sábado, 14 de noviembre de 2015

El chicuelo dice

El cine de los desempleados

Germán Busch y Alcides Arguedas. Desempleados, evadidos del colegio y un cine de barrio paceño. Otra aventura del chicuelo.



Wilmer Urrelo 

Prólogo. Miren que aún ahora, pese a todos los años que transcurrieron, el nombre sigue vigente y me embute en recuerdos extraños: el cine Busch.
Capítulo 1. Si acaso escuchas la publicidad del boliche que funciona ahora en esas instalaciones, siempre lo mencionan como punto de referencia: “…en el ex cine Busch”. Para comenzar este martirio estúpido, Chicuelo Infernal, recordemos primero a Germán Busch Becerra, nuestro presidente suicida. ¿El que le metió tremendo bofetón a Alcides Arguedas en Palacio de Gobierno? El mismísimo.
Dicho evento, Chicuelo, aparece retratado de esta manera en el libro Etapas de la vida de un escritor: “Entonces llegó a mí [Busch] y con gesto rápido me cogió por la solapa, me atrajo hacia sí y me dio un golpe violento sobre la ceja derecha con la mano cerrada y armada de un enorme anillo de oro… Repitió el golpe sobre el otro lado de la cara…”.
Ese era Busch. Y el Chicuelo Infernal diciendo: mejor le hubiera dado su besote y así limaban asperezas, ¿qué es eso de tanta violencia? A mí me gustaría mejor imaginar cómo habría quedado grabado en las memorias del don Alcides ese altercado palaciego: “Entonces llegó a mí [Busch] y con gesto rápido me cogió por la solapa, me atrajo hacia sí. Me lanzó una mirada de ternura imposible de rehuir y (¡ay, Dios mío!) me dio un beso húmedo sobre mis delgados labios… Repitió el beso (me desmayo, me desmayo, pensé) sobre mi avejentado cuello…”.
Nota al pie. Como siempre vos hablando burreras, Chicuelo. ¿Cómo Busch va a estar dándole de besitos a gente de su mismo género? ¿Y por qué no? Si Busch daba el primer paso y el ejemplo en aquella época, seguro que ahora cualquier militarote de esta patria también lo haría. Y así nos habríamos librado de tanto golpe de Estado… aunque tendríamos que soportarlos todos los años en el Desfile del Orgullo Gay imitando a la inigualable cantante mexicana Yuri.
Capítulo 2. Mirá baboso, mejor te sigo contando la historia oficial: en otras palabras, Busch era el camba machote o el machote camba (no hay diferencia), ese que no le tenía miedo a nadie porque era camba y milico y suicida. También le decían el Tigre Rubio. Y ahora me pregunto: ¿quién habrá pensado en ese nombre? En qué nombre. ¿Por qué bautizar al cine Busch como cine Busch? No sé, qué preguntas más idiotas haces, con razón escribes en este periódico. ¿Por qué no bautizar al cine como Tigre Rubio, por ejemplo? ¿O cine Villa Fátima? ¿O cine La Paz? ¿O cine Illimani? ¿O cine Abran Paso Que Vengo Acompañado?
No tengo respuestas a tan “inteligentes” preguntas. Bueno, eso no importa, Chicuelo, lo relevante es que el cine Busch era un auténtico cine de barrio, cuando Villa Fátima [barrio desastroso como pocos] era un barrio en sí y no para sí, y no lo que es ahora: un mega barrio para sí o algo por el estilo o algo peor que el estilo.
Capítulo 3. Ahí estamos, míranos. El de la derecha es mi hermano y el otro, qué obviedad, soy yo: ahí estamos escapándonos del colegio para acudir a la matinal del cine Busch. Míranos entrar así nomás, con el uniforme verde del colegio y las mochilas al hombro. Nadie nos decía nada. Comprábamos las entradas y minutos después, ¡plaf!, ocurría la magia. La magia de la pantalla gigantesca y su frágil aliado: la penumbra. La magia de las historias que no podrías vivir nunca jamás por, precisamente, estar estancado en un barrio llamado Villa Fátima.
Atrás, muy atrás, Chicuelo Infernal, quedaban nuestras pobrezas espirituales y económicas y físicas y renacíamos como si fuéramos dos verdaderos seres humanos en las butacas rojas y de madera del viejo cine Busch. No comíamos nada, solo nos sentábamos a ver cómo, con qué técnica más elaborada y con qué cariño a la humanidad Jason Voorhees de Viernes 13 mataba de manera exquisita a adolecentes gringos y pecosos. O bien éramos testigos de cómo Freddy Krueger se metía en los sueños de los otros para escabechárselos desde ahí.
