciones que
no sean sociológicas. Son abusos que corresponden a los riesgos de toda lectura
y que van, en este caso:
a)
desde las instrumentalizaciones para-estatales de conceptos (como la
banalización de abigarramiento, que deviene una categoría celebratoria, del
tipo: “¡Ay qué lindo, qué abigarrados que somos!”; o como la del concepto de
Estado aparente, que nombra ahora, en las fantasías del populismo corporativo,
aquel Estado no entregado a una insaciable centralización autoritaria);
b)
hasta las críticas liberales de Zavaleta Mercado, un tanto innecesarias pues
comprueban simplemente -aunque monten un espectáculo histérico con su “descubrimiento”-
que Zavaleta era marxista (y, por lo tanto, poco inclinado a compartir los
dogmas liberales de estos alarmados intérpretes).
Felizmente,
la mayor parte de las lecturas de Zavaleta no son abusos y, de hecho, son
útiles. Y puesto que ha corrido el rumor de que su obra no es fácil -i.e. que
requiere de explicaciones-, esas lecturas son incluso imprescindibles. Algunas
son exégesis puntales (como las de Luis H. Antezana), otras son totalizadoras
(como la de Luis Tapia), pero comparten, a pesar de sus estilos y ambiciones
diversos, una misma pulsión descriptiva, casi pedagógica: quieren explicar a
Zavaleta.
La diferencia de Rodas
En
este libro, Hugo Rodas también quiere explicar a Zavaleta Mercado. La suya es
una explicación que busca su diferenciación en por lo menos tres gestos:
a)
Es sostenida e inmisericordemente crítica con la obra de Zavaleta, obra en la
que identifica límites, renuncias, parálisis y retornos vinculados a lo que
llama “el nacional-populismo”.
b)
Presta atención a la construcción escritural, a la cuestión del estilo
(barroco) de Zavaleta, que no es, en su lectura, mero obstáculo (o defecto) que
habría que despejar del camino sino principio constitutivo de la manera en que
los conceptos (o metáforas) son creados. Esta atención, habría que añadir, es
el resultado de una lectura minuciosa, de esas que resultan de un regreso (de
una vida entera) a los textos.
c)
Aborda, por vías más bien múltiples, la relación entre vida y obra. Este libro
es, por eso, no solo una explicación de los textos de Zavaleta sino su
biografía político-intelectual.
De
su fervor crítico (a) y de su atención a la escritura de Zavaleta (b) -diferencias
de la lectura de Rodas que el lector puede explorar a su antojo y en detalle
leyendo este libro- no diremos mucho en estas líneas prologales. Bástenos
señalar que ese su impulso crítico no pocas veces es alimentado por los vientos
de la polémica y que se sabe algo especulativo (aunque, casi siempre,
plausiblemente especulativo). Y que su atención al “barroquismo” discursivo de
Zavaleta va mucho más allá de señalar que “escribía en difícil” para rastrear
aquello que ya Zavaleta había notado en Marx, es decir, que “la expresión tiene
su propia misión hacia la ciencia, pero también una misión política”. (Y difícil
no pensar aquí, respecto al “problema de la expresión”, que Rodas, en su
escritura, se inclina mucho más -por sus preferencias agónicas y digresivas, no
lineales- al estilo de Zavaleta que al de Marcelo Quiroga Santa Cruz, escritor
y político al que admira casi sin reparos).
Obra y vida de Zavaleta
Si
algo diferencia la lectura de Rodas es el principio mismo que la organiza y
hace posible: la articulación explicativa de vida y obra. O, si usamos los
términos de Rodas, más precisos, la idea que preside su explicación de la
producción teórica de Zavaleta es que es una productividad que corre el riesgo
de no ser entendida si la separamos “de elecciones personales alrededor de una
práctica política militante”.
En
ello, Rodas no se aparta de Zavaleta, para el que siempre fueron significativas
las elecciones no solo de la clase sino del individuo. No habría en esto tan solo
el reconocimiento de las maneras en que la praxis califica una teoría, sino
además el hecho clásicamente moderno de que “ser es elegirse” (frase de André
Gide que Zavaleta citó más de una vez y que Rodas destaca).
La
respuesta a la gran pregunta de Rodas –“¿cómo deberíamos entender las
relaciones entre vida y obra en Zavaleta?”- es, con innumerables matices,
bastante clara: la de Zavaleta es la historia, dice, de “un hiato insalvable
entre el discurso y la práctica política, es decir, entre el nacionalismo
revolucionario y aun la teoría marxista y su involución política conservadora
hacia la ideología del nacional-populismo”.
Esta,
la del hiato insalvable, vendría a ser así como la figura emblemática de su
interpretación, que no por nada acumula sinónimos para nombrarla: es el
impasse, el punto ciego, el sentido esquizoide, el divorcio, en Zavaleta, de
teoría y práctica.
La
hipótesis explicativa de Rodas sería una simple postulación biográfica, una mera
relativización (del tipo: “de la teoría al hecho hay mucho trecho”) si no fuera
porque conduce hacia efectos teóricos e historiográficos interesantes.
Por
ejemplo, nos obliga a pensar los momentos de la producción conceptual de
Zavaleta no como organizados en una progresión evolutiva (hacia el “marxismo
crítico” del final de su vida) sino en una circular y continua relación de
tensión, de constante retorno contradictorio a los mismos traumas (i.e.: a su
culturalismo y nacionalismo juveniles). Y nos exige imaginar que ciertas
especificidades políticas quizás relativicen los alcances de lo teórico (¿por
qué Zavaleta no discute, en su texto más famoso sobre el fin del Estado del 52,
el papel de sus excamaradas Bedregal y Fellman Velarde en la Matanza de Todos
Santos de noviembre de 1979?). O hace posible que entendamos algunas categorías
como una sublimación de su aceptación de límites conservadores: la discusión
obsesiva del bonapartismo, por ejemplo, sería un intento de conciliar o velar
su nacional-populismo, sería una
resignación al pacto y a la conciliación, sería una renuncia.
En
todo esto, lo que regresa (¿como la obra misma de Zavaleta y su buena fortuna
durante el “proceso de cambio”?) es aquel muerto viviente que, pese a los
anuncios necrológicos, parece no querer resignarse a su entierro: el nacionalismo
revolucionario. Un horizonte que -más allá de aquello que Zavaleta, casi
disculpándose, llamó “los padecimientos de la militancia”- lastra como los
muertos, cree Rodas, el marxismo del mayor ensayista boliviano del siglo XX.
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