sábado, 28 de noviembre de 2015

Desde la butaca

La decadencia del Museo Nacional de Arte


A partir de evocaciones, datos y evidencias, la autora hace una dura crítica a los administradores del repositorio paceño y de paso se lamenta por la imagen de Plaza Murillo.



Lupe Cajías

En medio de tantos desaciertos del directorio de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, podría pasar inadvertida la decadencia física y de contenidos del Museo Nacional de Arte, el principal repositorio de artes plásticas en La Paz y uno de los más importantes del país. Sin embargo, quienes hemos seguido a ese cultivado escenario no podemos quedar indiferentes y callar ante su maltrato.

Una casona colonial
La vivienda original de Francisco Tadeo Diez de Medina, barroco mestiza, fue desatendida hasta 1960, cuando fue recuperada por el Estado para guardar ahí colecciones de artistas nacionales, desde la Colonia hasta la época contemporánea. Queda en la esquina de la calle Comercio y Socabaya, frente a la Catedral de Nuestra Señora de La Paz y sus bellas arquerías adornan esa encrucijada.
Hace varios años pasó a tuición de la FC-BCB, institución que tenía recursos y reunía a personas con experiencia para mejorar la administración de los museos bolivianos. La época dorada del trabajo interno y externo del MNA fue bajo el impulso de gestoras como Teresa Neiva y Norma Campos, además de una la larga lista de académicos y trabajadores que ayudaron a ponerlo en el primer sitial nacional y como referencia principal para entender el desarrollo de la pintura en Bolivia. 
Semanal o quincenalmente organizaban impecables muestras, ordenadas bajo un concepto y con folletos ilustrativos. Por ejemplo, el retrato en el siglo XIX, o el Illimani entre los pintores vanguardistas, o el paisaje del altiplano entre pintores post 52. También hubo retrospectivas extraordinarias de María Luisa Pacheco o de Cecilio Guzmán de Rojas, siempre con suficientes datos textuales para ubicar al espectador.
Por otro lado, el MNA cedía su espacio para conferencias para conciertos. Hace tres décadas daban conciertos matinales en domingo, exquisita experiencia que transportaba al siglo XVIII mientras tañían la hora nona en la catedral. Ahí escuché por primera vez a los niños de Urubichá y más tarde otros conciertos del recuperado pasado musical barroco. El patio de piedra y aljibe y los arcos alegrados con geranios florecidos y cuidados eran butacas melancólicas e inolvidables.
El museo cuenta con una amplia colección de pintores coloniales, aquellas firmas que fundaron las escuelas de Potosí y de La Paz. Anualmente iba a ver a Melchor Pérez Holguín o los lienzos anónimos de la escuela cuzqueña y pequeñas obras de arte. No hay excursión más simpática que ser turista en la propia ciudad pues así uno se detiene a mirarla mejor.
En varias ocasiones incluía en esos paseos a mis hijos, a mis sobrinas, a colegas visitantes, a compañeras deportistas, o a alumnos. Los paceños no visitan las exposiciones permanentes, ni siquiera en la época colegial o universitaria. En la segunda planta del MNA lucían con marcos dorados esas señales bellas de la herencia española.
Examinar la obra de Arturo Borda, por nombrar a uno de los importantes autores de la primera mitad del siglo XX, llena el espíritu; sus famosas obras sobre la victoria del arte o sobre el yatiri y el paisaje imponente paceño provocaban año tras año el goce que nos da lo estético y profundo.
En 1993 me tocó iniciar la negociación para intercambiar la sede histórica de la Asociación de Periodistas de La Paz con otras oficinas públicas con el objetivo de ampliar las salas de exposición ante la demanda del público. Los directivos de la FC-BCB de entonces emprendieron un gran reto con otras casonas y museos para completar los repositorios nacionales.
Los periodistas perdíamos el cariño acumulado en siete décadas de paso por la Comercio, a cambio de apoyar al Estado que quería dar más oportunidades a la cultura y también fortalecer una de las grandes fuentes de turismo como son los museos. Fue una buena razón y así lo comprendieron los socios que aceptaron el traslado.
La ampliación ayudó a fomentar más salas con exposiciones contemporáneas de artistas locales, nacionales y extranjeros y muchas muestras auspiciadas por las embajadas acreditadas en nuestro país, además de otras actividades culturales.
El MNA, como otros recintos similares, se modernizó con una tienda para ofrecer recuerdos de obras emblemáticas, en postales o camisetas, carteras o afiches. Los famosos Ángeles de Catamarca eran los más requeridos. Ésta es una fuente de ingresos propios en los museos del mundo.
Comenzó a funcionar una confitería con ofertas sencillas para calmar la sed del forastero o tentar a una merienda al transeúnte, y como lugar de encuentros entre gente vinculada al mundo de las ideas y de la creación.
Esta actividad, junto al empuje de los administradores del Hotel Torino que recuperaron esa otra casa colonial vecina para el arte y la convivencia con olor a personajes y decorados del ayer, permitió soñar en la recuperación de la Plaza Murillo y del centro histórico urbano para el goce cultural.

Una plaza más y más fea
En cambio ahora, la Plaza Murillo está cada vez más fea y hostil. Los habitantes de La Paz hemos dejado que avance una equivocada idea de populismo, además del ambiente conflictivo que no cesa en estos 10 años. Por lo menos cinco días al mes, la plaza está cerrada para impedir la llegada de alguna protesta social y regularmente es invadida por grupos de choque oficialistas para agitar cualquier actividad política.
Este ambiente influye para la ausencia de bonitos locales como sucede en otras partes. Panamá recuperó su centro histórico con ofertas gastronómicas y culturales al aire libre; Lima con la apertura de sucursales de los restaurantes de famosos chefs y paseos a conventos; Bogotá con librerías y cafeterías en los balcones; Cuzco, Quito, Río de Janeiro… ¿Quién va invertir en La Paz? Una modesta pizzería, salteñas al paso, galletas en un kiosco, eso es todo.
En medio de ese contexto desprolijo, la FC-BCB y Galo Coca, director del MNA decidieron cubrir las piedras barrocas de la fachada del Museo con un rosado chillón, pintura barata, ya agrietada y manchada con heces de palomas. Si quisieron ser “plurinacionales” podrían empezar por otra esquina. Actualmente albañiles trabajan en alguna remodelación que no se sabe dónde terminará, pero no hay buenos augurios.
Lo más decadente son las exposiciones, hechas al estilo masista, improvisadas, con papelitos sueltos, sin folletos ni explicaciones. Los bellos dibujos de Guzmán de Rojas se pierden en el ingreso mientras en la sala mejor iluminada cuelgan las de otros menos importantes. Hay una obra del famoso mexicano Cuevas u otra de Obregón, sin ninguna explicación o concepto. ¿Cuál es el orden, por qué se mixturan generaciones, procedencias, cómo se entera un turista de quién es Borda, bajo el título de “el dibujo en las colecciones del MNA?”.

Un desastre y no hay esperanza de mejora. Dar importancia a la cultura es muy neoliberal, salvo a los prestes. La politización y el favoritismo en la FC-BCB y por tanto del MNA son la principal causa del derrumbe de una institución que costó tantos esfuerzos económicos y humanos.

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