Para no agobiarte con flores, Leonard
Retazos y aproximaciones a Leonard Cohen, en su 80 cumpleaños y en vísperas del lanzamiento de un nuevo álbum.
Martín Zelaya Sánchez
Un depresivo, introvertido y despreocupado joven judío que
vagaba con su guitarra por las frías calles de Montreal, que leía
compulsivamente cuanto le llegara a las manos, y que se encaminaba a una
prometedora carrera de poeta y novelista, pero que terminó -casi por accidente-
convertido en un mito de la canción… un extraordinario como extraño y peculiar
compositor que es tan poco conocido en el mundo globalizado, como venerado y
respetado en no pocos círculos de iniciados, artistas, músicos y fans.
Leonard Cohen, el maestro canadiense, cumple el 21 de este
mes 80 años y lejos de pensar en el retiro definitivo -salió de él hace poco
más de un lustro y deslumbró con varias giras y un CD de estudio- lanzará
además, dos días después, el 23, un nuevo disco, Popular Problems, para beneplácito de los amantes de su prosa
exquisita y terrible, de su profundidad y precisión, de su voz tan áspera como
apacible y cautivadora.
¿En qué reside la magia de Cohen? Muchos estetas y
perfeccionistas de la canción armónica podrán decir que su carrasposa voz es
más bien hostil a los oídos, por eso, la crítica y los melómanos están
divididos diametralmente: o caen a sus pies de entrada, o lo rechazan tanto que
ni se molestan en darle una segunda oportunidad.
¿Y sus textos? Dylaniano, dirán algunos, beatnik, seguidor
de Burroughs y Ginsberg, hippie trasnochado, otros… nada de eso: es, más bien,
un género en sí mismo, un erudito que en sus canciones y poemas -publicó en más
de medio siglo de actividad casi tantos (¿o tan escasos?) libros como discos- halla
preguntas fundamentales, más que respuestas; dudas y provocaciones, antes que
certezas; inquietudes e incertidumbres antes que resignaciones, todo lo cual
terminó por pertrecharlo en la espiritualidad y el hedonismo por partes
iguales.
“He leído en algún lado que nosotros no producimos
pensamientos, que los pensamientos llegan espontáneamente y entonces,
fracciones de segundo después, tomamos posesión de ellos. En ese sentido nadie
tiene un pensamiento original. Pero los pensamientos originales surgen, y nos
lo atribuimos”, señala en los capítulos iniciales del libro Soy tu hombre. La vida de Leonard Cohen,
de Sylvie Simmons (Lumen, 2012).
A modo de rendir tributo a este gigante, y no desesperar en
espera de conseguir su CD en las siguientes semanas, repasemos algunos
extractos de este grueso volumen, traducido al español por Francisco J. Ramos
Mena.
- “Recuerdo que entré en un club llamado Max’s Kansas City,
que había oído decir que era un lugar al que iba todo el mundo; yo no conocía a
nadie en Nueva York, y recuerdo que me quedé en la barra, pues nunca se me ha dado
muy bien ese duro trabajo que implica alternar, y que un joven se me acercó y
me dijo: ‘¡tú eres Leonard Cohen; tú has escrito Beautiful Losers!’, que nadie había leído… Era Lou Reed. Me llevó a
una mesa llena de personas: Andy Warhol, Nico…”. (Pág. 205-206, sobre su
llegada en 1966, a la Gran Manzana donde terminó de decantarse por la canción y
la música, sin por ello dejar de lado los libros)
- “Songs of love and
hate, y los dos primeros álbumes,
Songs of Leonard Cohen y Songs from a
room, forman una especie de trilogía en la que desfilan asesinos junto a
suicidas, mártires junto a soldados, y gurús junto a personajes del Antiguo
Testamento, mientras que los hombres que anhelan el amor y sus amantes desfilan
en direcciones opuestas. Como en los libros de Leonard, hay temas y motivos
recurrentes, lecciones que se aprenden y otras que no, alegría que se convierte
en dolor…”. (Pág. 322)
- “Corría el mes de diciembre de 1975 y Leonard se había ido
a casa, a Montreal. Dio la casualidad de que Bob Dylan estaba también en
Montreal, en su gira Rolling Thunder… Dylan deseaba añadir a Leonard al cartel.
Ratso Sloman, que acompañaba a la troupe
como reportero, recuerda: ‘Bob estaba increíblemente resuelto a convencer a
Leonard a que viniera. Era evidente que era un gran admirador de su obra”.
(pág. 374)
- “Leonard tardó cinco años en escribir Hallelujah. Cuando Sloman lo entrevistó en 1984, le mostró un
montón de cuadernos, ‘libreta tras libreta llena de versos para la canción que
por entonces llamaba The other hallelujah’.
Leonard Guardó unos ochenta de ellos y descartó muchos más”. (Pág. 433)
- “I’m your man
había superado en ventas a todos sus álbumes anteriores. ‘Por lo que se refiere
a mi supuesta carrera -diría Leonard- ciertamente fue un renacimiento. Pero era
difícil considerarlo un renacimiento desde el punto de vista personal, ya que
se hizo en las habituales condiciones deprimentes y malsanas’. Suzanne lo había
abandonado pidiéndole dinero. Su relación sentimental con Dominique se
desbarataba. Era un baile cuyos complicados pasos Leonard conocía bien: la
intimidad y la distancia, las separaciones y las reconciliaciones se sucedían
sin cesar y cuando la música se detenía, ¡adiós!”. (Pág. 471)
- “Como solía decir mi anciano maestro: ‘Podemos visitar el
paraíso, pero no podemos vivir en él porque en el paraíso no hay ni
restaurantes ni lavabos’. Hay momentos, como digo en esta canción (Boogie Street) en que you Kiss my lips, and then it’s done, I’m
back on Boogie Street; en medio de un abrazo con la persona a la que amas
te fundes en el beso, te disuelves en la intimidad, es como si tomaras un trago
de agua fría cuando tienes sed; sin ese refresco probablemente morirías de
aburrimiento, pero no puedes vivir allí. De inmediato te vez sumergido de nuevo
en el atasco del tráfico”. (Pág. 558)
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