Narrando hoy la Bolivia post apocalíptica
Una lectura de Para comerte mejor, de Giovanna Rivero. Ficción que narra, interpreta y juega con posibilidades.
Martín Zelaya Sánchez
El mundo es gris, gélido y huele mal. La gente divaga sin
rumbo tratando desesperadamente de sobrevivir y olvidar la grandeza del pasado.
La degeneración, la degradación; la corrupción total, el destino anti natura –humanidad
mutante- parecen irremediables.
Evo Morales es un ente inicuo e incorpóreo que sobrevive en
la mente e ilusión de sus seguidores que a duras penas mantienen los despojos
de su otrora invencible imperio.
Un cáncer fulminante invadió a toda Bolivia. A su sistema,
su biodiversidad; a sus habitantes. Los pocos supervivientes se apagan poco a
poco o mutan en busca de estirar un poco sus vidas.
Una primera persona directa, frontal, convincente narra la
mayoría de los cuentos de Para comerte
mejor, de Giovanna Rivero (Sudaquia, 2015); cuentos terribles,
irrefrenables, contundentes.
El futuro, mediato -o no tanto- a todas luces siniestro, es
el común denominador de estos 12 relatos en los que la cruceña se aventura a imaginar,
desde las libertades y posibilidades de la ficción, la Bolivia después del
cambio. ¿De qué cambio?
La triste certeza del desastre, el mundo post civilización: la
desolación de la humanidad que nuestros nietos heredarán en su memoria
genética. Locura, incertidumbre. Muertos no muertos, miseria, parias, ratas,
antropófagos… ¿la distopía a la que nos acercamos irremediablemente?
“La tristeza me pudre. La tristeza es una mierda, un pájaro
muerto todavía tembloroso”, se lee en el primer cuento, De tu misma especie, en el que se narra el entierro de un suicida fallido
y el estigma de la muerte que persigue para siempre a su novia “zombie”.
Kè Fènwa, es un
relato delirante entre la ficción y una realidad posible. Un Haití apocalíptico,
una sobreviviente entre mutantes, saqueadores, caníbales; horror, vuelta a lo primitivo
al estado salvaje. ¿Cuán diferente, en realidad, al trágico Haití abandonado y
depauperado de hoy? “Lloro de hambre –cuenta la mujer protagonista/narradora-.
Tengo a la niña a mis pies y lloro de hambre. La humedad de las lágrimas quema
los pómulos, el cuello, el camino entre los pechos. La cicatriz”. El halo
narrativo y temático, el tono de este cuento se emparenta con el microcosmos de
Iris del Cochabambino Edmundo Paz
Soldán.
En La piedra y la
flauta, una periodista investiga el caso de unos indigentes que traman una
rebelión desde las cloacas de una Santa Cruz del futuro; en Los dos nombres de Saulo, la misma mujer
(al parecer) visita a su hermano demente en un psiquiátrico; Humo es el único relato no ambientado en
el futuro posible, sino más bien en el Montero de los 80 en el que la niña
(¿hermana de Saulo?, ¿acaso un alter ego de Giovanna o de la Genoveva de su
novela 98 segundos sin sombra?) lucha
ya por escapar de la prisión personal-familiar-social a la que se sabe
condenada; Yucu, está narrada por un
vampiro que confiesa el crimen de un niño mientras el pueblo se apresta a
lincharlo.
Y llega Pasó como un
espíritu, acaso el texto central, el que hila y concentra el quid de todo
el libro. Una visión fatalista que imagina a una Bolivia corrompida y
languidecente tras el proceso de político social actual. Evo es un semidios en
un imperio en ruinas, en catástrofe ecológica y totalitarismo absoluto, y algunas
mujeres elegidas se entregan a él en sacrificio para intentar perpetuar la
especie originaria asolada por un devastador cáncer.
“Mientras el contacto con el agua tibia me relaja -cuenta la
protagonista mientras espera su encuentro con el supremo-, hojeo el librito de
la Doctrina. Veo al Evo, antes de ser amauta y de ser jefe y de convertirse en
este héroe cuya sangre deseo poseer, lo veo en una foto golpeado, dos flores
violetas en vez de ojos, dos pulpos hinchados en vez de manos. ‘La primera
muerte’ dice el pie de foto. ¿Fue ese el momento de la revelación, cuando
quisieron sacarle los ojos por saber la vocales?”.
El siguiente relato, Regreso,
es la continuación, muchos años después, que narra el retorno de la mujer que
engendró un hijo con Evo, a pasar sus últimos días en su tierra asolada por una
peste mortal.
El hombre de la
pierna, En el bosque, Adentro y Contraluna,
con el mismo tono oscuro, cierran un libro tan extraño y duro, como provocador
y necesario. Y es que Giovanna Rivero está a la cabeza de un puñado de
escritores: Maximiliano Barrientos y Liliana Colanzi, en primera línea, que
están narrando, diseccionando -¿creando?-, la Santa Cruz (y por ende la
Bolivia) de inicios del siglo XXI, desde sus recuerdos de infancia (la Santa
Cruz aún rural y conservadora) y sus vivencias actuales (la ciudad shockeada
por el cambio brutal en su tónica y ritmo), acaso de la mima manera en que
Saenz y otros autores narraron-imaginaron-crearon a La Paz (y por ende a
Bolivia) de mediados del siglo XX.
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