Breves apuntes sobre la actual
condición narrativa nacional
Entre tantos índices negativos -escasa lectura, inexistente industria literaria, escasos centros de formación, cero apoyo estatal- una certeza positiva: el gran momento de no pocos narradores bolivianos.
Sebastián
Antezana
Un
par de rápidas anotaciones sobre las condiciones de producción, y la
producción, de la narrativa nacional contemporánea.
En
Bolivia no hay instituciones estatales o extra estatales que apoyen la práctica
literaria, autores particulares o proyectos de creación narrativa y edición.
Todo lo que hay se reduce a unos cuantos premios -algunos muy cuestionables,
como el Tamayo, que premia un cuento en lugar de un libro de cuentos- y poco
más.
En
Bolivia no existe, como en Argentina o
México o incluso Chile, una industria cultural. La cultura siempre ha
sido un quehacer artesanal, individual, autogestionado y que casi no genera
ganancias.
En
Bolivia solo existe una carrera de literatura, en La Paz, aunque valiosa, capaz
de producir importantes líneas críticas y de graduar profesionales de alto
nivel.
En
Bolivia solo existe una universidad que ofrece la especialidad de “escritura
creativa”, en Santa Cruz, la ciudad más poblada del país y en la que solo hay
tres o cuatro librerías.
En
Bolivia nadie vive de la escritura de ficción y la apertura y continuidad de
una editorial dedicada a la literatura es muchas veces una proeza.
En
Bolivia hay menos de diez editoriales consolidadas que se dedican a publicar
literatura -Plural, 3600, El Cuervo, Kipus, La Hoguera, El País, Correveidile,
Nuevo Milenio-. Hay, fuera de ello, algunos emprendimiento nuevos y todavía
menores -La Perra Gráfica, Género Aburrido-, y un par de editoriales
cartoneras.
A
nivel material, la “industria” del libro en Bolivia es una criatura pequeña. Ninguna
editorial produce libros de ficción de un tiraje mayor a los mil o mil
quinientos ejemplares como mucho. Un best seller boliviano seguramente no pasa
de los cinco o seis mil ejemplares vendidos, cuando uno de un país vecino -Colombia,
Perú, Brasil, etc.- sobrepasa largamente los 30, 40 o 50 mil ejemplares.
Eso
porque en Bolivia -lo muestran las cifras oficiales de la región- la gente no
lee literatura y en realidad ni siquiera lee. En el informe El libro en cifras. Boletín estadístico del
libro en Iberoamérica, realizado en 2012 por el Centro Regional para el
Fomento del Libro en América Latina y El Caribe (CERLAC) se ve que mientras el
índice del promedio de libros leídos al año lo encabeza España, seguida de
Chile, Argentina, Brasil y México, Bolivia ni siquiera aparece en la lista o
aparece con un porcentaje de 0%.
Por
otra parte, si pensamos en el papel de las nuevas tecnologías, podríamos decir
que apenas afectan el panorama editorial y literario nacional. Su impacto es
reducido y poco difundido pues Bolivia es un país en el que buena parte de la
población carece de acceso a internet y solo un muy reducido número de personas
lo utiliza como medio de lectura.
Lo
que sí ha cambiado de forma más significativa nuestro consumo -en realidad,
nuestra sensibilidad- literaria, es la cada vez más fuerte influencia de las
redes sociales. Ellas nos permiten un conocimiento inmediato de lo que se
publica tanto dentro como fuera del país y, por lo tanto, son una buena herramienta
de información sobre novedades literarias, académicas, críticas, etc.
Lastimosamente, por otra parte, ese desarrollo informativo solo en raras
ocasiones se corresponde con un desarrollo del tráfico editorial continental
que permita traer al país -y, por lo tanto, que permita al lector boliviano
acercarse- a esos libros y autores.
Ahora
bien, el hecho responde a un cambio de paradigma global y, por lo tanto, afecta
las temáticas de una literatura nacional como la nuestra. En ese sentido, la
fijación naturalista de buena parte de la literatura boliviana del siglo XX,
que llegó a ser hegemónica pero no excluyente, ha dejado de tener vigencia
mucho tiempo.
Es
difícil decir si el desarrollo tecnológico de las últimas décadas ha impactado
de forma directa las maneras de construir y leer nuestras narrativas más allá
de la anécdota, pero sí ha afectado las condiciones de producción de los
narradores actuales y, por lo tanto, el tono y forma de sus historias. Por otra
parte, lejos de ser algo nuevo, este fenómeno se viene dando por lo menos desde
principios del siglo pasado.
El
gesto, además, ha profundizado la compartimentalización de temáticas y estilos de
la literatura boliviana. Hoy hay pocos grandes temas o líneas visitados con
especial frecuencia. Sí hay, por otra parte, una interesante variedad de individualidades,
un haz de proyectos que siguen cada uno caminos distintos y a veces coincidentes.
Lo
único que podría considerarse denominador común de ciertos autores, en la
actualidad destacados en el panorama nacional e internacional, es un abandono
compartido de la óptica sociológica y la militancia política -grandes personajes
de buena parte de la narrativa boliviana del siglo XX- y una especial atención,
en su lugar, en un espacio todavía atravesado por la política pero no definido
por ella, un centro neurálgico en el que intervienen por igual pulsiones
afectivas e ideológicas: las relaciones sociales.
A
grosso modo, podemos ver el cambio de milenio como una marca –arbitraria- de
esta transición. En ese giro, se ha dejado de lado también cierta obsesión de
literaturas anteriores por querer explicar el país desde la ficción, por
pretender desentrañar mediante la narrativa una historia política y social que
nos explicaría, por hacer de la literatura un laboratorio mediante el cual
comprender nuestra coyuntura, nuestras glorias y miserias cotidianas. La
preocupación política siempre está allí, lo que se ha dejado de lado es la idea
que la política, y la negación de la política, son los únicos caminos para
entendernos.
La
narrativa contemporánea no obedece a una pulsión parricida ni considera ningún
tema superado. Sí presenta aristas que -debido a los distintos climas políticos
y económicos de nuestra historia reciente- interesan más y menos que en el
pasado, líneas que se han vuelto centrales y otras que han dejado de ocupar un
lugar de preponderancia. Pero esta es una cuestión cíclica y en la que a veces
intervienen criterios distintos a los literarios -no hay nada puramente literario,
por otra parte, sino solo el ejercicio narrativo de poner en tensión otros
discursos como el político, el económico, el cultural el afectivo, etc.
De
la misma forma en que la literatura boliviana no es solo una, los imaginarios
que crea son también múltiples. Así -terminemos optimistas-, múltiple y
actualmente saludable, pese a todos sus inconvenientes y a la situación del
país, la narrativa boliviana actual es rica, variada y merecedora de atención
dentro y fuera del país.
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