El insectario de Piñeiro
Un texto que parte, se dirige y trasciende de un taller recientemente dirigido por Juan Pablo Piñeiro
Carlos Rocabado
Si los humanos ya tienen
derecho al olvido en internet, ¿deben los animales -específicamente los
insectos- tenerlo también?
Cuenta una noticia no
olvidada por la red que en 2009, el Ministerio de Salud sacó a la venta unos
brazaletes (azules, claro) que decían “Córtele las patas al dengue”, para
luchar contra la epidemia. El brazalete estaba “probado científicamente”; eso
también estaba escrito. Como era de esperarse, el concienzudo tesón de los
mosquitos ganó a la “sinciencia” de los negociados. Si los mosquitos no
solicitaron el derecho a eliminar esta noticia, tal vez el Ministerio debería
hacerlo.
Cuando los insectos tengan
el derecho al olvido, tal vez querrán eliminar de la memoria colectiva los
rastros que anda dejando el taller de escritura “Insectario”, que Juan Pablo
Piñeiro dictó en el Colectivo Chi’ixi hace algunas semanas.
Imagino una demanda
corporativa en la que hormigas, abejas, avispas, libélulas, quitapelos, arañas,
ciempiés, alacranes, mantis religiosas, cucarachas, tijeretas, pulgas,
saltamontes, grillos, moscas, mosquitos, mosquita-muertas, escarabajos,
mariquitas, mariposas, taturanas y luciérnagas se unen, en asamblea de tierras
bajas, para sopesar la pertinencia de la demanda.
Tal vez finalmente decidan
dejar en paz a Piñeiro. Es más, en una súbita metamorfosis de opiniones, los
pequeños representantes de Pando podrían solicitar más bien un cambio en la agenda
del día y pedir, ante la sorpresa del bloque conservador, una moción de
reconocimiento al escritor paceño, por la contribución hecha a todas las
órdenes de insectos. Se levantaría la dama de las taturanas y diría:
“Pero a ustedes, compañeros,
¿qué bicho les ha picado?, si el hermano es uno de nuestros más reconocidos defensores
en el mundo humano. Saco a colación el documento que el hermano presentó en el 8vo Encuentro de
Escritores Iberoamericanos el año 2014. Aquí (señalando el documento con
una de sus múltiples patas) compara nada más y nada menos que a Pessoa y a
Kafka con ‘insectos gigantescos, escritores de antena’. El mismo
equipara a su cerebro con una antena. ¿No es aquello una muestra de su lucha
por nuestro reconocimiento?...”.
“…Tengo varios
otros ejemplos compañeros. Piñeiro dice en este otro texto (saca otro documento
con otra pata) que ‘ese chiquitito, ese quiere ser’[1]. Como nosotros, entiende su lugar en el cosmos, la
importancia de las dimensiones, de la inmensidad y de lo microscópico. Para
seres de nuestra talla, estas posturas son esenciales. Compañeros de La Paz (la
delegación paceña no es muy nutrida y se componen sobre todo de moscas):
Piñeiro ve ‘colmenas de insectos metálicos’[2]
desde la esquina de su casa. Le debemos ese reconocimiento al hermano, solicito
que a su regreso hagan lo posible para facilitar ese platito de filomenas que
tanto desea”.
Dejemos el
efecto chiquitolina. Juan Pablo pasea con su letrero de 80 x 50 cm., subiendo
de Sopocachi a Tembladerani. El letrero, fondo blanco con caracteres chillones
reza “Se imitan insectos a domicilio”. Es el
letrero de Illimani Púrpura. Releo el texto que sigue a la aparición del
letrero -ahora con otros ojos: “¿Cómo se podrá imitar insectos? ¿A cuáles? ¿Y
por qué a domicilio?”.
Unos pueden querer imitar a los insectos
gigantes. Otros tal vez solo quieran ser un insecto mediano, sin imitar a
nadie. Piñeiro es el facilitador; ha buscado una
picadura especial para su taller, un dengue que venga acompañado de otro tipo
de estado febril, que implique todo menos el descanso obligado en cama, que
provoque una mutación literaria, aunque sea mínima. Ahora baja, de vuelta a
casa, con las manos libres. Por unas semanas ha dejado el letrero en el
Colectivo. Por unos días, el viaje al microcosmos no ha sido a domicilio.
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