Apuntes sobre el Franz Tamayo 2015
El autor, jurado del reciente “Franz Tamayo”, reseña brevemente el relato ganador, y cuenta detalles del proceso de evaluación de los originales recibidos.
Willy Camacho
Hasta
cierto punto, es natural que quienes concursan y no ganan un certamen literario
sientan molestia, como también es comprensible que el fallo del jurado sea
cuestionado por propios y extraños. Al fin y al cabo, se trata de literatura,
no de una ciencia exacta.
Por
eso, supongo que el resultado del XLII Concurso Nacional de Cuento Franz Tamayo
no será la excepción: muchos concursantes maldecirán al jurado, y después,
cuando se publique el libro con los relatos ganadores y finalistas, no faltarán
críticas sobre el veredicto.
Pese
a que ninguna explicación sirve de consuelo o aminora las reacciones adversas,
considero que no está de más aclarar algunos aspectos sobre el trabajo
realizado por el jurado calificador de la versión 2015 del Tamayo, que estuvo
integrado por Simona Di Noia, Paul Tellería, Arturo Rico, Pedro Albornoz y mi
persona.
Se
recibieron 90 cuentos y, para la primera ronda de evaluación, nos distribuimos
los textos de modo que cada relato fuese leído por al menos tres jurados.
Cuentos policiales, de terror, de ciencia ficción, históricos... en fin, la
amplia variedad de géneros, corrientes, estilos y temáticas nos causó grata
impresión en la primera lectura, pues esto permite inferir que el horizonte
narrativo boliviano continúa ensanchándose. Sin embargo, también notamos
deficiencias en la redacción, el uso de recursos narrativos y el trabajo de
lenguaje (entre otros problemas), que, en muchos casos, dificultaban la
comprensión de los textos.
Así,
en esa primera fase seleccionamos 19 cuentos, vale decir, el 21% del total, lo
cual es un buen promedio (en la mayoría de certámenes literarios abiertos a
todo público, menos del 10% suele pasar la evaluación inicial). Estos 19
cuentos, que destacaron del resto porque, precisamente, no presentaban las
deficiencias mencionadas, fueron leídos por todo el jurado en una segunda ronda
de evaluación, analizando con mayor detalle sus virtudes literarias para poder
seleccionar 10 finalistas.
Por
último, cada jurado expuso argumentos para determinar el cuento ganador de
entre esos diez finalistas. La discusión fue breve, no demoramos mucho en
llegar a un consenso, y decidimos conceder el primer lugar del Franz Tamayo
2015 a Pollo asado con naranjas
(firmado con el pseudónimo H. G. Pacosillo) y el segundo puesto a El cazador (presentado con el pseudónimo
Demian).
Pollo asado con naranjas es una inteligente
crítica a la labor de ciertos escritores, quienes, quizá por ganar el aplauso
de la crítica, se esfuerzan por incluir en sus obras recursos narrativos
“complejos” (cajas chinas, puesta en abismo, polifonía, etc.) y referencias
literarias con las que hacen gala de su erudición, como si eso fuese una receta
para escribir textos trascendentes aunque, en realidad, tanto alarde solo sirva
para rellenar argumentos que no tienen sentido, o mejor dicho, que no tienen
pies ni cabeza (igual que un pollo a punto de ser cocinado).
Por
su parte, en El cazador sobresale el
buen tratamiento del lenguaje y la riqueza de sus imágenes, además que
despliega estrategias narrativas acertadas, con las que logra mantener el ritmo
y la tensión de principio a fin. Asimismo, los ocho cuentos finalistas tienen
cualidades literarias que justifican su inclusión en la lista definitiva del
jurado y, por ende, en el libro que publicarán los organizadores del concurso.
Como
suele ocurrir, luego de emitir el fallo, hay bastante expectativa por conocer
la identidad de los ganadores. La apertura de plicas es, tal vez, el momento
más emocionante de todo el proceso de evaluación. Y en esta ocasión, la
sorpresa fue absoluta, pues nadie conocía al autor del cuento premiado: Ricardo
Mikio Obuchi Ugarte. En cambio, el segundo lugar corresponde a un escritor que,
pese a su juventud, ya tiene una carrera literaria consolidada: Rodrigo
Urquiola Flores.
Nunca
habrá conformidad plena con el veredicto de un jurado, lo sé bien, e incluso es
posible que se generen resentimientos temporales, pero creo que, más allá de
esos “riesgos”, aceptar y asumir la responsabilidad de evaluar obras
concursantes representa, de alguna manera (quizá mínima), un aporte al
desarrollo de la literatura nacional.
--
Pollo
asado con naranjas
(fragmento)
Ricardo
Mikio Obuchi Ugarte
Caminar,
escribir en las calles, es una forma de redactar la vida en un espacio.
Mientras uno camina descubre un mundo, una ciudad, calles, casas y puertas
hacia lugares inexplorados (Dirás: seguro está pensando en la casa de su chica
-pero no es así, estoy pensando en la borrachera de un sábado, y no la mía-).
Sin embargo lo que te debo contar no tiene que ver ni con caminar, ni con casas
ni ciudades. Tiene que ver con puertas, sí, de esas que a veces abrimos sin
imaginar que están por ahí.
Estás
sentando en un cuarto, recorriendo caminos melancólicos y, después de leer
Kafka y renegar de ti mismo, tratas de recordar cómo se ve la iglesia de San
Francisco a las 6:45 para no perder un referente real; no viene ninguna imagen.
De un momento a otro, tomas el primer libro de ese estante frente al
escritorio. Resulta ser un libro de cocina, lo hojeas, lo estudias, miras y
vuelves a mirar; al dar una vueltecita por su índice encuentras el título:
“Pollo asado con naranjas”, este dice mil cosas y ninguna a la vez.
Tomas
la laptop (me gustaría decir máquina de escribir, pero hay que ser
“contemporáneos”):
Ese
domingo no tenía la menor idea de qué cocinar. Me puse a revisar lo que había
en la cocina. Fui a la canasta de papas, saqué unas cuantas, conseguí unos
huevos y mantequilla. Hacer puré de papas me pareció una buena idea. Las lavé,
las pelé y las puse a cocer a fuego lento.
En
el proceso escuché unos golpecitos en la puerta del refrigerador (cuando uno
vive solo, se acostumbra a escuchar golpecitos en todo lado). Sin prestar
atención, continué con la labor. Mientras seguía con esta tarea, volví a
escuchar los mismos golpes, salvo que esta vez venían acompañados por una
vocecilla muy tenue que repetía:
-Por
favor, ábreme la puerta, estoy aquí.
Fui
a abrir la puerta, no sin temer que fuese una alucinación por el hambre o el
ch’aki del sábado anterior. Abrí la puerta, para mi susto y sorpresa me topé
con él, era pequeño, medía unos treinta
centímetros de alto, más o menos.
-¿No
sabes qué cocinar? -me preguntó, adivinando mis pensamientos-. Yo te ayudo.
Respondí
negativamente con la cabeza (quién no se asustaría de ver el cadáver de un
pollo desplumado, con un ala en la cintura, ofreciendo su ayuda para el almuerzo.
Pero aquel domingo, el malestar, el hambre y la flojera eran más fuertes que el
miedo).
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