Caraco y el caos
Breve presentación de Albert Caraco, un oculto escritor sefardí-francés-uruguayo. “No se trata de un incomprendido, olvidado o injustamente relegado, sino de alguien que se ha aislado por voluntad propia”, advierte Alan Castro.
Alan
Castro Riveros
...en
todas partes el futuro del orden será el caos, el orden ya no tiene sentido, no
es más que una mecánica vacía...
Albert Caraco
Caraco
Albert
Caraco (1919-1971) fue un escritor en lengua francesa de origen sefardí que
nació en Estambul -ciudad donde se barajan Oriente y Occidente, y a la que él
prefería llamar Constantinopla. Pasó su infancia entre París, Praga y Berlín, como
hijo único de una pareja cuyo apellido cargaba una inalterable persecución.
Para
rematar su carácter fugitivo, Albert, con veinte años -al inicio de la Segunda
Guerra Mundial- cruzó el Atlántico para refugiarse junto a sus padres en Sudamérica.
Habiendo pasado apenas por Honduras, la trinaria y rica familia Caraco llegó a
vivir en Río de Janeiro y Buenos Aires, recalando finalmente en Montevideo -donde
se nacionalizaron uruguayos.
En
1941, en Brasil, Caraco publicó su primer libro, compuesto por dos tragedias: Inés de Castro (basada en la historia de
la noble gallega que fue exhumada por su amante, el rey Pedro I, para casarse y
ser el primer cadáver en gobernar Portugal, pues después de ser muerta fue Reina, como dice Camões) y Los mártires de
Córdoba (en torno a los cristianos mozárabes condenados a muerte por la ley
islámica).
Este
libro resulta un insólito inicio para la apabullante e indefinible obra de Albert
Caraco. Sin embargo, aún habiendo sido escrita con rigurosas leyes de
versificación -incluyendo una diatriba compuesta por una secuencia solapada de
versos alejandrinos al final de Inés de
Castro-, las piezas históricas elegidas por Caraco y esa curiosa injuria que
resuena con un ritmo arcaico en la última estrofa (la cata-strophe) de su primera tragedia, dan la pauta del estilo fulminante,
parco y epigramático por el que lo reconocemos hoy.
El libro de los combates del alma
(1949)
fue publicado en París después de un periodo de trasmutación personal que
Caraco menciona en Mi confesión (1975):
Nací para mí mismo entre 1946 y 1948,
entonces abrí mis ojos al mundo, hasta ese momento estaba ciego.
Aquel
libro de poesía prefigura la transición de un Caraco anclado en la tradición
romántica francesa a otro que, después de veinte años, escribiría las escalofriantes
imprecaciones que se despliegan en los libros publicados desde 1967 hasta 2010
en la recóndita ciudad galo-romana de Lausanne por obra de la también recóndita
editorial L`Âge d´Homme.
De
casi una treintena de turbulentos libros publicados en francés, apenas dos han
sido traducidos al castellano y publicados por Sexto Piso: Breviario del caos (2004) y Post
mortem (2006). Este último fue escrito en 1963, después de la muerte de su Señora Madre. El padre moriría en 1971
y, tal como lo había prometido, su hijo Albert se suicidó un día después del
fallecimiento de su progenitor.
La masa de perdición
El
encierro de Albert Caraco -quien vivió siempre en la casa paterna y jamás tuvo
un trabajo-, su misantropía derivada de su condición de eterno extranjero,
muchas veces se ve como la causa de su desprecio por la pululante especie
humana, a la que él llama masa de
perdición.
Sin
embargo, también podemos pensar que tal retiro fue la decisión consecuente de
un radicalismo que encuentra en el aislamiento la única posibilidad de
redención; pues cualquier trato con la masa
de perdición para Caraco es ya un paso en falso que encamina al hombre a
dejar resbalar cuerpo y mente en la mecánica automática del caos. Para Caraco
el caos obra con una lógica indiscutible (aunque impotente) y funcional en todo
momento: el orden. De tal manera, el
caos se ve, se nombra y se reconoce en la fatua organicidad del actual orden
social.
Si
bien es fácil tachar la obra de Caraco como la de un pesimista radical, de un
nihilista maldito, un racista, un enemigo del género humano y un fracasado
impostor, también es posible atisbar en su escritura el señalamiento de una
revelación incapaz de quedarse en ataques gregarios. Para Caraco el poder no
está oculto en un gobierno, religión o cultura, sino que late en cualquier idea
que, por más mínima, tiende al fanatismo y a la indiferenciación; cualquier ilusión
que se plantee es una manera más de atizar el caos. Es así que Albert Caraco escapa
del vendaval de ideales, esperanzas y ficciones para mirar -sin nada qué hacer-
el desmoronamiento ineludible de la actual humanidad.
La dimensión apocalíptica
Para
Caraco el fin de la historia como lucha de ideologías no va a terminar si no es
con un nuevo y mil-veces-mayor holocausto, del que sobrevivirá un puñado de hombres
destinados a crear la nueva humanidad. Las ideologías, dice él, continuarán su
expansión exponencial y serán cada vez más nimias y absurdas -por tanto,
imbatibles. De tal manera, su obra pretende llegar a aquellos sobrevivientes,
que serán tales por su aislamiento del pensamiento convergente de la masa de perdición.
Por
otro lado, en la visión de Caraco, el fin de la historia es el fin de 5.000
años de recorrido que el hombre hizo para extinguir en el caos a la masa de perdición. Y también es el fin
de un esquema mental que obliga a leer la historia según ciertos moldes
heredados, eficientes y tan macabros como aquellos que mueven automáticamente
los engranajes impalpable del caos.
De
todas maneras, aunque Caraco se estrelle mil veces contra ciertas razas,
clases, gremios, grupos y religiones, es difícil reducir sus palabras a un
ataque teledirigido, pues de pronto señala un abismo que está siempre a un solo
paso y en todo lado. En ese sentido, cabe mencionar el hecho de que Caraco
lanzara lapidarias invectivas contra los antisemitas y tuviera gran estima por
Louis-Ferdinand Céline (un escritor abiertamente antisemita), a quien
consideraba un auténtico escritor de
nacimiento, un hombre poseído.
--
Breviario
del caos
(Fragmento)
Albert
Caraco
Se me dirá que no soy
constructivo, se me reprochará que edifique sobre la catástrofe y la considere
condición previa al reordenamiento del universo; se me dirá que no soy social,
se me reprochará que prevea la inmolación de los locos y la considere necesaria
para que la restauración del hombre finalmente tenga lugar; se me dirá que soy
inhumano, puesto que la vida de varios miles de millones de insectos no me
importa y porque predico el despoblamiento de la ecúmene; se me dirá que soy
inmoral, puesto que sacudo el eje de los valores e invierto los signos.
Reconozco mis errores, quiero declararme culpable y estoy conforme con
perseverar en mis gestiones: es que yo creo en el orden de nuestros días
siguientes, este orden del que yo soy uno de los profetas y en quien nuestros
descendientes reencontrarán eso que habían profesado los hombres arcaicos. [p. 77]
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