domingo, 8 de noviembre de 2015

Staccato

Música y política

El poder de connotación e influencia de la música, puesto al servicio de intereses ideológicos.



Pablo Mendieta Paz 

No se está descubriendo la pólvora al sostener que la relación entre la música y la política ha sido trascendental para que los pueblos latinoamericanos sojuzgados por regímenes dictatoriales hubieran logrado su liberación.
De hecho, diversas investigaciones originadas y desarrolladas con el más minucioso rigor científico, han dado como resultado que la música es, entre las artes, la que más guarda en sus matices de orden mental y emocional un atributo de vulnerabilidad en el acontecer político, debido esto a los estrechos vínculos que la asocian con la vida individual y colectiva de una sociedad.
Si esta estrecha relación es susceptible de ser analizada a través de ensayos o de serios trabajos de investigación que por natural propagación y ensanchamiento científicos involucran en su desarrollo a otros ámbitos del conocimientos, se aclara que no es este el motivo que incumbe a la presente nota, que no persigue otro fin que no sea el de mencionar ciertos hechos específicos que, reseñados simplemente como sucesos circunstanciales, han vinculado a la música con la política.
Michelle Bachmann, candidata en 2012 a la Casa Blanca por el Tea Party, movimiento de tendencia derechista y ultraconservadora, creyó haber encontrado para su campaña la fórmula mágica que pudiera personalizarla y seducir al electorado: la canción American Girl, compuesta e interpretada por Tom Petty en los años 70, de la que Bachmann empleó algo menos de 30 segundos para uno de sus mítines.
Al compositor, cantante y ex líder de los Heartbreakers, no le cayó en gracia la explotación, con ese fin, de una pieza considerada como un clásico y exigió al equipo de la candidata retirarla de inmediato; más aún con el fresco recuerdo de otro molestoso antecedente que le tocó vivir al músico cuando en el año 2000 el entonces candidato republicano a la presidencia, George W. Bush, pretendió utilizar, para idéntico fin, otra de sus conocidas canciones: I Won´t Back Down (No volveré a caer).
Pero sin duda que uno de los casos más renombrados de apropiación musical para fines políticos, fue el protagonizado por Ronald Reagan quien, sin el consentimiento de  Bruce Springsteen, cantante, compositor y guitarrista estadounidense, utilizó su Born in the USA en la campaña hacia la presidencia de 1984, como un emblema de patriotismo de los combatientes en la guerra de Vietnam; lo cual no guardaba relación alguna con el verdadero fondo de la canción, cuyo texto, consecuente con las simpatías de Springsteen por el Partido Demócrata, es una crítica ácida al trato que sufrieron los veteranos de aquella vergonzosa guerra considerada como una auténtica plaga.
A raíz de ello, Bill Clinton echó mano en 1992 del tema Don´t stop (No te detengas) de la banda británica de rock Fletwood Mac, como una declaración de intenciones para dejar atrás 12 años de “oprobiosos gobiernos republicanos”.
Se ha comprobado al respecto, en cita superficial de aquellas investigaciones aludidas al principio de la nota, que la utilización de música en campañas electorales ayuda a la conexión emocional con el ciudadano, a la identificación influyente y muy efectiva de un candidato y de un partido.
Es sabido de anuncios políticos que han apelado al miedo mediante notas discordantes, sintonías que han subido en intensidad buscando la tensión del receptor y no han dudado en utilizar sirenas, llantos o gritos. En 1996, el PSOE español emitió el spot electoral más renombrado de la democracia española: un doberman a punto de atacar, con un fondo de sonidos lúgubres que provocaban miedo y tensión en el telespectador (una publicidad propia de Goebbels, el ministro de Propaganda nazi).
Esta singular relación entre música y política está incluso caricaturizada en la famosa frase del cineasta Woody Allen que, metafóricamente, la asocia al spot del PSOE: “cuando oigo a Wagner me entran ganas de invadir Polonia”, discurriendo en los gustos musicales de Hitler y del Tercer Reich.
Años más tarde, volviendo a EEUU, Barack Obama recurrió a los irlandeses U2 para hacer de City of blinding lights (Ciudad de luces cegadoras) su tema de una campaña basada en la reconstrucción del país y en la recuperación del optimismo para encarar el futuro tras un oscuro pasado. Aunque Bono, su vocalista, escribió el texto al visitar por primera vez Londres, el resto de la banda, tras tocar en Nueva York, asoció la canción con los atentados del 11 de septiembre de 2001.        
En el Festival de la Canción de Eurovisión de 2014, celebrado en la ciudad danesa de Copenhague, las cantantes y hermanas gemelas rusas, Anastasia y María Tomalchevy, sufrieron por su participación severas críticas debido en gran parte a la postura de su país en la crisis de Ucrania.
Un trozo de la lírica de Shine (Brillar), tema con el que concursaron las gemelas, fue interpretado como “una supuesta alegoría a la anexión de Crimea a Rusia”. 
En fin, ejemplos de conexión entre música y política los hay por miles, como que en todas partes se cuecen habas. Sin ir más lejos, el pasado octubre el cantautor boliviano Alejandro Delius, en su condición de adherente al Movimiento al Socialismo (MAS), compuso una breve canción favoreciendo al “sí”, es decir a la reforma de la Constitución Política del Estado a través del referéndum que se verificará en febrero del próximo año, con la finalidad de que Evo Morales y Álvaro García Linera sean nuevamente postulados a la presidencia y vicepresidencia de Bolivia; en contraposición a un férreo bloque opositor que iza bandera por el “no”.


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