Pasos para llegar a un dios que sabe bailar
Texto que el autor preparó a propósito del reciente libro de la poetisa Vilma Tapia Anaya
Gary Daher
Vilma Tapia
Anaya nos presenta su reciente poemario La
hierba es un niño, una nueva propuesta que a pesar de su alto contenido de
sesgo espiritual no se aleja de la línea de alta calidad poética a la que nos
tiene acostumbrados.
En este
sentido, el trabajo se sostiene como aquella voz que va en busca de lo
esencial, esta vez desde una posición definida, el hinduismo de los grupos
llamados Hare Krishna. Punto desde el cual nos habla en el poemario que
presentamos hoy. Y este espacio poético va a ser construido como un reducto de
lo mínimo, y con una actitud de sumisión hacia lo alto, quiero decir hacia Dios.
Como la misma poeta nos dice cuando se abre el libro Desde el inicio más humilde de un camino, ofrezco este libro […].
En La hierba es un niño, rótulo del volumen
que nos ocupa, y que, como los títulos a los que nos tiene acostumbrados es un
verso en sí, la historia que trazan los poemas transita o surca un tránsito. Y
se podría decir que ese tránsito es permanente, ya que, en el estilo de la
poeta, los textos carecen de punto final. Hay como una necesidad de que la
palabra no se detenga, fluya constante para recordarnos que todavía estamos en
ese río, el río de las palabras.
Así el
trabajo está formado por dos partes. “Pasos” con 24 poemas que se escriben como
estableciendo el grado primario o primigenio de ese transcurrir que se quiere
mostrar, y “Transparencias ascendentes” con 9 poemas, que se desgranan como quien
ha encontrado el inicio de una vereda empinada y está dispuesto a ascenderla.
Entonces,
sin apartarse de esa manera poética, digo del fluir, la poeta apenas abrimos el
texto, en el primer poema, nos habla de ríos
de luz de peces encendidos como solaz para los pies desnudos, pues así
parece ser la única manera de ingresar al territorio donde la hierba es un
niño, mientras el afuera golpea con su granizo prematuro y el huracán azota los
refugios, naturalmente refiriéndose a la dura cotidianidad que a todos nos
aflige.
Esta
poderosa introducción dicha desde la intimidad, desde la delicada intimidad
donde hay sueños / y presentimientos /
brotan a la sombra del primer helecho / y nuestros pies desnudos / deambulan
empapados / perplejos ríos de luz, es la manera en que se puede expresar lo
inexpresable. Vilma Tapia Anaya nos invita a penetrar el mundo de las
epifanías, no necesariamente religiosas, que sí las hay, pero generalmente
emergentes de la tierra, de la naturaleza.
Sin
embargo, en este caso de obertura, todo ese conjunto: cuerpo, palabras, sueños,
presentimientos, luz, termina en una curiosa imagen que ella misma nombra como
florecimiento, un florecimiento de sacrificio, estallas en sangre en el entrecejo del amante. Versos que nos
recuerdan a San Juan de la Cruz y su amada
en el amado transformada. Hijo de aquél hermosísimo poema el Cantar de los Cantares del autor bíblico.
Ingresando Vilma Tapia Anaya de esa manera a la tradición de la poesía mística,
donde el sacrificio transforma a la anhelante en el ojo clarividente, o tercer
ojo del divino amante.
Pero
alcanzar ese sitio de la siguiente grada espiritual, por lo visto, exige una
serie de pasos, de ahí el nombre de esta primera sección. Refiriéndose a
actitudes, trabajos y enseñanzas que moldean al neófito para alcanzar la
realización deseada.
Actitudes,
tales como el vegetarianismo, en los poemas La
niña y Te cubres, o como la
necesidad de mantener el pudor para con la narración de las vidas íntimas, a
través del poema Derrida. Y los
trabajos, en este caso muy principal, el trabajo de doblegarse como en el poema
Trébol donde se muestra la imagen de la
humildad requerida para hacerse uno con la hierba:
Inclina el viento, ya sin demasiado dolor,
vértebra por vértebra, el húmedo tallo del trébol. Su diminuta sombra trae esta
paz. Unos minutos. Detenidos.
Este
tránsito está signado también, muy caro a Vilma Tapia Anaya, por la enseñanza
que dejan en ella las mujeres del pueblo. En el poema El mundo y el sol han tejido los Q’ero. Hay humildad ante la
grandeza de la montaña nevada, y una potencia que viene del interior, que llora
por la clave perdida:
La línea de enfrente es la montaña mayor
en el ocaso sus nevadas cumbres
se elevan
muerden un bocado de cielo
entonces las mujeres cantan
mantienen la mirada baja
se cubren con finos sombreros
lloran la sortija perdida
el templo de llave pequeña
lloran espigas pétalos alegría
dicen que han venido que tienen vivo el
corazón
No
podemos evitar conmovernos ante la imagen espiritual tan nuestra que el poema
revela, recuperándonos acaso del extravío y de la errancia en la que andamos.
