Ascender al vacío
Libros & películas. Una mirada. Una lectura de los pasajes que cambiaron nuestra forma de ver el mundo.
Aldo
Medinaceli
La
película Japón es la primera de una
larga lista de interesantes obras dirigidas por Carlos Reygadas, uno de los
cineastas más originales de América Latina en la actualidad.
En
la cinta, un hombre se aleja de la ciudad para matarse. Llega a un remoto poblado
lejos de todo y de todos (bien podría ser una Comala audiovisual, poblada de
voces y fantasmas imaginarios). Allí busca un lugar en donde quedarse unos días
antes de quitarse la vida.
En
una humilde casa o “jacal” conoce a Ascensión, una anciana de alrededor de 90
años, quien vive sola, abandonada por sus hijos y por el mundo. El protagonista
le ofrece tener relaciones sexuales y Ascensión acepta. ¿Cómo plasmar este
momento y con qué necesidad? Reygadas ubica la situación en una habitación
descolorida por el tiempo, que alguna tuvo las paredes celestes y que, al estar
en la cima de una elevada montaña, pareciera estar más cerca del cielo.
No
es común ver en el cine escenas de este tipo sin un ápice de pudor ni morbo,
tal y como fue lograda esta escena. Hecha con una naturalidad atroz. Mediante
los movimientos avanzan y los desconocidos se desnudan, se va convirtiendo en
una metáfora de otro tipo de ascensión, ya no del solo nombre de la anciana,
sino de un movimiento en el plano espiritual del personaje quien, antes de
morir, comienza a ascender hacia algún sitio indefinible e innombrable.
Al
hacer el amor los dos personajes se convierten en adolescentes extraviados, en
esposos de décadas, en amantes furtivos, en seres sin cuerpo. Un hombre y una
mujer están en una cabaña en la cima de un cerro, alejados del ruido.
Días
antes, el personaje principal ha intentado dispararse a sí mismo en una inmensa
meseta. Allí ha encontrado a un caballo muerto. Pero no se dispara, solamente
se tira sobre la hierba a llorar cuando comienza a caer una tormenta. El
director elige poner música clásica en este pasaje y una cámara elevadísima mostrando
al hombre y al caballo -juntos y diminutos- tendidos sobre el suelo, mientras
el horizonte cada vez se abre más y la música suena más fuerte.
Pero
en la escena de la habitación no se escucha ninguna música, solamente las
palabras de los personajes:
“Suba
una pierna”,
“Dese
vuelta”,
“¿Así?”.
Me
pregunto si la película sería la misma sin esta escena, o si se trataba de una
provocación estética como el director suele proponer en otras obras como Batalla en el cielo o Post Tenebras Lux.
Su
siguiente película (Batalla en el cielo),
inicia con una extendida fellatio de varios minutos, explícita y también con
intenciones poéticas. Se dice que durante su estreno en el Festival de Cannes
este comienzo provocó abandonos de sala y aplausos por igual. Algo parecido a
lo que sucedió con Post Tenebras Lux,
su más reciente trabajo, el cual fue abucheado en su presentación en el mismo
festival francés, aunque posteriormente ganó el premio de la crítica.
Allí
se ven diablos visitantes nocturnos (podríamos hacer toda una lectura comparada
con el poema Visitante profundo de
Jaime Sáenz), una secuencia entera en un club de swingers, que en ningún
momento superan a la maravillosa escena inicial en la que solamente se ven
caballos salvajes cruzando una pradera con la hija del director en primer
plano.
Volviendo
a los personajes en la elevada cabaña, pienso que la escena no solamente era
necesaria sino que es el alma y núcleo de la cinta, que es precisamente en ese
encuentro en donde algo realmente sucede, que el resto de la película (la larga
y penosa introducción del suicida y la posterior muerte de los personajes),
solamente tiene sentido por ese encuentro inesperado. Y que, por el contrario,
ver en las pantallas de cine a dos personas haciendo el amor jamás debería ser
motivo de polémica ni morbo, aunque una de ellas tenga más de 90 años, siempre
y cuando el tratamiento de la situación tenga la altura del tema que se desea
desarrollar.
En
el caso de Reygadas, nunca se trata de temas banales o superficiales. En Japón se habla de religión y de la
angustia humana en sus acepciones más amplias. La anciana llamada Ascensión
pertenece a la legión de personajes rulfianos que se debaten entre la realidad
y el sueño, seres fantasmales, algunos más luminosos que otros, que anhelan
comunicar algún mensaje al viajero de turno. Y el protagonista desahuciado obedece
a los linajes narrativos de Juan Pablo Castel o de Aliosha Karamázov.
Finalmente
hacen el amor y es difícil no distraerse con la belleza natural que tiene el desvencijado
jacal, sin decoraciones artificiales ni escenarios portátiles. Se trata
simplemente de una casa olvidada en forma natural y avejentada por el paso del
tiempo, no del maquillaje.
El
espectador jamás conocerá las causas por las que el personaje principal quiere
terminar con su existencia, ni las palabras que se dijeron con Ascensión luego
de vestirse.
Japón también trata
el antiguo tema de la civilización versus la naturaleza, y de un hombre que se
ha extraviado en tal magnitud que ya le es imposible reencontrarse a sí mismo.
Posteriormente, en películas como La luz
silenciosa o en la misma Batalla en
el cielo, el grado de lirismo del director se irá reduciendo, afianzando
sin embargo un estilo sólido y original, tan diferente al resto de producciones
independientes en América Latina, siempre remando a contracorriente, tomando
altos riesgos y apostando por un cine onírico, personal y poético, combinando
arriesgadamente estos elementos con los que tan fácilmente se puede caer en el
lugar común o, peor aún, en el ridículo.
Creo
que la escena de estos dos seres solitarios y desnudos -en el mayor sentido de
la palabra-, alejados del mundo en una cima olvidada, se equipara con los
versos de las tradiciones poéticas más consagradas, porque en ella el artista
ha logrado expresar en imágenes lo que muchas veces las palabras no pueden
decir.
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