domingo, 1 de noviembre de 2015

Artículo

Roland Barthes: Amateur


Una crónica –recapitulación y argumentación de por medio- del Coloquio Internacional sobre Barthes efectuado en la semana en La Paz.



Jorge Estévez

Roland Barthes escapa a cualquier intento de encasillamiento. El autor escribió sobre fotografía, moda, lucha libre, música, la comida japonesa, y el discurso amoroso (entre tantas otras cosas).
Fue un incisivo analista de la cultura y un creyente en la literatura avant-garde con un libro, Fragmentos de un discurso amoroso, que terminó siendo best seller en Francia. El 12 de noviembre de este año cumpliría cien años y por esto el Instituto de Investigaciones Literarias de la carrera de literatura de la UMSA decidió organizar un festejo: el Coloquio Internacional “Roland Barthes Amateur”.
Se festeja el centenario, sí, pero debemos retroceder unos años para remarcar la trascendencia de este aniversario. A finales de los setentas las aulas del Collegè de France estaban llenas. Había un sentimiento eléctrico en el aire. Las multitudes llegaban para escuchar a un intelectual que, como nota Jonathan Culler, se convirtió en el sucesor de Sartre fuera de las fronteras francesas. La gente parada en la puerta esperaba poder escuchar alguna palabra, algún fragmento, mientras los alumnos sentados en el piso tomaban apuntes sonriendo. Barthes, cigarro en mano, dirigía la clase.
Y es que había algo extrañamente sui generis en aquel profesor del Collegé de France, la mayor institución del sistema académico francés. Muchos lo consideraban como el gran estructuralista, el promotor de todo lo semiológico, la literatura desde la óptica de lo científico, mientras otros (entre los que me encuentro) descubrieron en él la posibilidad del placer del texto, el goce que las palabras escritas le pueden dar al lector, ese placer que debe ser tomado, la posibilidad de decir, sin sentirse demasiado culpable, “este libro me aburre. Voy a cerrarlo y buscar otro. Uno que me hable y no me murmure”.
En los textos que Barthes escribe la atención al detalle es fascinante. El ojo atento se detiene y abre un universo de posibilidades. El lector cae infinitamente cautivado.
Mi ejemplo favorito: En El imperio de los signos (1970) Roland Barthes observa a algunos vendedores de comida del Mercado Flotante de Bangkok. Su mercancía es toda pequeña y delicada.
“Los palillos, dice Barthes, dividen, separan, alejan, rodean, en lugar de cortar y pinchar a la manera de nuestros cubiertos; jamás violentan el alimento: o bien lo desenredan poco a poco (en el caso de las hiervas), o bien lo deshacen (en el caso de los pescados y las anguilas), reencontrando así las fisuras naturales de la materia”.
Luego continúa, “en todos estos usos, en todos los gestos que implican, los palillos se oponen a nuestro cuchillo (y a su sustituto predador, el tenedor): son el instrumento alimentario que se niega a cortar, tronchar, mutilar, horadar […]. Gracias a los palillos la comida deja de ser una presa a la que se violenta (carnes sobre las que se ‘encarniza’), y se convierte en una sustancia armoniosamente transferida; transforman la materia, previamente dividida, en comida de pájaro, y el arroz en oleada de leche; maternales, remiten incansablemente al gesto de las aves cuando dan de comer con el pico, dejando a nuestras costumbres alimenticias, armadas de lanzas y cuchillos, el de la predación”. ¿Cómo no festejar el cumpleaños de Roland Barthes?
Entonces avancemos algunos años y cambiemos de posición geográfica. Nos encontramos con el “Equipo R.B.” conformado por Marcelo Villena, Gilmar Gonzales, Mirka Slowik y yo (además de un grupo enorme de voluntarios que han ofrecido su tiempo y su esfuerzo para que todo funcione con éxito, a los que les estamos enormemente agradecidos) y una misión: organizar el festejo por los cien años de Roland Barthes.
La cosa se dividió en tres comentos. A principios de año, junto a los investigadores junior de la carrera de literatura, organizamos sesiones en las que se debatió y analizó La cámara lúcida: notas sobre fotografía (1980). Unos meses después Luis. H. Antezana (uno de los intelectuales más importantes del país, al que todos se refieren cariñosamente como Cachín) dictó talleres para la planta docente alrededor del famoso texto Mitologías (1957) también de Barthes.
Finalmente, en el tercer momento -ya en el coloquio, el punto central de la fiesta- se realizaron conferencias a cargo de reconocidos especialistas y también talleres dirigidos por amateurs, profesionales, artistas y expertos que hayan encontrado en Barthes, al menos, un amable interlocutor; en este contexto, además, se hizo la entrega, por parte de la UMSA, del grado de doctor Honoris Causa a Luis Antezana”.
“¿Acaso no es nada para ti ser la fiesta de alguien?”, dice Barthes desde los afiches pegados por toda la ciudad. Se trató, después de todo, de una celebración, una fiesta con invitados y toda la cosa: Claude Coste, codirector del “Equipo Roland Barthes” en el Centre National de la Recherche Scientifique de Francia; Ottmar Ette, de la Universidad de Postdam en Alemania; Laura Brandini, de la Universidad de Londrina en Brasil; Andrés Ajens, de la Universidad Metropolitana de Santiago de Chile, Guillermo Daghero de Córdoba, curador de arte e investigador sobre la producción de arte en la institución psiquiátrica.
También participaron la poeta y catedrática Mónica Velásquez; Mauricio Souza, director editorial de Plural y también catedrático; Mauro Constantino y Daniele Gaio, ambos catedráticos y Verónica Auza, socióloga y estudiante de doctorado. Todo en una celebración que duró cuatro días (del 26 al 29 de octubre), al mejor estilo de un buen preste.   
Me imagino (pecando de celebrar mi propia cosecha) que a Roland Barthes le habría gustado ver esos salones llenos de gente. Todos riendo sobre las posibilidades de la traducción de la palabra “amapola” en los poemas de Celán o pensando en las “Grandezas y las miserias del rolandismo” (título de la conferencia de Claude Coste).
Un fenómeno extraño. Todos estaban ahí para celebrar la literatura, los pequeños detalles, la posibilidad, llevándole la contraria a cualquiera que pudiese decir que algo así no es posible en este tiempo, y mucho menos en este país.

El gesto quizás sea en sí mismo un biografema (neologismo ideado por Barthes amparando el retorno amistoso del autor a su obra) o quizás no y sea solo yo, con chaqui interpretativo después del preste barthesiano. 

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