Música y política
El poder de connotación e influencia de la música, puesto al servicio de intereses ideológicos.
Pablo Mendieta Paz
No se está descubriendo la pólvora al sostener que la
relación entre la música y la política ha sido trascendental para que los pueblos
latinoamericanos sojuzgados por regímenes dictatoriales hubieran logrado su
liberación.
De hecho, diversas investigaciones originadas y
desarrolladas con el más minucioso rigor científico, han dado como resultado
que la música es, entre las artes, la que más guarda en sus matices de orden
mental y emocional un atributo de vulnerabilidad en el acontecer político,
debido esto a los estrechos vínculos que la asocian con la vida individual y
colectiva de una sociedad.
Si esta estrecha relación es susceptible de ser analizada a
través de ensayos o de serios trabajos de investigación que por natural
propagación y ensanchamiento científicos involucran en su desarrollo a otros
ámbitos del conocimientos, se aclara que no es este el motivo que incumbe a la
presente nota, que no persigue otro fin que no sea el de mencionar ciertos
hechos específicos que, reseñados simplemente como sucesos circunstanciales,
han vinculado a la música con la política.
Michelle Bachmann, candidata en 2012 a la Casa Blanca por el
Tea Party, movimiento de tendencia derechista y ultraconservadora, creyó haber
encontrado para su campaña la fórmula mágica que pudiera personalizarla y
seducir al electorado: la canción American
Girl, compuesta e interpretada por Tom Petty en los años 70, de la que
Bachmann empleó algo menos de 30 segundos para uno de sus mítines.
Al compositor, cantante y ex líder de los Heartbreakers, no
le cayó en gracia la explotación, con ese fin, de una pieza considerada como un
clásico y exigió al equipo de la candidata retirarla de inmediato; más aún con
el fresco recuerdo de otro molestoso antecedente que le tocó vivir al músico
cuando en el año 2000 el entonces candidato republicano a la presidencia,
George W. Bush, pretendió utilizar, para idéntico fin, otra de sus conocidas
canciones: I Won´t Back Down (No volveré a caer).
Pero sin duda que uno de los casos más renombrados de
apropiación musical para fines políticos, fue el protagonizado por Ronald
Reagan quien, sin el consentimiento de
Bruce Springsteen, cantante, compositor y guitarrista estadounidense,
utilizó su Born in the USA en la
campaña hacia la presidencia de 1984, como un emblema de patriotismo de los
combatientes en la guerra de Vietnam; lo cual no guardaba relación alguna con
el verdadero fondo de la canción, cuyo texto, consecuente con las simpatías de
Springsteen por el Partido Demócrata, es una crítica ácida al trato que
sufrieron los veteranos de aquella vergonzosa guerra considerada como una
auténtica plaga.
A raíz de ello, Bill Clinton echó mano en 1992 del tema Don´t stop (No te detengas) de la banda británica de rock Fletwood Mac, como
una declaración de intenciones para dejar atrás 12 años de “oprobiosos
gobiernos republicanos”.
Se ha comprobado al respecto, en cita superficial de
aquellas investigaciones aludidas al principio de la nota, que la utilización
de música en campañas electorales ayuda a la conexión emocional con el
ciudadano, a la identificación influyente y muy efectiva de un candidato y de
un partido.
Es sabido de anuncios políticos que han apelado al miedo
mediante notas discordantes, sintonías que han subido en intensidad buscando la
tensión del receptor y no han dudado en utilizar sirenas, llantos o gritos. En
1996, el PSOE español emitió el spot electoral más renombrado de la democracia
española: un doberman a punto de atacar, con un fondo de sonidos lúgubres que
provocaban miedo y tensión en el telespectador (una publicidad propia de
Goebbels, el ministro de Propaganda nazi).
Esta singular relación entre música y política está incluso
caricaturizada en la famosa frase del cineasta Woody Allen que,
metafóricamente, la asocia al spot del PSOE: “cuando oigo a Wagner me entran
ganas de invadir Polonia”, discurriendo en los gustos musicales de Hitler y del
Tercer Reich.
Años más tarde, volviendo a EEUU, Barack Obama recurrió a
los irlandeses U2 para hacer de City of
blinding lights (Ciudad de luces
cegadoras) su tema de una campaña basada en la reconstrucción del país y en
la recuperación del optimismo para encarar el futuro tras un oscuro pasado.
Aunque Bono, su vocalista, escribió el texto al visitar por primera vez
Londres, el resto de la banda, tras tocar en Nueva York, asoció la canción con
los atentados del 11 de septiembre de 2001.
En el Festival de la Canción de Eurovisión de 2014,
celebrado en la ciudad danesa de Copenhague, las cantantes y hermanas gemelas
rusas, Anastasia y María Tomalchevy, sufrieron por su participación severas
críticas debido en gran parte a la postura de su país en la crisis de Ucrania.
Un trozo de la lírica de Shine
(Brillar), tema con el que
concursaron las gemelas, fue interpretado como “una supuesta alegoría a la
anexión de Crimea a Rusia”.
En fin, ejemplos de conexión entre música y política los hay
por miles, como que en todas partes se cuecen habas. Sin ir más lejos, el
pasado octubre el cantautor boliviano Alejandro Delius, en su condición de
adherente al Movimiento al Socialismo (MAS), compuso una breve canción
favoreciendo al “sí”, es decir a la reforma de la Constitución Política del
Estado a través del referéndum que se verificará en febrero del próximo año,
con la finalidad de que Evo Morales y Álvaro García Linera sean nuevamente
postulados a la presidencia y vicepresidencia de Bolivia; en contraposición a
un férreo bloque opositor que iza bandera por el “no”.
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