jueves, 11 de septiembre de 2014

Las escenas

El día en que el cine boliviano dijo al fin Fuck off


Libros & películas. Una mirada. Una lectura de los pasajes que cambiaron nuestra forma de ver el mundo.



Aldo Medinaceli

“Sin nombre. Sin raza. Sin género”. Nameless. Raceless. Sexless. Dependencia sexual de Rodrigo Bellott fue un hito en el cine boliviano por varias razones que no tienen casi nada que ver con el hecho de tener la pantalla dividida, ni el lenguaje dividido -la mitad en español y la mitad en inglés- o hasta la geografía dividida: filmada en Latinoamérica y Estados Unidos.
Se trata más de un asunto de contenido y no tanto de forma, esas dos parientes inseparables que toda obra de arte plantea y, por supuesto, con su quiebre en relación al cine hecho anteriormente. Después de demasiado tiempo vimos una película que abría una amplia gama de posibilidades de realización, discusión y búsqueda a la función escénica/estética. Y que era, a su vez, el espejo de un mundo local y global, íntimo y público, desnudo y encubierto, abordando temas pocas veces desarrollados en nuestra cinematografía.
La semántica de lo visual y la violencia sexual convertían al filme en una enorme metáfora de las relaciones personales, de las imposiciones mediáticas y su influencia en la autoestima y valoración de los individuos.
La escena inicia en el minuto 63 y en ella una frase se va apoderando del espectador hasta convertirse en un intenso mantra: “Sin nombre. Sin raza. Sin género”. Nameless. Raceless. Sexless.
Todo empieza con la pantalla en negro mientras se oye un profundo llanto que paulatinamente se va convirtiendo en una risa afectada. El título de la escena: “Espejos”. La escenografía es de tonos oscuros, trigueños y marrones, como la piel de la actriz Ronica Reddick que se fusiona con los muebles, cuadros (recuerdo un Diego Rivera), luces y la atmósfera del escenario, como si se tratase de una obra abstracta del gran Stan Brakhage, donde los colores van moviéndose de tal manera que es difícil no distraerse con su belleza, a riesgo de dejar de oír el poderoso monólogo del personaje. Adinah. Ella recuerda la primera vez que se vio en un espejo, a los seis años, como un ser “sin nombre, sin raza y sin género”, después recuerda su primera y precoz menstruación y su primera relación sexual. “No fue como en las películas, con velas ni jazz de fondo. Ni siquiera nos quitamos toda la ropa”, dice mientras cita las obras de Alice Walker y Toni Morrison.
Recuerda con especial énfasis las imágenes de los ángeles sobre el marco del espejo, vestidos con poca ropa, piel clara y los ojos azules. Y su monólogo va desestructurando las representaciones del bien y el mal en el arte clásico, sus implicaciones religiosas. La ausencia de ángeles oscuros o de mujeres desnudas. Las muestras escénicas de lo puro y lo  impuro en el cine, la publicidad y la pintura. Las imposiciones de roles hacia lo masculino y lo femenino, esto mediante una sobreexposición de su intimidad y la deconstrucción de los íconos donde lo extraño, foráneo o inclasificable siempre eran motivo de peligro.
Si bien la escena fue coescrita con la artista y poeta haitiana Lenelle Moïse, la misma solamente profundiza los temas que el resto del filme de Bellott explora, solo que desde la perspectiva de la mujer inmigrante, no blanca, rebelde y víctima de una cruel violación.
Hasta que al fin se oyen sus palabras, claras y contundentes: “Fuck’em. Do you hear me? Fuck’em”. “¡Que se jodan! ¿Me oyes? …que se jodan”. Los dueños de todos los juicios, de todas las cárceles, aquellos que colocan las etiquetas sobre la piel, los violadores de la semántica y de los cuerpos. La pantalla se divide de nuevo y muestra las escenas anteriores filmadas en Santa Cruz. Se establece una estrecha relación entre la mujer negra y los personajes hispanos. Modelos. Jugadores de fútbol. De clases sociales alta y baja. Hombres. Mujeres.
Adinah recuerda que luego de ser violada se vuelve a mirar en el espejo. Y se reconoce: “Mujer. Negra. Adinah”. No es más la sin nombre, sin raza y sin género. Intenta reír pero no es tan fácil.
Pero en ese instante alguien irrumpe en la escena y la directora corta el monólogo. Estamos en un inmenso teatro vacío. “El gran teatro del mundo” diría Calderón. Y nos damos cuenta de que todo el monólogo ha sido un ensayo desde el interior mismo de la historia de la película, un metarrelato que no por su experimentalidad deja de tener profundas implicaciones, porque mientras la actriz ensayaba su monólogo, en el parqueo de la Universidad, muy cerca del teatro, ocurría otra violación, esta vez contra el personaje hispano que ha migrado desde Latinoamérica hacia Nueva York, donde descubre que su idioma o procedencia también son motivos de juicio.
Y se ve correr a alguien sin rumbo huyendo hasta ingresar por equivocación en el teatro abriendo la puerta que ingresa al escenario, interrumpiendo en medio del ensayo, logrando que espectador y director tengan un acercamiento, mediante esta puesta en abismo y la anulación de las barreras entre la ficción y la realidad.
Dependencia sexual narra la historia de cinco adolescentes desde diferentes perspectivas, (cada parte posee un título), inaugurando un estilo que poco después sería reconocido en la cinta mexicana Amores perros.
El filme presenta varios tópicos que luego serán parte fundamental en la obra de Bellott, como la marca de ropa interior masculina Rigo Bosd que simboliza en obras posteriores como Perfidia toda una gama de significaciones. La ropa interior como la última piel, como lo íntimo que deviene en público, como el producto comercial que se lleva dentro sin conocerlo: nuestra “marca”, en una suerte de metáfora compleja, similar a las utilizadas por cineastas como el malasio Tsai Ming Liang o las enigmáticas secuencias de Gus Van Sant.
Una película de estructura sólida como ésta no posee escenas centrales porque su propia construcción está hecha de pequeñas obras que sumadas conforman a la obra entera, de ahí que haya sido difícil elegir una sola escena en esta inagotable gestora de sentidos, conflictos y emociones.
Como en toda obra que busca la armonía de sus partes, cada fragmento responde a un todo. Desde el primer encuadre con la gigantografía publicitaria de ropa interior de fondo, y un preservativo usado tirado en el suelo en primer plano, e inmediatamente pisado por un transeúnte, que bien podría resumir el desamparo y sensación de desengaño que inspira el filme.
Hoy prácticamente todos los actores y compositores de la banda sonora original de la película son personalidades reconocidas en el oriente y occidente de Bolivia, sea como conductores de televisión, actores, artistas, modelos de Playboy o intérpretes, de ahí que Dependencia sexual sea la obra por excelencia de la transición -artística, sexual y vivencial- entre la adolescencia y la madurez, así como la primera película con la que Bolivia marcó presencia internacional en el siglo que vemos avanzar, repitiendo a cada instante “fuck off” hacia el mundo y sus espejos.



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