jueves, 11 de septiembre de 2014

Cafetín con gramófono

El Cosmopolita Ilustrado I

Primera parte de la una reseña descriptiva de una publicación cruceña de fines del siglo XIX.



Omar Rocha Velasco

Aunque durante el siglo XIX Sucre, Potosí y La Paz fueron las ciudades en las que se publicaron la mayor cantidad de revistas literarias y culturales, también se publicó en otras ciudades. Este es el caso de la revista El Cosmopolita Ilustrado que “afloró” en Santa Cruz de la Sierra entre el 6 de agosto de 1887 y el 7 de enero de 1889.
En efecto, esta revista se publicó cada sábado hasta llegar al número 35, lo que es una contundente evidencia de la seriedad con la que se emprendió el proyecto y la aceptación que tuvo en una ciudad todavía alejada de los “centros intelectuales”. Los responsables de la publicación fueron Manuel Lascano Velasco y Adrián Justiniano y Flores.
Es imprescindible agasajar la edición facsimilar de esta revista, que se publicó en 2008 financiada  por el Gobierno Municipal de Santa Cruz gracias a una iniciativa privada: “En marzo de 2006 Juan Rivero Lascano, nieto de don Manuel Lascano Velasco, hizo entrega al director del diario El Deber, de unas muy logradas fotocopias de lo que fue El Cosmopolita Ilustrado, un periódico que circuló en la entonces olvidada Santa Cruz de la Sierra…”.
Hermosa publicación y hermoso gesto digno de imitar en otros ámbitos porque es una manera de hacer contrapunto a la cerrazón de los algunos “guardianes” (arcontes diría Derrida) que gozan de ocultar esos papeles amarillos bajo siete llaves.
Ser cosmopolita, en este caso, implicaba no caer en el “provincialismo” que era visto como uno de los grandes males del país en su conjunto, éste era intensamente cuestionado por los redactores, por ejemplo, en el último número (el 35 del 7 de enero de 1889), se hablaba de la inminente guerra civil entre los “hijos del Illiimani” y los capitalinos. La editorial cuestionaba el espíritu localista, recordaba a los grandes tiranos que alternaron en el poder pocos años antes y, sobre todo, planteaba una consigna “La patria antes que el campanario”.
Así, el cosmopolitismo era ir más allá del terruño y “dar á conocer á los hombres célebres del mundo entero, como también los monumentos, edificios y ciudades más importantes, y, en una palabra, todo lo que de más notable haya en arquitectura, escultura y demás artes liberales y mecánicas, para lo cual cuenta con la colaboración necesaria”. [sic.]
El título de la revista expresa, en su segundo término, otro de los encumbrados ideales de la época: “La Ilustración”. Ese era el horizonte que resolvería todos los problemas de convivencia, identidad y proyección, se trataba de “ensanchar la esfera de conocimientos”, “buscar la verdad”, “disipar el error y la ignorancia”. Claramente se veía en el ejercicio de las letras a un sustituto ideal de las armas.
El sentimiento común del periodismo de la época era dejar el fusil, empuñar la pluma y emprender una nueva lucha, más ennoblecida y menos sangrienta: “Es á esta lucha, á este combate de la inteligencia, á donde nosotros ingresamos con el débil contingente de nuestros esfuerzos, y, al presentarse El Cosmopolita Ilustrado en el palenque de la prensa periodística, lo hace guiado por el mismo nobilísimo sentimiento q’ á todos sus colegas anima: ilustrar, ilustrar, ilustrar y siempre ilustrar…” [sic.]
La revista se presentaba como independiente, eso significaba que no se adscribía a ningún partido político, el razonamiento era que mientras menos comprometido se está, se puede mantener dignidad y honor para poder juzgar los hechos y emitir “sano criterio”.
En esa perspectiva los redactores abrieron una sección denominada “municipalidad”, en la que hacen sugerencias y ácidas críticas a la labores de los Consejeros y Alcalde; los temas eran diversos: las paredes del cementerio, la suciedad en las farolas de la plaza, el polvo de las calles, el excesivo número de perros, el camino de la Sierra, etc.
Uno de los aportes más importantes de esta revista fue su vocación histórica, los redactores fueron plasmando en cada número algo de la historia del transcurrir de su ciudad, hablaron de la construcción de algunos edificios importantes, de la venta de algunos terrenos (dieron detalles como el precio y el nombre de acreedores y compradores), hablaron de tradiciones como el juego del cabrito y hablaron también de lugares emblemáticos como la laguna El Arenal. Todo esto a partir de grabados que obsequiaban a los suscriptores de la revista.

Sin duda fue una de las publicaciones más importantes del siglo XIX, repitió gestos, “poses” e ideales propios de la época, pero al mismo tiempo fraguó rasgos particulares que ninguna otra publicación del país tuvo y que se relacionan con su alejamiento de los centros intelectuales y la voluntad (muy consciente) de la construcción simbólica de una ciudad. 

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