En la quietud de la ceniza
Reseña de un libro que es tres libros; tres poetas que convergen en un solo poemario.
Gabriel Chávez Casazola
Hace pocos días me tocó presentar en Bogotá, durante el
Festival de Poesía “Las líneas de su mano”, el libro La quietud de la ceniza, de los poetas colombianos Henry Alexander
Gómez, Jorge Valbuena y Hellman Pardo, todos ellos valiosos nombres de la
actual poesía de su país y además, todos juntos, integrantes del colectivo “La
Raíz Invertida”, gran dinamizador de la vida literaria en la capital colombiana
a través de talleres, encuentros, lecturas y diálogos.
Pero además, la luminosa sombra de este árbol se prolonga
en toda Latinoamérica, gracias al portal digital de poesía La Raíz Invertida,
que junto a Círculo de Poesía de México son los principales referentes del
género en el espacio digital en español. Sin embargo, hoy no nos toca hablar de
esta poética labor extrapoética, sino de la obra que estos tres autores acaban
de publicar en Ecuador y presentar en Colombia.
Como en la Trinidad católica, cuyas tres personas son un
solo Dios, este libro es tres libros, único y distinto cada cual -El falso llanto del granizo, de Hellman
Pardo; Teoría de la gravedad, de
Henry Alexander Gómez; y Pasajera de agua,
de Jorge Valbuena- pero que en unión hipostática forman La quietud de la ceniza.
Esta estructura responde, o más bien, refleja la relación
de correspondencia y de complicidad que existe entre los tres poetas autores y
coautores: autor cada quien de su propia antología personal y coautor de esta
summa antológica.
Ellos tres: Pardo, Gómez y Valbuena, forman en la vida,
en los alrededores de la poesía, el movimiento “La Raíz Invertida” que, como
dije, tiene ya merecido lugar en el espectro poético colombiano y
latinoamericano.
A la vez, cada uno de ellos vive su propia vida y escribe
su propia poesía, con voces que no se confunden, que no se superponen, que no
se alinean, pero que juntas -como en este libro- forman un ejercicio coral, una
polifonía que no es polifónica sino en tanto adición de tres homofonías
nítidamente perfiladas, y que tiene también cada cual ya su propio lugar en la
poesía actual escrita en nuestro idioma.
Si tuviera que asociar a cada uno de ellos a una función
del cuerpo de esta unión hipostática que es La
quietud de la ceniza, acaso Hellman Pardo sería el mirar, Henry Alexander Gómez
el pensar, Jorge Valbuena el sentir, y los tres el escuchar, porque si en algo
converge su poesía es en su capacidad de atenta escucha de las cosas del mundo,
de sus sonidos y silencios.
Esta es, desde luego, una lectura personal y una
elucubración como las de los teólogos que hablan de la unión hipostática pero
también de cada hipóstasis:
Pardo mira a través de una ventana, y la ventana parece a
sus ojos más compasiva que la propia piel
que conocemos. // Conjetura un paisaje
afuera / mientras nosotros / tallamos lo invisible.
Gómez, que sabe tallar lo invisible, renueva el cogito y piensa que solo nos existimos
contemplando la luz de nuestras heridas. De sus brazos cae la hoja / con la que un
hombre descalzo cubre su sombra.
Valbuena, descalzo en las veredas, camina buscando el primer paso / la salida al comienzo / el
instante que enciende / la luz oscura. Siente que es labor de hielo entregarse a los cauces / siendo a la vez sequía y
nacimiento. Y se refleja en el espejo –un
reflejo atroz / que se deshoja– que acaso sea la misma ventana por la que
mira Pardo.
Los tres, al cabo, se calientan en los rescoldos de la
ceniza quieta. Son raíz invertida, un adentro que se hace afuera, lo que se
nutre y al mismo tiempo da fruto.
Será el lector el que se acerque a este libro que es tres
libros y encuentre sus propias claves, las palabras o los silencios, los
mirares y los pensares, los sentires y los escuchares que reflejen mejor su
habitar el mundo, su propia voz y su propia búsqueda.
Yo cierro aquí el libro, editado con la bella factura de
El Ángel Editor de Ecuador y prologado por el poeta mexicano José Ángel Leyva. Los
rescoldos siguen alumbrando.
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