sábado, 26 de marzo de 2016

Ensayo

René y Marcelo, vidas paralelas



El autor del flamante libro René Zavaleta Mercado. El nacional-populismo barroco (Plural, 2015), y que en 2010 también presentó El socialismo vivido, biografía de Marcelo Quiroga Santa Cruz, se detiene en los escasos encuentros y muchas distancias entre ambos intelectuales.


Hugo Rodas Morales 

La similitud que más nítidamente creo haber entrevisto entre Marcelo Quiroga Santa Cruz y René Zavaleta Mercado se refiere precisamente a la trayectoria intelectual de ambos, a lo que se llama “autonomía intelectual”, el proceso de individuación mediante el cual una persona puede asumir su propia conducta, “intelectual” en el sentido de adoptar ciertas certezas (o dudas) antes que otras.
Ambos logran tal autonomía fuera de Bolivia, hacen productiva su condición de exilio: Quiroga muy joven, en Santiago de Chile, donde escribe Los deshabitados en 1957 y proyecta su actividad política independiente como demócrata cristiano (dos décadas después hará algo semejante desde México, en una línea definidamente marxista-leninista).
Zavaleta cumple esta maduración personal y teórica en Montevideo, cuando Uruguay pasaba por un periodo de bonanza y auge cultural, donde recibe la influencia de los nacionalistas argentinos de entonces, y escribe su primer libro en 1965, que primero se llamó El crecimiento de la idea nacional.
Me parece significativo inferir que no es, no puede ser, en la agitación política local, donde avizorar mejor un proyecto distinto para Bolivia, por la sencilla razón de que nuestras carencias exigen nuestra participación, impidiendo la observación distanciada. La indolencia no es una alternativa.
En cuanto al devenir personal de Zavaleta y Quiroga, me parece inevitable tener que decir que se trata de caminos paralelos en el sentido de que nunca se juntaron:
El de Zavaleta Mercado, que desde el diario movimientista La Nación injuria con especial dedicación a Quiroga Santa Cruz, a su familia y a todo su entorno social cercano o ficticio en 1960 y que, cualquier crítico estará de acuerdo, no entiende lo que rechaza: Los deshabitados, la serie de artículos “La victoria de abril sobre la nación”, una revista cultural dirigida por Quiroga, lo que llama demoformalismo; todo sería lo mismo e igual a Rosca. La influencia de Augusto Céspedes sobre Zavaleta, era percibida desde la prensa no oficialista, como una subordinación que disminuía su personalidad.
El otro, el del escritor-de-prensa que pudo expresarse al caer el MNR, brillaba tanto -la expresión es de René Barrientos, que resentía así la oposición democrática del diario El Sol a su despotismo y el de su secretario Fernando Diez de Medina, del MNR- que era portavoz plural de la sociedad.

Publicó, entre otros, un informe de una Comisión Investigadora nacional sobre la corrupción en el triple periodo gubernamental del MNR, que incluía a Zavaleta, Guillermo Bedregal, Augusto Céspedes y otros del entorno de Paz Estenssoro, en el manejo supuestamente doloso de “Gastos Reservados”.
Tampoco en el confinamiento común (Madidi, 1968) se pusieron de acuerdo; una polémica sobre dos fechas de la Revolución Francesa era lo que recordaba Quiroga, de acuerdo a su esposa Cristina Trigo. Zavaleta expresó su sorpresa por la detención de Quiroga, como si éste fuera inmune, en anécdota cuyo recuerdo se debe a su esposa, Alma Reyles.
La práctica política de Zavaleta enriquece la muy curiosa conducta “revolucionaria”, consistente en continuar “lo que hay”, por muy deplorable que sea; un ejercicio insólito para la mera lógica, pero no para la política del populismo. Así, cuando en 1964, el exministro de Minas y Petróleo y entonces diputado, Ñuflo Chávez, solicitara un informe sobre Gulf y el desnacionalizador Código del Petróleo al exdiputado Zavaleta (en 1962), entonces titular del despacho ministerial indicado, éste último le devolvió la responsabilidad de legislar contra el Código execrado por ambos, restando toda responsabilidad a su ministerio: “Tenemos que sujetarnos a la ley que existe en este momento” (16 de septiembre de 1964).
Contra la práctica “nacionalista”, divorciada por completo del discurso furibundamente antiimperialista -por un rol burocrático que Zavaleta admitiera deber a Paz Estenssoro, en carta a Mariano Baptista Gumucio del 10 de septiembre de 1962- Quiroga insiste en algo que no fue indiferente a Zavaleta cuando, una década después, admitida por Gulf su política de sobornos en Bolivia, el dirigente socialista exiliado igual que Zavaleta en México, escribe que “detrás del fantasma de Barrientos” -que había fallecido y aparecía convenientemente como “el único culpable”- estaban todos aquellos exfuncionarios que favorecieron una política petrolera antinacional. Zavaleta respondió criticando sintomáticamente, no a Barrientos sino a Ovando.
El recuento podría hacerse muy extenso: baste señalar que la Gulf fue nacionalizada y derogado el Código del Petróleo del MNR por Quiroga y desde el Ministerio de Minas y Petróleo, en los primeros meses del gobierno de Alfredo Ovando (1969), renunciando al año siguiente; que próximo a ingresar a la Asamblea Popular por el Partido Socialista (donde el MNR había sido proscrito), Quiroga criticó la impostura del naciente MIR en el que Zavaleta participara; que en el exilio, donde ambos eran perseguidos por regímenes fascistoides, Zavaleta acusaba en reserva de “extremista” a Quiroga.
De modo que la distancia se debía a una historia de oposición ideológico-política evidente. Que Quiroga Santa Cruz fuera Marcelo para las masas debió ser para Zavaleta, como para el MIR, el PCB y gran parte de la izquierda boliviana de entonces, proclive a cualquier acuerdo burocrático, insoportable: lo muestra, en el caso de Zavaleta, el título y contenido deliberadamente falaz de un capítulo de Las masas en noviembre  denominado “Quiroga Santa Cruz”.
Suele caricaturizarse de modo simplista la relación entre ambos, como ejercita recientemente Carlos Toranzo (en la videoteca sobre “Historia de Bolivia”, del Instituto Prisma): “Amores y disputas” dice, pero solo puede rememorar lo segundo: Quiroga habría observado la sintaxis de Zavaleta; éste, el escaso conocimiento teórico de aquél.
La explicación sin embargo no es obvia (ni ejemplar la del mediador: “Los dos eran unos ignorantes de vida cotidiana: de fútbol”). Entiendo que Zavaleta pertenecía a una clase media muy pobre y que, como es casi regla, creía en el ascenso social mediante el saber, buscándolo de modo individual y con objetivos elitistas declarados; las formas no le importaban más que la satisfacción de impulsos propios.
Quiroga, no conocía a través de lecturas tanto o mejor que mediante cierta distinción tradicional casi extinguida y que era el aire en el que había crecido, su “capital cultural”; ignoraba la pretensión del prestigio intelectual y por tanto podía prescindir de sumar citas. El mérito mayor como esfuerzo intelectual, me parece, le corresponde a Zavaleta, pero nadie ha dicho hasta hoy que su vida hubiera sido admirable y podemos suponer razonablemente, que su diario personal no será publicado por su familia jamás. En el caso de Quiroga, no precisa repetirse lo que su vida y obra fueron, al unísono, para los bolivianos.




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