La impronta editorial
Apuntes en torno al mundillo del editor y las editoriales. No se trata de recolectar libros al azar y meterlos en una bolsa.
Alan
Castro Riveros
Resonancias
Aunque
últimamente se han hecho apologías a “grandes editores” y se celebran
encuentros editoriales de todo calibre, la imagen del editor suele ser fría, recóndita
y nebulosa para el lector de la calle.
Una
aproximación al trabajo editorial no es cosa de atragantarse en el ensarrado
gozne que articula el mercado y la producción libresca (como piensan los
editores entrampados), sino que -en primer lugar- es crucial ahondar en las
minuciosas diferencias que hay entre distintas sensibilidades editoriales, entre
sus preferencias, reparos, producciones y fidelidades. Es allí -en el
discernimiento de ciertas marcas únicas que una edición otorga al libro- donde
se revela (o no) una impronta (o solo una imprenta) editorial.
Este
discernimiento, por otro lado, cambiaría la visión de muchos recolectores que
decidieron meter todos los libros en la misma bolsa de mercado, después de
haber sido sonados con la teoría de la relatividad en conjunción con el estudio
iluso de la industria cultural.
En
cambio, basta la observación de una pequeña impronta editorial en un libro o
colección de libros, para enfocar la relación íntima entre un lector activo y un
texto que resuena en él por razones a veces evasivas o, incluso, inocentemente ignoradas,
pero en todo caso humanas.
Un
libro se pone a resonar cuando aparece -junto a otros títulos- en la lista de
imprescindibles de un lector activo (un editor en estado natural). Se diría que
el editor es un coleccionista público de resonancias, alguien que las comparte
y adquiere la confianza (o no) de otros lectores, a quienes también les resuena
o solo suena ese algo indefinible que ha hecho sonar o resonar al editor.
La colección
La
diferencia entre una editorial que resuena y otra que suena nomás, estriba en
la coherencia (o no) de la colección de textos que propone. Esta coherencia resuena
y se manifiesta en la marca casi siempre inefable de una sensibilidad que
impregna sus ediciones, o, a veces y en menor grado, sencillamente se
manifiesta en una posición ética que apuesta por un foco literario más o menos
especializado.
El
italiano Roberto Calasso -fundador de la editorial Adelphi y escritor de minuciosidad
sibarita- rescata las palabras de un anónimo marxista que inopinadamente publicó
algo sesudo en la revista oficial de las Brigadas Rojas en junio de 1979. El
anónimo dice así: “En la cadena de producción de Adelphi, cada autor es un eslabón,
un elemento, un segmento”.
Y
es que el concepto de la edición se amplifica en el de editorial, pues esta
última implica una colección de libros editados. En la visión general de un
sistema editorial aparece una especie de titánico libro fantasmal hecho de
libros y autores que resuenan en coro. Y esta imagen coral, única y paradójica,
de pronto sobrevuela o subyace en cada libro de una colección editorial.
En
ese sentido, y volviendo al ejemplo de Adelphi, es difícil decir qué cosa
específica une a Jakob von Gunten de
Robert Walser, la biografía del mago tibetano Milarepa, el informe minucioso de
la relación entre un padre y un hijo en la época victoriana y El manuscrito encontrado en Zaragoza de
Jan Potocki. Solo cabría decir que todos son títulos publicados por Adelphi, y
ninguno de ellos desentona la propuesta.
De
tal manera, cuando un proyecto editorial parte más de una sensibilidad transparente
que de otro tipo de intereses -a veces inconscientes e incluso azarosos-, su
marca va más allá del diseño gráfico; en cuanto la impronta que resuena es
indefinible incluso para el editor que intenta montarla pieza por pieza, o
unirla eslabón por eslabón en un único obraje -como diría el marxista avispado.
“El Universo” y La Paz
El
único escritor boliviano que ha trabajado magistralmente el problema editorial
en su obra es Arturo Borda. En El Loco
nos metemos de entrada en el drama burocrático de la editorial “Las Américas”
que, con permiso de la editorial “El Universo” -amén de un depósito de Bs.
11,000, en cheque No. 1.311,700 del Banco
Nacional de Bolivia- permite que Arturo Borda firme la nueva edición de El Loco, mientras se termina el juicio
que Adam O´ Landhiöm presentó en tribunales ordinarios, reclamando la propiedad
de El Loco, en vista de que el Inca
Yahuar Kjuno murió.
Continuando
con la cadena de producción editorial,
Borda tenía claro que la edición y sus tejemanejes tienen un sentido que deja
una huella profunda en el producto final. Es por eso que, cuando leemos Nonato Lyra (un libro compacto y no
monumental como El Loco), el autor
nos presenta de entrada a la editorial La Paz, una editorial con traza de
independiente que no ha tenido que hacer ningún trámite para publicar los papeles
que un pobre beodo ha dejado para propiedad de todos. De tal manera, Borda hace
evidente que el sentido de una obra se transfigura según su impronta editorial.
El
libro en manos del analfabeto
En
un breve y conciso ensayo en torno a la suerte del libro, Jesús Urzagasti,
además de dar la bienvenida a la apuesta de las ediciones locales, a despecho
de las grandes editoriales que quieren venir a consagrar cacatúas y a disputar las plazas del mercado con el sello del prestigio, propone devolver
la jerarquía que merece el libro. Un fragmento del ensayo El libro en manos del analfabeto dice así:
“Semejante
paradoja es intolerable para los editores que creen en la ley y creen también
en las ganancias que las normas establecidas permiten. Con todo, quizás una de
las causas del desaliento casi generalizado estriba en el hecho de que el
lector ha sido llevado a un escenario en donde la utopía no cuenta. O es de uso
restringido y va encapsulada en una módica locura. El libro de pronto es mera
mercancía: viene con el prestigio del antiguo hechizo de la lectura pero pierde
el aliento y se desmorona entre tantos intermediarios, fríos y desconocidos.
Eso es grave si aceptamos que la literatura es, ante todo, utopía: a cada
instante está inoculando más realidad al mundo por la vía de la ficción[...] El
cedazo editorial, proclive a la moda, prefiere aquello que garantiza éxito. Y a
estas alturas la auténtica curiosidad intelectual ha sido suplantada por el
mero incentivo de la novelería”.
Por
otro lado, una aproximación a la labor de edición no puede concentrarse en un ranking de empresas editoriales, sino en
el examen del trabajo de los editores -cuya particular sensibilidad de lectores
consumados hace posible que un texto desgajado se reintegre de pronto en una
constelación de resonancias. Tal constelación suele traspasar tiempos, edades,
géneros y formatos, o -en el caso de una cedazo meramente discursivo-
parcelarse en un mundo opuscular claramente limitado.
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