domingo, 1 de noviembre de 2015

Desde la butaca

El Quijote y Mabel Rivera

Un homenaje a la actriz y gestora cultural fallecida hace pocos meses.



Lupe Cajías 

Hace 27 años Mabel Rivera de Castro se animó a estrenar una mega creación musical teatral El Hombre de la Mancha. Fue en octubre, mes propicio para festejar el legado español en el mundo. Era el momento más alto de un tipo de espectáculo de colaboración entre diferentes grupos y gestores culturales.
La obra estaba basada en el Quijote de Miguel de Cervantes Saavedra, a quien se lo recuerda como un frustrado funcionario en La Paz, donde nunca pudo llegar. La parte musical correspondía a Dale Wasserman y a Mitch Leigh y suponía un desafío que solo la intrépida Mabel se animó a poner en escena en el Teatro Municipal.
Muchos recordamos aquella presentación que reunió a actores, músicos, escenógrafos, tramoyistas; se movían las butacas en anfiteatro y en platea por los aplausos de pie de tantísimo público. El éxito fue histórico en el recorrido indiferente que muchas veces dejan los esfuerzos de directores de teatro en Bolivia y, por ello, la obra fue repetida dos temporadas más y salió de gira por otras ciudades.

Una vida dedicada a la cultura
Mabel Rivera (La Paz, 1934) vivió su infancia en el campamento minero de Corocoro, donde trabajaba su padre Juan José, ingeniero de la Compañía Minera Smelting; ahí estudió la primaria.
Ese centro era ya famoso desde inicios del siglo XX: fue cuna de Juan Lechín y, hasta los años 80, sede de una tímida pero interesante actividad cultural. Como otros campamentos, Corocoro tenía su teatrino y desde 1952 una radio sindical con información y concursos culturales.
Según recuerdan los familiares, la mamá, Olga Salinas Pradel, era pintora aficionada y, aunque murió muy joven, dejó la impronta del gusto estético en Mabel. La familia Rivera se instaló en La Paz y ella estudió la secundaria en el colegio Sagrados Corazones.
En los años 40 aparece en citas de periódicos como declamadora, en cambio no ejerció la música que estudió en el Conservatorio Nacional con la hija del compositor Eduardo Caba.
Pronto se casó con un arquitecto que habría de cambiar los planos por la gestión cultural, Mario Castro, amante de la música clásica, de los escenarios y de la literatura. Juntos, durante más de medio siglo, recorrieron infinidad de salas, exposiciones, presentaciones y el ambiente cultural paceño los reconoció muchas veces como sus mayores ejemplos. Castro se dedicó al periodismo culto y refinado y fundó una emisora dedicada a la música selecta –Cumbre- y la famosa Cristal, que difundía noticieros de las principales programaciones europeas, noticieros nacionales sin estridencias, música seleccionada y agendas culturales permanentes, además de entrevistas a más de 200 personalidades bolivianas y extranjeras dedicadas al quehacer cultural.
En ese ambiente crecieron Carmen, bailarina y profesora de danza con presentaciones durante 20 años, Marcela, pedagoga con aportes a las ciencias humanas y el nieto Claudio, uno de los pocos jóvenes dedicados a la crítica cinematográfica.

Mujeres en la vanguardia
Mabel no puede ser separada de un grupo de actrices que marcaron, en los años 60 y 70, al “Broadway paceño” y que ayudaron posteriormente a nuevas generaciones como directoras o como gestoras culturales.
Maritza Wilde, Norma Merlo, Zenobia Azogue, Agar Deloz, Ninón Dávalos desafiaron las limitaciones del quehacer hogareño, la falta de recursos económicos y la escases de escenarios para montar diferentes y a veces complicadas obras de teatro. Entre ellas brilló especialmente Moraima Ibáñez, también aficionada a los títeres. Una generación sin igual.
Personalmente, recuerdo con nostalgia esas puestas en escena en el Teatro Municipal o en el Teatro Modesta Sanjinés, con las cuales formaron públicos juveniles aficionados al teatro y también actores posteriormente consagrados. Se apoyaban unas a otras y más tarde alentaron a nuevos elencos. Mabel fue además maestra de teatro en la escuela oficial.
Con el paso de los años, Mabel mantuvo el entusiasmo para presentar grandes obras como Amor sin barreras en 1991, de Leonard Bernstein; Los miserables de Víctor Hugo con música de Boubil, Schomberg, y Kretzmer, adaptada por el músico boliviano Carlos Seoane. Otro gran desafío fue el estreno de Nuestra Señora de París con la colaboración de diferentes elencos de teatro, danza y coros.
Además, se animó a dirigir las obras más famosas de autores complicados como William Shakespeare, pero su mayor aporte fue el teatro para niños con su grupo El Arlequín.
En los años 70 la televisión estatal dedicaba varios programas a los chicos y a la cultura y Mabel reunión ambos aportes en un programa que se emitía todos los sábados de 17:30 a 18:30 y presentaba obras como La Caperucita yeyé o La cenicienta pop, con las que divertía y ayudaba a educar al público infantil. De esas obras para niños fueron memorables El Principito de Antoine de Saint Exupery y El gigante egoísta, además de la serie televisiva que luego fue exportada, Las travesuras de Till Eulenspiegel.
También ayudó en la producción de ballet y danza que coordinaba su hija Carmen con pequeñas alumnas, algunas de las cuales llegaron a ser bailarinas de primer nivel.
En cambio, Juana Azurduy fue muy publicitada y costosa, pero estuvo por debajo del cine boliviano de esos años y pocos añoran ese filme que contó con la actuación de Norma Merlo como protagonista.
Aunque Mabel enseñó a varias generaciones y dio impulso a grandes actores nacionales, no hay nuevos herederos para sus huellas pedagógicas y los elencos para niños son escasos e inestables.
Murió en silencio el 21 de mayo de 2015, rodeada de amigos y colegas. Ojalá alguien recopile su legado y el de las artistas de esa época, sin cuyo aporte no se entiende el teatro paceño (boliviano) actual. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario