sábado, 26 de marzo de 2016

La pelusa que cae del ombligo

Sobre algunos discursos reivindicativos



A propósito del recientemente pasado Día de la Mujer, el autor reflexiona sobre algunos usos –y mal usos- genéricos.


Omar Rocha Velasco 

Es interesante encontrar que muchas reivindicaciones femeninas pasan por el uso de la lengua, esto evidencia la ambigüedad del lenguaje humano. Muchos “discursos” que hablan de la problemática de la mujer señalan diferencias: niños/as, todos/as, etc.
El hecho de llamar “hombres” a todos los seres humanos no ha sido sin consecuencias, estos significantes van consolidándose socialmente e intervienen en la subjetividad de las personas.
Al parecer esto de que “el lenguaje humano se caracteriza por la ambigüedad” no siempre se ha comprendido en todo su alcance. Me parece que la perspectiva psicoanalítica que instala esta ambigüedad en “la separación entre los sexos que ninguna relación sexual logra colmar”, es la más acertada.
Esta ambigüedad también pone en evidencia, en su función creativa y/o poética, el lugar mismo donde esta separación surge. En otras palabras, ¿cómo podría haber poesía si el lenguaje no fuera ambiguo? ¿Qué opciones creativas dejaría la correspondencia plena entre palabras y cosas?
Lacan arriesga una proposición: “no hay relación sexual”. En efecto, las relaciones sexuales existen cuantas se quiera, pero lo que falta es una relación fija, invariable, una proporción entre un sexo y otro, algo parecido a lo que pasa en el universo de los instintos como se observa en los animales. Las relaciones sexuales de los animales son semafóricas (señales de luz, olor, imagen, sonido, etc.).
No hay relación sexual a nivel del significante, es decir, en el universo simbólico. A pesar de esta evidencia poética, psicoanalítica, médica, antropológica, etc., que no deja de ser provocativa aunque tiene ya bastantes años, todavía se tiende a obtener, a considerar la sexualidad humana desconociendo su dimensión simbólica, sin considerar, por ejemplo, que los humanos necesitamos iglesias que ocupen el lugar de la carencia.
Así, se hacen montones de discursos para ordenar este desorden fundamental de la creación humana, sin embargo, ningún logro adviene, ningún éxito está a la vista, la falta no se colma, la carencia es estructural.
Seguramente las propuestas concretas que inciden en la organización social, pueden enriquecerse con aproximaciones encaminadas a vislumbrar ciertos elementos de la sexualidad humana que quedan al margen de las normativas, especialmente cuando se habla de cuerpo, de sexualidad, de condición de la mujer, etc.
Sin embargo, habría que aclarar a ciertas “pedagogías” de género “comportamentalistas” o “cognoscitivistas” -basadas en el prejuicio de la armonía-, que no es el órgano anatómico el que inscribe al ser humano de uno u otro lado. Tampoco se vislumbra avance alguno con la “feminización” de las palabras. Quizá para lograr algunos avances se tienen que asumir los modos en los que el aparato simbólico ha organizado la sexualidad de los hombres y las mujeres, de “hablantes” para utilizar un término que no prejuzga.
Pensemos por un momento en la “tragedia novelada” que estamos viviendo los bolivianos a propósito del hijo fantasma del presidente Evo Morales, al margen de las lecturas y polémicas políticas, el caso pone en evidencia la sintomatología de los prejuicios y concepciones retrógradas de una sexualidad ordenada bajo la égida del patriarcalismo más radical. Habría que “desnaturalizar” la sexualidad para entender hasta qué punto todo un conjunto social complejo, ya consciente, ya inconscientemente, defiende el poder histórico de los “hombres”.    


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