sábado, 28 de noviembre de 2015

Letra sincrónica

La impronta editorial

Apuntes en torno al mundillo del editor y las editoriales. No se trata de recolectar libros al azar y meterlos en una bolsa.



Alan Castro Riveros 

Resonancias
Aunque últimamente se han hecho apologías a “grandes editores” y se celebran encuentros editoriales de todo calibre, la imagen del editor suele ser fría, recóndita y nebulosa para el lector de la calle.
Una aproximación al trabajo editorial no es cosa de atragantarse en el ensarrado gozne que articula el mercado y la producción libresca (como piensan los editores entrampados), sino que -en primer lugar- es crucial ahondar en las minuciosas diferencias que hay entre distintas sensibilidades editoriales, entre sus preferencias, reparos, producciones y fidelidades. Es allí -en el discernimiento de ciertas marcas únicas que una edición otorga al libro- donde se revela (o no) una impronta (o solo una imprenta) editorial.
Este discernimiento, por otro lado, cambiaría la visión de muchos recolectores que decidieron meter todos los libros en la misma bolsa de mercado, después de haber sido sonados con la teoría de la relatividad en conjunción con el estudio iluso de la industria cultural.
En cambio, basta la observación de una pequeña impronta editorial en un libro o colección de libros, para enfocar la relación íntima entre un lector activo y un texto que resuena en él por razones a veces evasivas o, incluso, inocentemente ignoradas, pero en todo caso humanas.
Un libro se pone a resonar cuando aparece -junto a otros títulos- en la lista de imprescindibles de un lector activo (un editor en estado natural). Se diría que el editor es un coleccionista público de resonancias, alguien que las comparte y adquiere la confianza (o no) de otros lectores, a quienes también les resuena o solo suena ese algo indefinible que ha hecho sonar o resonar al editor.

La colección
La diferencia entre una editorial que resuena y otra que suena nomás, estriba en la coherencia (o no) de la colección de textos que propone. Esta coherencia resuena y se manifiesta en la marca casi siempre inefable de una sensibilidad que impregna sus ediciones, o, a veces y en menor grado, sencillamente se manifiesta en una posición ética que apuesta por un foco literario más o menos especializado.
El italiano Roberto Calasso -fundador de la editorial Adelphi y escritor de minuciosidad sibarita- rescata las palabras de un anónimo marxista que inopinadamente publicó algo sesudo en la revista oficial de las Brigadas Rojas en junio de 1979. El anónimo dice así: “En la cadena de producción de Adelphi, cada autor es un eslabón, un elemento, un segmento”.
Y es que el concepto de la edición se amplifica en el de editorial, pues esta última implica una colección de libros editados. En la visión general de un sistema editorial aparece una especie de titánico libro fantasmal hecho de libros y autores que resuenan en coro. Y esta imagen coral, única y paradójica, de pronto sobrevuela o subyace en cada libro de una colección editorial.
En ese sentido, y volviendo al ejemplo de Adelphi, es difícil decir qué cosa específica une a Jakob von Gunten de Robert Walser, la biografía del mago tibetano Milarepa, el informe minucioso de la relación entre un padre y un hijo en la época victoriana y El manuscrito encontrado en Zaragoza de Jan Potocki. Solo cabría decir que todos son títulos publicados por Adelphi, y ninguno de ellos desentona la propuesta.
De tal manera, cuando un proyecto editorial parte más de una sensibilidad transparente que de otro tipo de intereses -a veces inconscientes e incluso azarosos-, su marca va más allá del diseño gráfico; en cuanto la impronta que resuena es indefinible incluso para el editor que intenta montarla pieza por pieza, o unirla eslabón por eslabón en un único obraje -como diría el marxista avispado.

“El Universo” y La Paz
El único escritor boliviano que ha trabajado magistralmente el problema editorial en su obra es Arturo Borda. En El Loco nos metemos de entrada en el drama burocrático de la editorial “Las Américas” que, con permiso de la editorial “El Universo” -amén de un depósito de Bs. 11,000, en cheque No. 1.311,700 del Banco Nacional de Bolivia- permite que Arturo Borda firme la nueva edición de El Loco, mientras se termina el juicio que Adam O´ Landhiöm presentó en tribunales ordinarios, reclamando la propiedad de El Loco, en vista de que el Inca Yahuar Kjuno murió.
Continuando con la cadena de producción editorial, Borda tenía claro que la edición y sus tejemanejes tienen un sentido que deja una huella profunda en el producto final. Es por eso que, cuando leemos Nonato Lyra (un libro compacto y no monumental como El Loco), el autor nos presenta de entrada a la editorial La Paz, una editorial con traza de independiente que no ha tenido que hacer ningún trámite para publicar los papeles que un pobre beodo ha dejado para propiedad de todos. De tal manera, Borda hace evidente que el sentido de una obra se transfigura según su impronta editorial.

El libro en manos del analfabeto
En un breve y conciso ensayo en torno a la suerte del libro, Jesús Urzagasti, además de dar la bienvenida a la apuesta de las ediciones locales, a despecho de las grandes editoriales que quieren venir a consagrar cacatúas y a disputar las plazas del mercado con el sello del prestigio, propone devolver la jerarquía que merece el libro. Un fragmento del ensayo El libro en manos del analfabeto dice así:
“Semejante paradoja es intolerable para los editores que creen en la ley y creen también en las ganancias que las normas establecidas permiten. Con todo, quizás una de las causas del desaliento casi generalizado estriba en el hecho de que el lector ha sido llevado a un escenario en donde la utopía no cuenta. O es de uso restringido y va encapsulada en una módica locura. El libro de pronto es mera mercancía: viene con el prestigio del antiguo hechizo de la lectura pero pierde el aliento y se desmorona entre tantos intermediarios, fríos y desconocidos. Eso es grave si aceptamos que la literatura es, ante todo, utopía: a cada instante está inoculando más realidad al mundo por la vía de la ficción[...] El cedazo editorial, proclive a la moda, prefiere aquello que garantiza éxito. Y a estas alturas la auténtica curiosidad intelectual ha sido suplantada por el mero incentivo de la novelería”.

Por otro lado, una aproximación a la labor de edición no puede concentrarse en un ranking de empresas editoriales, sino en el examen del trabajo de los editores -cuya particular sensibilidad de lectores consumados hace posible que un texto desgajado se reintegre de pronto en una constelación de resonancias. Tal constelación suele traspasar tiempos, edades, géneros y formatos, o -en el caso de una cedazo meramente discursivo- parcelarse en un mundo opuscular claramente limitado.

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