Samai, la senda del peregrino
Texto que el autor leyó en la presentación del poemario La senda de Samai, de Gary Daher, en la pasada Feria del Libro de La Paz.
Benjamín Chávez
La escritura de Gary Daher es una escritura sólida que ha
transitado ya un largo camino. Sus 16 libros publicados hasta ahora así lo atestiguan.
En ese mundo de letras que pacientemente ha sabido
construir, coexisten algunas de las formas más queridas que asume la
literatura. Me refiero, en primer término a la poesía, en segundo lugar al
ensayo, tercero a la traducción y, en cuarto lugar, por qué no, a la novela.
Desde que nos conocimos, hace ya una docena de años, leí
a Gary con el espaciado goce que la aparición de cada nuevo libro suyo
dispensaba. Recuerdo especialmente, quizás por puro capricho de lector, o quizás
no, los poemarios Cantos desde un campo
de mieses (2001), Oruga interior
(2006) y Territorios de guerra
(2007).
Su libro de ensayos En
busca de la piedra y el agua (2005), su novela El huésped (2004), ese libro de prosa poética llamado Tamil (escrito en 1994 pero publicado
recién en el 2006) y sus traducciones del poeta latino Catulo y de la poetisa
griega Safo. A esa lista, sin duda, ahora se agrega La senda de Samai.
La senda de
Samai es un libro, más que de poemas, diría yo que lo es de
versos. Es decir, de ese pequeño eslabón de palabras que son las líneas que
leemos cuando nos enfrentamos a un poema.
¿Por qué hago esta afirmación? Porque al leer este libro
uno percibe, desde la primera página, la contundencia de cada uno de los versos
que, en sí mismos, constituyen las pistas de ese “campo de señales”, feliz
expresión que utiliza su autor para intentar definir qué es y qué contiene este
libro, cuando en el estupendo texto inicial del volumen nos dice que: “entre
las civilizaciones humanas, Samai es nombre polisémico, pero de alguna manera
relacionado con lo sagrado”.
Es bueno tomar en cuenta que La senda de Samai es un texto escrito bajo poderoso influjo de esas
fascinantes ruinas arqueológicas que conocemos como El Fuerte de Samaipata.
Aunque, claro, no hace una descripción de lo que se ve, sino que asume el
difícil reto de mostrar y compartir ciertos atisbos de un camino interior que
acaso puedan servir de estímulo a quien se encuentre rondando aquellos parajes
donde el alma humana se busca a sí misma.
Corrobora tal afirmación, el poeta Gabriel Chávez
Casazola cuando dice que “La existencia es siempre una búsqueda, y en cuanto
tal, un viaje por rutas desconocidas. Al abrir este libro, Gary Daher nos habla
de un caminante que tiene los ojos en los pies. Como esos ojos improbables y
sin embargo certeros, la poesía puede permitirnos intuir o vislumbrar el
sentido de nuestros pasos, la razón de la sin razón (y viceversa) de esta
travesía”.
En esa misma veta, como cabe a una lectura sensible de
este libro, la poeta Vilma Tapia afirma que los poemas de La senda…, “son palabras que hablan de la condición del ser humano,
de su relación con el mundo, con los otros, pero, sobre todo, de su relación
consigo mismo y con Aquel que habita en
su interior y desesperado espera (…) Allí no encontramos la intención de
velar nada, sino, más bien, de revelar, de abrir las cortinas, de potenciar la
luz. De mostrar al que puede ver. De susurrar al oído del que puede oír”.
Ahora bien, existe una intención manifiesta -de parte del
autor- de que este nuevo libro se refiera, mediante el poder de la poesía, a
esos temas, acaso más propios de textos místicos o religiosos que de poemarios,
sobre todo de los poemarios que se escriben aquí y ahora.
Y es que todo tiene que ver con un camino -de ahí el
título del libro- que Gary Daher ha
decidido recorrer en su experiencia escritural como espejo de su vida
espiritual. Hace siete años, su propio derrotero existencial lo llevó a hacer
afirmaciones en ese sentido.
En la solapa del libro Territorios de guerra puede leerse que nació el 31 de octubre de
1956, su padre le enseñó los primeros versos castellanos y, según dice Mauricio
Peña, uno de sus más entrañables amigos, Gary, con apenas seis años andaba
hablando consigo mismo por los jardines de la casa. Creo que para no tener que
hacer aquello -anota- ahora escribo poemas, cuentos, ensayos, novelas; lo que
le ha permitido participar en muchas actividades literarias, dirigir revistas y
suplementos.
Pero -confiesa- la experiencia más hermosa ha sido la del
taller que hice con mis amigos, los poetas Juan Carlos Ramiro Quiroga y Ariel
Pérez, experiencia que hemos guardado en un libro llamado Errores compartidos (1995).
De esa intensa vida literaria -continúa diciendo- han
quedado varias huellas, esa prosa rosa que he denominado Tamil, las novelas El olor de
las llaves, El huésped y El lugar imperfecto, y en poesía (este
mi camino de estupenda e interior jornada), varias aproximaciones, de las
cuales probablemente Cantos desde un
campo de mieses y Oruga interior
sean las mejores.
Con este nuevo libro, Territorios
de guerra -concluye-, cumplo una etapa, aquella que en mi primera
publicación dije sería la de los maizales nuevos; quiera ahora el Buda, a
partir de éste, que la flor se abra.
Esa profunda y entrañable filosofía budista impregna
desde entonces, la escritura de Gary Daher Canedo. Pensar que podemos construir
una existencia digna de los seres humanos que somos, habitantes de un universo
que, como su nombre lo indica, es un espacio armónico gobernado y regido por
leyes amorosas, portadores además, como somos, hombres y mujeres, de la chispa
divina, es un esfuerzo, no pequeño es cierto, pero que muy bien merece la pena.
“La vida es la esencia que no sabes ver, porque el lago
de tu corazón permanece sucio”, dice Gary en uno de los versos de La Senda…. Un verso que, ya lo dijimos,
es una línea, una línea que, hilvanada con las demás de todo el libro, nos
invita a seguir una ruta, nos señala un horizonte dichoso y, generosamente nos
muestra un camino, una senda posible y deseable hacia el abrevadero del agua de
la vida.
Ese camino, que todos debemos primero hallar y luego
recorrer, es obviamente un camino interior pues, como lo revela otro verso del
libro: todo guerrero sabe que la mejor
batalla ocurre en el corazón. Y me gusta pensar que leer La senda de Samai es dar un paso por él,
en la dirección correcta.
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