De pasar eso ahora nos preguntaríamos: ¿dónde está la seguridad ciudadana, presidente?, ¿y dónde la policía, señor ministro? O bien (mi preferido), nos deleitábamos hasta el éxtasis con el pequeño Chucky, el muñeco diabólico. El pequeñín que aparentaba inocencia y que era todo lo contario. Para mí, Chicuelito, el tal Chucky no es más que una metáfora del paceño o del habitante de Sopocachi, para ser más exacto.
Los dos estábamos ahí, también, por el ambiente: cero comida, cero ruidos, cero todo, solo la pantalla blanca y las historias sangrientas. Al otro lado, al otro margen, se encontraban los cines del centro de la ciudad y sus pipocas y sus películas y su gente insoportable (subrayo lo de su gente insoportable).
En fin, el ambiente del Busch era espectacular, siempre estaba lleno o casi lleno. Era gente algo mayor que nosotros y que, según la lógica del periodismo boliviano, en ese momento debería estar en su “fuente laboral”, sin embargo no estaba. Se hallaba en un lugar más bonito y por lo tanto más productivo: el cine. Y lo hacía por una simple razón: por el desempleo. Y eso era culpa de una cifra: el 21060. Y esa cifra tenía que ver con que… ya, ya, mejor seguí contando qué más pasaba en el cine Busch. Okey. Ahí va.
Capítulo 4. Bueno, era gente que no tenía otra cosa mejor que hacer (además, la entrada era barata). No recurriré en este momento al romanticismo, Chicuelo, ese romanticismo barato al que pueden llevarte las historias de los cines de barrio ya desaparecidos estilo Cinema Paradiso. No, eso no existía en el Busch. Eso estaba bien para una película. La realidad del Busch y de Villa Fátima era otra cosa, era el cine de los desempleados, de los evadidos del colegio, del fantasma de Alcides Arguedas aún rencoroso por las caricias que le dio el presidente suicida: “Esto que ha hecho usted es inicuo. Me hace llamar a su casa, a Palacio, y usted, joven de 34 años de edad, fuerte, pega a un hombre de 60 y desarmado… Esto le ha de pesar siempre”.
¿Se habrán cumplido las amenazas de don Alcides? Quién sabe. Aunque a lo mejor al fantasma de Busch sí le pesa hasta ahora saber que un cine lleva su apellido y que… calla, baboso, que ahí viene don Busch para que le rindas cuentas.
¿Quién anda diciendo por ahí que cuando estaba vivo me la pasaba besando a Alcides Arguedas? Y yo, para que este bruto no me agarre a trompadas, acuso: el Chicuelo, señor presidente, este siempre anda levantando falsos a la gente; pídele perdón al caballero, sonso. Y como Busch es un alma generosa le da una trompada y luego le dice: sépanse los dos que nunca me besé con Alcides Arguedas, que nunca le “di sus caricias” como me acusan ustedes y que nunca, jamás en la vida, imitaría a la cantante Yuri.
Los dos nos quedamos callados. Ah, qué camba más rayón, si chiste no más era. Y luego nos sale con que a él le aterra y le da bronca que un desubicado [un carajo, dice] haya bautizado con su apellido este cine. ¿Por qué esa gente que iba al cine mejor no se buscaba un trabajo? ¿Por qué se la pasaba viendo películas tan estúpidas? Luego nos dice: una falta de respeto, una ignominia, una sinrazón, una bajeza propia de la gente del arte. ¿No son todos unos maricones, ah? Y luego, contradiciéndose, saca el libro Sariri, de Fernando Diez de Medina. Pasa algunas páginas y dice: acá les va unas líneas que hizo de mí este señor, un escrito llamado “Retrato de un héroe”.
Escuchen, par de imbéciles: “Un día que se acerca habrá que rendir a Busch un homenaje del mármol y del bronce; aún esperamos al homérida que cante sus hazañas”. Y esta que es la que más me gusta: “Esa altitud de árbol y de mástil. Esos ojos firmes y serenos…”. ¿Ahora les quedó claro quién soy yo? Eso que dice Diez de Medina parece más una declaración de amor que otra cosa, sobre todo por lo del “mástil”, se le sale al Chicuelo, y cuando Busch está a punto de hacerle la arguediana una vez más, ¡plaf!, despierto.
Arguedas. Busch. El cine Busch y la gente desempleada. Villa Fátima como un barrio para sí.
Epílogo. Era eso o un besote húmedo, don Alcides.


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