Lo aéreo y lo lejano
Reseña de dos poemarios Lo que aire es, del ecuatoriano Xavier Oquendo, y Lo lejano, del colombiano Santiago Espinosa.
Gabriel Chávez Casazola
En la maleta, en la mesa, rebalsando los estantes,
resignificando espacios, los libros. Hoy tomo dos de ellos que me son queridos,
para compartir su lectura -mi lectura- con ustedes, a sabiendas quizá de que no
es posible encontrarlos en Bolivia.
El primero de ellos, Lo que aire es, del poeta ecuatoriano Xavier Oquendo, se ha
publicado en Argentina (El Suri Porfiado), España (Valparaíso Ediciones, que
según acabo de ver lo ofrece también en edición digital) y Colombia (Colección Los
Torreones) en 2014.
Suspendida entre dos silencios, entre dos edades, entre
dos soledades silenciosas, como una servilleta blanca o una sábana puesta al
sol: bandera de armisticio con los pequeños y vastos dolores de cada día, y a
la par declaración de guerra contra el tiempo que huye (y que nos lleva): así
es la palabra de Lo que aire es.
Confesión musitada al oído en medio de la barahúnda
de la ciudad o grito en una habitación vacía. Ejercicio de memoria y ejercicio
de renuncia a la memoria. Manual de instrucciones para desamar. Mirada implacable a un espejo trizado y el
propio espejo trizado. Y sin embargo, pese a su gesto desencantado, es también
un credo en lo (poco) que perdura y arde:
algunos rostros perdidos, acaso hollados, y hallados nuevamente; ciertas
calles que doblan en la esquina; la misma poesía -soplo, aire- anterior a todo
y todos, capaz de fundar y renovar y purificar.
En su engañosa sencillez, parapetados tras su titulación
de sabor clásico, estos poemas primero esconden más de lo que revelan, y luego
revelan mucho más de lo que habían escondido. Además, una ética los subyace y
atraviesa: la de una descarnada honestidad de la voz que poetiza y que es
capaz, por ello, de devolvernos la fe en la palabra en un mundo donde ella,
como tantas otras cosas esenciales, ha perdido su valor.
Lejos del vano artificio y de tentaciones formales
al uso, la poesía de Xavier Oquendo Troncoso se nos propone aquí introspectiva y
coloquial, y en tanto tal, capaz de suscitar reflexión y emoción: puente y
oriflama. Entre el silencio que la precedía y el que le sigue al cerrar este
libro, la sábana blanca del lenguaje brilla con nuevos reverberos.
El segundo libro que he elegido hoy es Lo lejano, del poeta y ensayista
colombiano Santiago Espinosa, publicado en Ecuador (El Ángel) este 2015.
Detrás de lo
que escribo / siempre hay lluvia, confiesa Espinosa
casi al descuido, como si al decirlo no estuviera aprehendiendo en el aire la
flecha de su escritura, dibujando sobre cristal velado (o sobre humo) el
paisaje de este libro, hecho del fulgor
de las cosas perdidas, ese bostezo de
polvo y lumbre que nimba lo lejano.
Poesía es
darle la voz a la / llovizna –insiste-, desocupar el espacio / para que pueda caer. Así, amoroso oficio,
su palabra comienza a armar barcos que son, en su ayer, futuros extravíos, o en su ahora
apenas fisuras del silencio, de la amnesia, goteras por donde se
cuelan pequeñas memorias individuales -piedras rotas, la acidez de las curubas que empaña los bigotes-; y que al fluir o
tropezar en el cauce de la memoria compartida de su patria (tres tiros de sombra, la sangre / equivocada),
van descubriendo conexiones estrechas y necesarias entre esa voz y las cosas
que riega, entre el debe de los ojos y el haber de lo visto, hebras capaces de
dar razón o excusa al sinsentido.
El autor sabe que estos poemas son trazos de la ruina. No hay truco
posible: solo el encanto perdido y hallado de lo que ya no es -prueba el amor de lo que siempre se despide-
o su reverso, el ruido / de las puertas
que nunca se abrieron, el sauce en el ojo del vecino, lo que jamás será.
A pesar de todo y gracias a todo, la poesía es un
tamborero que nos mira / con su camisa de fiesta / para
hechizar la muerte. Santiago Espinosa, como ese tamborero, nos hechiza
también, nos interna, insinuante, en el reino de Lo lejano. Autor y lector nos convertimos, a esas alturas de la
neblina, en dos sombras tristes que se
juntan en los parques. / Juegan sus
cartas, van al hotel de la avenida.
Pero llueve / adentro. Llueven
voces. Y no queda sino dejarse mojar
en la encalada habitación de sus páginas.
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