Sin embargo, sin embargo…
El turno ahora es de Wittgenstein, en esta ya larga y apasionante serie de reflexiones sobre pensadores que desconfían, cuando menos, de las letras y las artes.
Juan
Cristóbal Mac Lean E.
Habíamos
estado preguntándonos, ya desde algunos artículos anteriores, sobre el lugar,
el estatuto, y aún la legitimidad de la poesía, si no la del arte mismo.
Dentro
de esta interrogación incesante, que nunca tendrá fin y que para el mismo Platón ya era muy antigua,
habíamos mencionado, también, a los grandes valedores del mismo filósofo cuando
éste expulsa a los poetas. Y estos no son sola o exclusivamente, tengámoslo muy
en cuenta, los prácticos panaderos de la esquina. Ellos son, más bien, Tolstoi,
Kant, Freud, Kierkegaard, Canetti, Wittgenstein… Esa punta de puritanos, como bonitamente los califica
Iris Murdoch al pensar en estas cosas.
Pero
si calificarlos así es algo que queda muy a mano, ello de ninguna manera
significa des-calificarlos. ¿Puede
acaso alguien (por ejemplo un artista) ser tan ligero como para no tomar muy
seriamente en cuenta las desgarradas razones por las que Tolstoi, por ejemplo,
desconfiaba enormemente del arte en general, ni qué decir ya de la poesía?
Es
que hoy por hoy es otra vez muy urgente (como sin duda lo ha sido siempre),
interrogarse sobre la suerte del arte o de la poesía. En el caso específico, pongamos ahora, de un
perdido lugar de los Andes como éste, por ejemplo, nos preguntamos: aparte del
muy escueto y reducido grupo o mínimo grupúsculo de gentes que pintan o que
escriben poesía y que están, como bien lo sabemos muy bien, en sociedades muy
desgraciadas y muy desgarradas como por ejemplo la boliviana, todo eso del arte
o la poesía aparentemente no le vienen ni le van a lo verdaderamente real, y
los arriba mencionados son-somos el cero coma cero coma uno por ciento de la
población general que es analfabeta, inculta está arruinada, es pobre
desgraciada y el viento está arrancando sus calaminas.
¿A
qué le viene, en contextos semejantes, ponerse a hablar, por ejemplo de
Shakespeare? Responder a esa pregunta que también tiene un aura fundamentalmente
provinciana, requiere de mucho mayor espacio y no lo haremos ahora, ese será
tema de otro artículo más tarde. De momento sigamos, pues, pasando a revista a
quienes desconfían y abominan de poetas y poesía, o el mismo arte en general. Y
un caso ejemplar lo tenemos en la gran reticencia con que Wittgenstein leía a
Shakespeare.
Es
George Steiner quien expone este espinoso asunto en un hermoso capítulo
titulado A reading against Shakespeare[i]
(Una lectura contra Shakespeare) y
que a nuestra manera seguiremos.
Antes:
podría traducirse el título también como Un
leer contra Shakespeare, lo cual haría más justicia al desarrollo de la
meditación de Steiner. Esta se inscribe en ese señalado borde en que se tocan,
atraen y repelen dos universos emparentados y distintos. “El estatus de lo
ficticio dentro de los “valores de verdad” de la intelección analítica y
sistemática, el estatus de lo ficticio dentro de los valores de veracidad de la
moral, han sido un fructífero irritante para la epistemología y la ética. Las
irresponsabilidades, o más exactamente las autonomías internalizadas de la
invención literaria, son desconcertantes, y en ciertos casos repelentes para la
filosofía”.
Más
tarde, Steiner prepara el terreno para las incomodidades de Wittgenstein, que
“era un ser humano de una inextricable honestidad sin concesiones. Estaba
desnudamente en casa con la verdad como la veía y la vivía”. Steiner sigue
todas las dispersas anotaciones de Wittgenstein a lo largo del tiempo y muestra
sus dubitaciones, rechazos.
El
capítulo concluye con estas palabras: “Platón se equivocó al expulsar a los
poetas. Wittgenstein no leyó bien (misread a Shakespeare. Como era esperable. Y sin
embargo… (And yet)”.
En
ese and yet de Steiner que ya figura
una vez antes, se escucha el dejo melancólico de una vieja herida. ¿Y si pese a
todo tuvieran una parte de razón quienes abominan de la poesía? ¿Por qué
alguien tan serio, temblando por el fugaz, tambaleante estatuto de la verdad como
Wittgenstein, llegó a desconfiar tanto de Shakespeare, universalmente
considerado como el poeta por excelencia, el más grande los poetas?
Hay
en Shakespeare, para Wittgenstein algo de falso, de trivial y de engañón, algo
envuelto en un puro hablar bonito y que es inconsecuente, se evade de lo real,
se dota de maravillosas artimañas lingüísticas, de exhibicionismos calculados,
es un maestro de ilusiones y no da cuenta de nada, es extraordinario pero
también es profundamente falso…
Su
“plenitud prepotente” carece de todo corazón, en una escena puede ocurrir tanto
esto como lo otro, indiferentemente, ningún tipo de señal reordena o
reconfigura todo, ni según el lenguaje ni según ninguna moral deducible. Se
está ante un garabato. A Wittgenstein, ese hijo de la ordenada Austria
protestante y que buscaba desesperadamente un orden con el que explicar el
desorden, un camino fundamental que acoja o que trascienda (otra vez) el
garabato, le parecía que Shakespeare, el mayor maestro en garabatos, era él
mismo un garabato artificial. Un inventor de lenguajes o palabras más que un
verdadero creador….
Así
por ejemplo, para Wittgenstein Shakespeare
“hace como si retratara bien los tipos humanos y fuera entonces verdadero con
la vida. Más de verdad no es verdadero
con la vida. Pero tiene una mano tan suelta en los trazos, su pincelada es
tan particular que cada uno de sus personajes parece tan significativo, tan digno de ser visto….”.
Y,
si Shakespeare muestra la danza de las pasiones humanas, lo hace como
danzando, como en una danza, una de
versos nada más -que no es como ocurren las cosas. Si eso no fuera poco, “los
símiles de Shakespeare son, en el sentido ordinario, malos. Y si de todas
formas resultan buenos -y no sé si lo son- deben ser una ley para sí mismos.
Tal vez su tono les da verosimilitud y belleza”.
Ese
tono o sonido, que traemos del ring inglés
hace que Steiner se detenga en el Klang alemán.
Pero en castellano tenemos una muy preciosa palabra que, afín a la tonalidad
del ring inglés o el Klang alemán, aunque perdiendo su bulla,
su timbre, dice: cadencia. Podemos
añadir: la cadencia es el estilo, el estilo es la cadencia -siempre que
comprendamos, claro, que no hay cadencia sin ruptura, disonancia y hasta
pérdida de la cadencia -que para eso también está ella: para perderla.
Wittgenstein
preocupado, escéptico, vuelve a preguntarse sobre ese tono, esa cadencia, ese
estilo en el caso shakesperiano: “eso querría decir que el estilo de todo su
trabajo, quiero decir de todas sus obras juntas, es lo esencial y lo que lo
justifica”.
La
palabra fundamental y que aquí nos interesa es la de estilo. ¿Y cómo así, nada
más que el estilo capaz de justificarlo todo? Ahora el estilo ha adquirido el
tamaño de una enormidad. Y queda pendiente responder a esa pregunta…
[i] Recogida en No passion spent.
Faber and Faber, 1996. Nos guiamos por esa edición, las traducciones son
muestras. Hay una traducción al castellano en la que eligieron, con admirable
acierto, el título de Pasiones intocadas.
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