El día en que el cine boliviano dijo al fin Fuck off
Libros & películas. Una mirada. Una lectura de los pasajes que cambiaron nuestra forma de ver el mundo.
Aldo Medinaceli
“Sin nombre. Sin raza. Sin
género”. Nameless. Raceless. Sexless.
Dependencia
sexual de
Rodrigo Bellott fue un hito en el cine boliviano por varias razones que no tienen
casi nada que ver con el hecho de tener la pantalla dividida, ni el lenguaje
dividido -la mitad en español y la mitad en inglés- o hasta la geografía
dividida: filmada en Latinoamérica y Estados Unidos.
Se trata más de un asunto de
contenido y no tanto de forma, esas dos parientes inseparables que toda obra de
arte plantea y, por supuesto, con su quiebre en relación al cine hecho
anteriormente. Después de demasiado tiempo vimos una película que abría una
amplia gama de posibilidades de realización, discusión y búsqueda a la función
escénica/estética. Y que era, a su vez, el espejo de un mundo local y global,
íntimo y público, desnudo y encubierto, abordando temas pocas veces
desarrollados en nuestra cinematografía.
La semántica de lo visual y la
violencia sexual convertían al filme en una enorme metáfora de las relaciones
personales, de las imposiciones mediáticas y su influencia en la autoestima y
valoración de los individuos.
La escena inicia en el minuto 63
y en ella una frase se va apoderando del espectador hasta convertirse en un
intenso mantra: “Sin nombre. Sin raza. Sin género”. Nameless. Raceless. Sexless.
Todo empieza con la pantalla en
negro mientras se oye un profundo llanto que paulatinamente se va convirtiendo
en una risa afectada. El título de la escena: “Espejos”. La escenografía es de
tonos oscuros, trigueños y marrones, como la piel de la actriz Ronica Reddick
que se fusiona con los muebles, cuadros (recuerdo un Diego Rivera), luces y la
atmósfera del escenario, como si se tratase de una obra abstracta del gran Stan
Brakhage, donde los colores van moviéndose de tal manera que es difícil no
distraerse con su belleza, a riesgo de dejar de oír el poderoso monólogo del
personaje. Adinah. Ella recuerda la primera vez que se vio en un espejo, a los
seis años, como un ser “sin nombre, sin raza y sin género”, después recuerda su
primera y precoz menstruación y su primera relación sexual. “No fue como en las
películas, con velas ni jazz de fondo. Ni siquiera nos quitamos toda la ropa”,
dice mientras cita las obras de Alice Walker y Toni Morrison.
Recuerda con especial énfasis
las imágenes de los ángeles sobre el marco del espejo, vestidos con poca ropa,
piel clara y los ojos azules. Y su monólogo va desestructurando las
representaciones del bien y el mal en el arte clásico, sus implicaciones
religiosas. La ausencia de ángeles oscuros o de mujeres desnudas. Las muestras
escénicas de lo puro y lo impuro en el
cine, la publicidad y la pintura. Las imposiciones de roles hacia lo masculino
y lo femenino, esto mediante una sobreexposición de su intimidad y la
deconstrucción de los íconos donde lo extraño, foráneo o inclasificable siempre
eran motivo de peligro.
Si bien la escena fue coescrita
con la artista y poeta haitiana Lenelle Moïse, la misma solamente profundiza
los temas que el resto del filme de Bellott explora, solo que desde la
perspectiva de la mujer inmigrante, no blanca, rebelde y víctima de una cruel
violación.
Hasta que al fin se oyen sus
palabras, claras y contundentes: “Fuck’em.
Do you hear me? Fuck’em”. “¡Que se jodan! ¿Me oyes? …que se jodan”. Los
dueños de todos los juicios, de todas las cárceles, aquellos que colocan las
etiquetas sobre la piel, los violadores de la semántica y de los cuerpos. La
pantalla se divide de nuevo y muestra las escenas anteriores filmadas en Santa
Cruz. Se establece una estrecha relación entre la mujer negra y los personajes
hispanos. Modelos. Jugadores de fútbol. De clases sociales alta y baja.
Hombres. Mujeres.
Adinah recuerda que luego de ser
violada se vuelve a mirar en el espejo. Y se reconoce: “Mujer. Negra. Adinah”.
No es más la sin nombre, sin raza y sin género. Intenta reír pero no es tan
fácil.
Pero en ese instante alguien
irrumpe en la escena y la directora corta el monólogo. Estamos en un inmenso
teatro vacío. “El gran teatro del mundo” diría Calderón. Y nos damos cuenta de que
todo el monólogo ha sido un ensayo desde el interior mismo de la historia de la
película, un metarrelato que no por su experimentalidad deja de tener profundas
implicaciones, porque mientras la actriz ensayaba su monólogo, en el parqueo de
la Universidad, muy cerca del teatro, ocurría otra violación, esta vez contra
el personaje hispano que ha migrado desde Latinoamérica hacia Nueva York, donde
descubre que su idioma o procedencia también son motivos de juicio.
Y se ve correr a alguien sin
rumbo huyendo hasta ingresar por equivocación en el teatro abriendo la puerta
que ingresa al escenario, interrumpiendo en medio del ensayo, logrando que
espectador y director tengan un acercamiento, mediante esta puesta en abismo y
la anulación de las barreras entre la ficción y la realidad.
Dependencia
sexual narra la historia de cinco
adolescentes desde diferentes perspectivas, (cada parte posee un título),
inaugurando un estilo que poco después sería reconocido en la cinta mexicana Amores perros.
El filme presenta varios tópicos
que luego serán parte fundamental en la obra de Bellott, como la marca de ropa
interior masculina Rigo Bosd que
simboliza en obras posteriores como Perfidia
toda una gama de significaciones. La ropa interior como la última piel, como lo
íntimo que deviene en público, como el producto comercial que se lleva dentro
sin conocerlo: nuestra “marca”, en una suerte de metáfora compleja, similar a
las utilizadas por cineastas como el malasio Tsai Ming Liang o las enigmáticas
secuencias de Gus Van Sant.
Una película de estructura
sólida como ésta no posee escenas centrales porque su propia construcción está
hecha de pequeñas obras que sumadas conforman a la obra entera, de ahí que haya
sido difícil elegir una sola escena en esta inagotable gestora de sentidos,
conflictos y emociones.
Como en toda obra que busca la
armonía de sus partes, cada fragmento responde a un todo. Desde el primer
encuadre con la gigantografía publicitaria de ropa interior de fondo, y un
preservativo usado tirado en el suelo en primer plano, e inmediatamente pisado
por un transeúnte, que bien podría resumir el desamparo y sensación de
desengaño que inspira el filme.
Hoy prácticamente todos los
actores y compositores de la banda sonora original de la película son
personalidades reconocidas en el oriente y occidente de Bolivia, sea como
conductores de televisión, actores, artistas, modelos de Playboy o intérpretes, de ahí que Dependencia sexual sea la obra por excelencia de la transición -artística,
sexual y vivencial- entre la adolescencia y la madurez, así como la primera
película con la que Bolivia marcó presencia internacional en el siglo que vemos
avanzar, repitiendo a cada instante “fuck off” hacia el mundo y sus espejos.
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