Un cabeza negra en un crucero
sobre literatura sueca
El autor nos envía una entretenida crónica sobre su reciente participación en un evento literario en Suecia.
Carlos Decker-Molina
La cola era larguísima. Yo era uno de los primeros y aún
no había advertido que era el único de origen no escandinavo que figuraba en un
mar de 300 personas angurrientas de literatura.
Mientras esperaba que se abran las puertas de acceso
al barco, escuché a mis espaldas hablar de una escritora africana de la que no
recordaban el nombre y supe, por los detalles, que se estaban refiriendo a Chimamanda
Ngozi Adichie.
En América Latina les habría dicho, con tono de sabelotodo,
el nombre de la autora nigeriana, pero en Suecia sería inapropiado porque no es
bien visto confesar que uno escucha conversaciones ajenas. En estos casos es
mejor “hacerse el sueco”.
La travesía literaria estuvo auspiciada por una
revista con nombre típico de la vieja Casa Popular: Vi Läser que quiere decir Nosotros
leemos. Todos los hambrientos de literatura recibimos de regalo el último
número de la revista, la novela de Agnés Ledig (un homenaje al optimismo) y una
pequeña botella de cava hispana. Esta última sugería la iniciación de una noche
de acercamiento entre los viajeros, diálogos, monólogos superpuestos, baile para
los que se sienten llamados. En estos barcos lo que sobran son los bares que
ofrecen mojitos a la escandinava y unas mezclas colorinas con nombres
supuestamente tropicales.
Monólogos
Escuché ocho presentaciones de igual número de
escritores. La danesa Suzanne Brogger, a quien conocí por sus reportajes en los
campos palestinos de entrenamiento y por sus reportes desde Vietnam, habló de
la pasión y el erotismo de una mujer de 70 años.
Su única obra traducida al español es Y líbranos del amor: “Todos los matrimonios sobre los
que leemos en las revistas son luminosamente felices hasta el mismo momento de
separarse. Creo que estas desesperadas exhibiciones de felicidad se basan en
una terrible necesidad de afirmar que el matrimonio es posible, al menos para
los demás. No importa cómo vaya el nuestro. Lo importante es preservar la fe”.
Probablemente el escritor Tom Malmquist fue el
que más nos metió el dedo en el corazón con la historia de su mujer que murió
de leucemia poco después de dar a luz a una nena hermosa. Tom se niega a limpiar
los vidrios de sus ventanas de su casa porque, según él, aún siguen las
impresiones digitales de su mujer. Tom hace uso de los cinco sentidos y cada
uno de ellos es un capítulo en el que describe la agonía y muerte de su esposa.
No hubo llanto, pero sí un silencio de minutos antes de arropar a Tom en un
caluroso aplauso. El momento en que todavía estamos con vida, es un
libro inteligente. Un homenaje al amor.
Los otros escritores nos llevaron por diferentes
caminos temáticos. Carola Hansson debe ser la escritora más informada sobre la
familia Tolstoi. Ha dedicado su vida a investigar y escribir novelas sobre los
hijos del gran Leo que, a falta de WhatsApp, escribía cartas a su mujer hasta
tres veces al día y exigía respuestas inmediatas.
David Lagrercrantz nos contó la transformación
de la juventud “inmigrante” de las barriadas suecas que iniciaron su travesía
por la literatura gracias al libro Zlatan. En una semana vendió medio
millón de ejemplares, pues ¿quién no quería conocer la historia del futbolista
sueco de origen gitano/croata?
Karolina Ramqvist, quizá la más alejada del
público porque fue la única que leyó su trabajo, nos habló de la disyuntiva entre
el escritor que produce en solitario y el escritor que debe salir a “vender” y
se convierte en un personaje público.
Staffan Malberg, un norteño de cerca al polo (se
caracterizan por ser silentes y desconfiados) nos reveló que su novela Gardet
(Guardia) es una alusión a las Guardias Ciudadanas que intentan poner
reglas incluidas las morales. Nos confesó que había trabajado para la Policía Secreta
y nos preguntó cuántos de nosotros no habríamos sido seguidores de Hitler o de
Stalin (creo que sonrojé).
Liv Strömquist una cartonista, socióloga y
politóloga nos habló de la menstruación y su intención de quitarle el
envoltorio de la vergüenza. Obviamente habló mal de la Biblia y de otros célebres
documentos que se refieren a esa mensualidad sangrienta con tonos oscuros y
culposos.
Finalmente, Karin Johannison nos contó la
historia de tres locas suecas que crearon sus mejores obras en el manicomio,
una de ellas, Premio Nobel de Literatura (Nelly Sachs, 1966).
Diálogos
Sin ánimo de exagerar, pienso que la gran mayoría de los asistentes al
crucero de dos días eran amantes de la literatura. El resto fue de acompañante,
pero con una pátina de conocimiento de autores y nombres de libros.
Uno se enteraba, en las mesas de restaurantes o barras de bares del barco,
sobre autores, títulos y chismes de autores. Por ejemplo, que Orhan Pamuk, el
Nobel turco, gastó gran parte del premio en la instalación de un museo de su
propia memoria que tiene que ver con el viejo Estambul de sus amores
adolescentes.
Un grupo de mujeres con mojitos y gin tonics en las manos hablaba sobre la
menstruación, la tristeza, la masturbación y la literatura: “Emma, de Gustav
Flaubert (Madame Bovary) es una mujer
tremendamente aburrida”.
Yo, el cabeza negra, aunque sin pelos en el cráneo, fui mirado primero con
recelo, luego con curiosidad y después del segundo gin tonic, con interés. ¿Y…
tú que lees? Bueno yo leo una novela en español, luego otra en sueco, y también
leo ensayos en ing... ¿Y… algo de tu patria?
Me atreví a citar a los “internacionales” por orden de mi preferencia:
Rodrigo Hasbún, Maximiliano Barrientos, Giovanna Rivero y, pienso y no digo:
cómo no voy a citarme y citar a mi hermana Amalia y hablar de mi hermano poeta,
y de mi amigo Ramón Rocha, y de mi otro amigo Gonzalo Lema… y seguir hasta el
amanecer contando de Borda Leaño o, bueno, de Paz Soldán...
Alguien confunde a Barrientos con un español. “Leo en español, leo Babelia y allí leí la reseña de una
novela que calificaron de “épica del regreso”. Le digo que ese Barrientos no es
español sino boliviano.
Cuando termino de contar la trama escucho un aplaudo generoso y, una
propuesta: “Te invitamos a nuestro círculo de lectores para que hables sobre la
literatura de tu país”.
Entonces surge la pregunta: ¿Y tú no escribes? Pero esa es otra historia.
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