Iris, o imaginando un futuro predecible
Una lectura de la reciente novela de Edmundo Paz Soldán, su debut en la ciencia ficción, un buen pretexto de reflexión existencialista.
Martín Zelaya Sánchez
¿Se imaginan que el día menos pensado, sin que nadie les
diga nada, simplemente sientan la certeza de que van a morir, de que van a
“desencarnarse”, y se abandonen no sólo resignados, sino hasta entusiastas a
esperar el abrazo fatal de la deidad de la muerte?
Imagínense depender por completo de unas píldoras (swits) capaces
de brindar la catarsis total –droga perfecta, legal, imprescindible- y, de paso,
de un ubicuo aparato (qi) una especie de tableta o celular hiperdesarrollado
que te acerque al mundo y sus conocimientos, pero a la vez, te limite a lo que
quienes mandan quieren limitarte.
Así es Iris, el emporio distópico que Edmundo Paz Soldán
imagina, construye, proyecta. De esta
manera, abandonado ya hace bastante el terrenal y muy reconocible Río Fugitivo,
el autor se embarca en un nuevo proyecto de largo aliento. (En la presentación
de la novela, hace ya casi dos meses en La Paz, admitió que no puede sacarse de
la mente este universo que fabuló en los últimos cuatro años y que no sólo no
descarta posibles secuelas, sino que ya trabaja en cuentos en la misma realidad
y con el mismo tono).
La mayoría de las novelas convencionales pueden sintetizarse
velozmente a partir de uno o dos personajes, el espacio en el que se
desenvuelven y la trama-acción que les toca sufrir-desarrollar.
Si bien, haciendo un esfuerzo, este ejercicio también puede
efectuarse con el nuevo libro de Paz Soldán -que fue recibido con pros y contra
por igual por la crítica española-, no es lo importante, quizás ni siquiera es pertinente.
Y es que se trata del tipo de trabajos que más allá del qué y el cómo, remiten
obligadamente al por qué y al para qué.
El autor crea un ambiente determinado en un futuro mediato y
con varias situaciones personales que se suceden y/o entrelazan y llevan a un
par de grandes cuestiones fundamentales, una de corte social colectivo y otra
más en el plano individual existencial.
Primero: ¿hacia dónde vamos con la hipertecnologización, la
sobreexplotación de los recursos naturales y humanos, y la liberalización
política y económica que parecen apuntar a la irremediable certeza de que cada
vez más el mundo será para los pocos superpoderosos en desmedro de los muchos
intrascendentes?
Y por otro lado: ¿qué será del ser humano cuando la
despersonalización -a la que, por cierto, incita la tecnocracia llevada a
extremos- desemboque en un momento en el que tanto la tradición, la cultura, como
la religión, la ideología, los valores y hasta los instintivos lazos de
relacionamiento sentimental y social, queden en el olvido?
Para todo esto el autor concibe –y en esto reside lo valioso
de la propuesta literaria, más allá de que se cae en algún que otro lugar común
de la ciencia ficción- un espacio físico indeterminado, crea con maestría un
microcosmos no sólo verosímil sino altamente previsible y hasta se anima -aunque
con menos fortuna- a aventurar la cotidianidad de este su mundo desde los
rasgos físicos de los “nuevos humanos”, hasta lo que podría ser un nuevo esperanto
o idioma universal -rotas las fronteras geográficas como hoy las concebimos- mezcla
de español, inglés, portugués… una suerte de dialecto sustentado en
neologismos, pero no del todo bien resuelto.
Las historias
Se estableció hace ya más de un siglo -según el lector va
entendiendo pasadas las primeras pesadas páginas de ambientación- un
protectorado aislado del resto del planeta.2
En Iris gobierna Saint Rei, una megacorporación que, con el
permiso de Munro (¿una especie de ONU del futuro? O un “imperio” -¿Estados
Unidos?- que triunfó al fin), no sólo explota los ricos yacimientos minerales
de x503, sino que de paso somete a los irisinos, una “raza” signada por
mutaciones y debilitamiento genético a partir de las secuelas de pruebas
nucleares efectuadas en el territorio en décadas pasadas.
Ese es el panorama macro, en el que se desenvuelven Xavier
(shanz, o patrullero al servicio de Saint Rei que cumple así condena por un
grave crimen3), Reynolds (sanguinario caza irisinos), Yaz (enfermera proveedora
de swits legales e ilegales), Orlewen (especie de mesías y a la vez líder
político irisino) y Katja (incrédula investigadora que llega al protectorado
para descubrir que poco o nada se puede ya descubrir-subsanar), los cinco
protagonistas que, a la vez, dan nombre a las cinco grandes partes en las que
se divide la novela.
Como queda dicho, de poco vale comentar vida y gracia de
estos personajes, pues aunque de ellos se desprende todo, son simplemente hilo
conductor para el escenario, la estructura, el fondo, que son el fuerte de la
novela.
Valga, a manera de anécdota, retribuir el guiño que hace
Edmundo a los bolivianos al introducir -con sus respectivos ropajes- al Tío de
la Mina, al pijcheo4, al trancapecho, y al mercado de las brujas entre línea,
párrafo y página, mientras los personajes buscan huir de los shanz o de sí
mismos con swits, polvo de estrellas o jün, o, finalmente, mientras esperan la
trascendencia final (el abrazo de la muerte) como única esperanza.
1 “O quizás el cerebro se hacía el que se dejaba engañar y
sabía desde siempre que la percepción era un artificio, que el mundo en torno
nuestro debía ser representado de alguna manera para que la realidad pudiera
funcionar”. (pág 257)
2 “Habíamos notado que cada vez sabíamos menos de lo que
ocurría afuera. Que siempre había excusas para que las conexiones no fueran
fáciles. Que por eso ya no llamábamos tanto. Que a veces recibíamos noticias
con meses de retraso”. (pág 115)
3 “Lo esencial era que si habíamos terminado en Iris
significaba que no nos había ido bien. Sólo gente desesperada podía firmar un
contrato que impedía volver a casa. Sólo gente sin futuro estaba dispuesta a
buscarse uno en Iris”. (pág 107)
4 “Le quedaba el consuelo de las hojas de Kütt. Debía
masticarlas antes de cada jornada de trabajo. Eso amortiguaría el cansancio, el
dolor, el hambre”. (pág 234)
No hay comentarios:
Publicar un comentario