No
cabe duda entonces que en estos “Pasos” se descubren momentos en los que la
poeta practica un acto de consciencia de la recepción de las cosas, haciendo
que el universo ingrese como revelación a través de una imagen. En este
universo, los otros seres de la naturaleza, las montañas, el viento, la lluvia,
los árboles, nos reciben. Son seres cordiales, atentos, no se inmutan con
nuestras impertinentes miradas.
O
como en el poema El aguacero, para
representarnos cómo el elemento lluvia se hace uno con los habitantes. Hay un
ambiente que lo transforma todo en femenino, que lo cubre todo: la lluvia, la
niña negra, la felicidad, y así se transforman el goteo y el canto. Y, cómo no,
encerrando la figura planteada, la madre, que vigila un poco más lejos.
Todo
el territorio de los pasos iniciales parece converger en el poema Canción post mortem Śrīla Gurudeva, de características
oníricas. Aquí el cadáver se presenta
con una descripción extraordinaria:
Tu cuerpo
el peso de la muerte
en tu cuerpo
En los músculos y los huesos desanimados
de tus piernas
en la casta languidez de tus brazos
Ella,
representante de la que se inicia, espera, dormida y preñada como esperando dar a
luz. Esta mujer en cinta se despierta gracias a la proximidad del cadáver.
Traían el cadáver hasta el lecho de la durmiente.
Nada
se puede ante la muerte pues: imploré que
tus ojos alejándose / me miraran. Una acción, la del mirar que es inútil
porque se le pide a un cadáver.
Arrodillada
me expuse
Entonces asistí a los que cargaban
contigo
les supliqué que te depositaran en mi
lecho
En esta piedra
Sorprendentemente
la que se inicia pide que se deposite el cadáver en el lecho de la parturienta.
Mismo que es una piedra.
Esta
imagen onírica nos revela y nos oculta, queriendo decir con ello que el lector
se encuentra ante múltiples lecturas. Una de ellas nos dice que la parturienta
está preparada para dar a luz, y que requiere de auxilio; pero en lugar del
auxilio de la partera solicita el cadáver del amado, que no representa precisamente
socorro en el trabajo de parto.
¿Representa
el cadáver a la muerte mística que nos despierta? ¿Está la preñada necesitada
de la muerte, extraño amante, para dar a luz? ¿Es la piedra el antiguo símbolo
del sexo, como fue el PTR, PATAR, o Pedro, entre los gnósticos? ¿Discurren en
estas imágenes oníricas líneas esotéricas que no sabemos o no queremos leer?
Acaso
aquí sucede que la poesía mística se transforma en aquella llave del templo que
las mujeres del poema El mundo y el sol
han tejido los Q’ero lloraban perdida. Dejamos al lector el acertijo.
Este
testimonio preparatorio parece estar concluido, y todo él nos refiere a una intimidad
que no la deja partir, mientras la poeta exclama:
¿Lloras
mi señor?
¿Es que acaso estoy demorándome mucho?
La
segunda parte denominada “Transparencias ascendentes” nos deposita en el espacio
espiritual en sí, decidido por la poeta.
Un
lugar, éste, el de las transparencias ascendentes, al que se llega luego de
transitados los pasos, y donde se debe conseguir, en primera instancia, la
limpieza y la pobreza arropada de cantos, la comunicación con los árboles,
donde el árbol en Vilma Tapia Anaya es metáfora del cuerpo, pero un cuerpo alma
como se lee en Transparencia IV, y la
declaración del amor a Dios:
Transparencia III
Los muchachos nos preguntaban
de quién estábamos enamoradas
Con la sonrisa diáfana
humedecida por el vino del rubí
y de la rosa
mi amiga dijo:
de Dios
Se
trata sin duda, del camino elegido, en este caso Hare Krishna, como se
confiesa en el poema A la hora de la
oración.
Este
camino que se pretende iniciático tiene un nudo en el poema Así la naturaleza en la imagen del
iniciado como un feto todavía unido a la naturaleza a través del cordón
umbilical:
Nadie mordió el cordón umbilical:
diamante… a veces bello
[…]
Sin embargo sin embargo en volcánicas
huidas
Estallamos
y de nosotros florecen todos los
caminitos
al cielo
Finalmente,
y no se puede agregar nada a esta declaración teofánica, en el poema que da
título al libro La hierba es un niño,
la poeta nos muestra como el camino se reduce a lo mínimo, a la hierba, que es
un niño. Es el Dios que sabe bailar. Los
indigentes allí / intuimos la fragancia de sus rizos negros / Cuidamos el paso.
Acaso
una metáfora nos pueda aproximar al profundo sentido de este secreto libro, la
metáfora de quien cuida la humildad del prado íntimo, y obedece al viento que
le enseña a encorvar la columna vertebral para recibir a ese dios que va
ingresar con los pies descalzos. Un dios que sabe bailar, a quien nosotros
mismos representamos para cuidar el paso, y no dañar la hierba (la hierba, imagen
que nos revela) porque es un niño.
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