sábado, 14 de noviembre de 2015

Artículo

Apuntes sobre el Franz Tamayo 2015

El autor, jurado del reciente “Franz Tamayo”, reseña brevemente el relato ganador, y cuenta detalles del proceso de evaluación de los originales recibidos.


Willy Camacho 

Hasta cierto punto, es natural que quienes concursan y no ganan un certamen literario sientan molestia, como también es comprensible que el fallo del jurado sea cuestionado por propios y extraños. Al fin y al cabo, se trata de literatura, no de una ciencia exacta.
Por eso, supongo que el resultado del XLII Concurso Nacional de Cuento Franz Tamayo no será la excepción: muchos concursantes maldecirán al jurado, y después, cuando se publique el libro con los relatos ganadores y finalistas, no faltarán críticas sobre el veredicto.
Pese a que ninguna explicación sirve de consuelo o aminora las reacciones adversas, considero que no está de más aclarar algunos aspectos sobre el trabajo realizado por el jurado calificador de la versión 2015 del Tamayo, que estuvo integrado por Simona Di Noia, Paul Tellería, Arturo Rico, Pedro Albornoz y mi persona.
Se recibieron 90 cuentos y, para la primera ronda de evaluación, nos distribuimos los textos de modo que cada relato fuese leído por al menos tres jurados. Cuentos policiales, de terror, de ciencia ficción, históricos... en fin, la amplia variedad de géneros, corrientes, estilos y temáticas nos causó grata impresión en la primera lectura, pues esto permite inferir que el horizonte narrativo boliviano continúa ensanchándose. Sin embargo, también notamos deficiencias en la redacción, el uso de recursos narrativos y el trabajo de lenguaje (entre otros problemas), que, en muchos casos, dificultaban la comprensión de los textos.
Así, en esa primera fase seleccionamos 19 cuentos, vale decir, el 21% del total, lo cual es un buen promedio (en la mayoría de certámenes literarios abiertos a todo público, menos del 10% suele pasar la evaluación inicial). Estos 19 cuentos, que destacaron del resto porque, precisamente, no presentaban las deficiencias mencionadas, fueron leídos por todo el jurado en una segunda ronda de evaluación, analizando con mayor detalle sus virtudes literarias para poder seleccionar 10 finalistas.
Por último, cada jurado expuso argumentos para determinar el cuento ganador de entre esos diez finalistas. La discusión fue breve, no demoramos mucho en llegar a un consenso, y decidimos conceder el primer lugar del Franz Tamayo 2015 a Pollo asado con naranjas (firmado con el pseudónimo H. G. Pacosillo) y el segundo puesto a El cazador (presentado con el pseudónimo Demian).
Pollo asado con naranjas es una inteligente crítica a la labor de ciertos escritores, quienes, quizá por ganar el aplauso de la crítica, se esfuerzan por incluir en sus obras recursos narrativos “complejos” (cajas chinas, puesta en abismo, polifonía, etc.) y referencias literarias con las que hacen gala de su erudición, como si eso fuese una receta para escribir textos trascendentes aunque, en realidad, tanto alarde solo sirva para rellenar argumentos que no tienen sentido, o mejor dicho, que no tienen pies ni cabeza (igual que un pollo a punto de ser cocinado).
Por su parte, en El cazador sobresale el buen tratamiento del lenguaje y la riqueza de sus imágenes, además que despliega estrategias narrativas acertadas, con las que logra mantener el ritmo y la tensión de principio a fin. Asimismo, los ocho cuentos finalistas tienen cualidades literarias que justifican su inclusión en la lista definitiva del jurado y, por ende, en el libro que publicarán los organizadores del concurso.
Como suele ocurrir, luego de emitir el fallo, hay bastante expectativa por conocer la identidad de los ganadores. La apertura de plicas es, tal vez, el momento más emocionante de todo el proceso de evaluación. Y en esta ocasión, la sorpresa fue absoluta, pues nadie conocía al autor del cuento premiado: Ricardo Mikio Obuchi Ugarte. En cambio, el segundo lugar corresponde a un escritor que, pese a su juventud, ya tiene una carrera literaria consolidada: Rodrigo Urquiola Flores.
Nunca habrá conformidad plena con el veredicto de un jurado, lo sé bien, e incluso es posible que se generen resentimientos temporales, pero creo que, más allá de esos “riesgos”, aceptar y asumir la responsabilidad de evaluar obras concursantes representa, de alguna manera (quizá mínima), un aporte al desarrollo de la literatura nacional.

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Pollo asado con naranjas
(fragmento)

Ricardo Mikio Obuchi Ugarte

Caminar, escribir en las calles, es una forma de redactar la vida en un espacio. Mientras uno camina descubre un mundo, una ciudad, calles, casas y puertas hacia lugares inexplorados (Dirás: seguro está pensando en la casa de su chica -pero no es así, estoy pensando en la borrachera de un sábado, y no la mía-). Sin embargo lo que te debo contar no tiene que ver ni con caminar, ni con casas ni ciudades. Tiene que ver con puertas, sí, de esas que a veces abrimos sin imaginar que están por ahí.
Estás sentando en un cuarto, recorriendo caminos melancólicos y, después de leer Kafka y renegar de ti mismo, tratas de recordar cómo se ve la iglesia de San Francisco a las 6:45 para no perder un referente real; no viene ninguna imagen. De un momento a otro, tomas el primer libro de ese estante frente al escritorio. Resulta ser un libro de cocina, lo hojeas, lo estudias, miras y vuelves a mirar; al dar una vueltecita por su índice encuentras el título: “Pollo asado con naranjas”, este dice mil cosas y ninguna a la vez.
Tomas la laptop (me gustaría decir máquina de escribir, pero hay que ser “contemporáneos”):

Ese domingo no tenía la menor idea de qué cocinar. Me puse a revisar lo que había en la cocina. Fui a la canasta de papas, saqué unas cuantas, conseguí unos huevos y mantequilla. Hacer puré de papas me pareció una buena idea. Las lavé, las pelé y las puse a cocer a fuego lento.
En el proceso escuché unos golpecitos en la puerta del refrigerador (cuando uno vive solo, se acostumbra a escuchar golpecitos en todo lado). Sin prestar atención, continué con la labor. Mientras seguía con esta tarea, volví a escuchar los mismos golpes, salvo que esta vez venían acompañados por una vocecilla muy tenue que repetía:
-Por favor, ábreme la puerta, estoy aquí.
Fui a abrir la puerta, no sin temer que fuese una alucinación por el hambre o el ch’aki del sábado anterior. Abrí la puerta, para mi susto y sorpresa me topé con él, era pequeño, medía unos  treinta centímetros de alto, más o menos.
-¿No sabes qué cocinar? -me preguntó, adivinando mis pensamientos-. Yo te ayudo.

Respondí negativamente con la cabeza (quién no se asustaría de ver el cadáver de un pollo desplumado, con un ala en la cintura, ofreciendo su ayuda para el almuerzo. Pero aquel domingo, el malestar, el hambre y la flojera eran más fuertes que el miedo).

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