jueves, 24 de abril de 2014

Palabras para un recién llegado

 
Jesús Urzagasti
 
Mi querido hijo, eres tú quien debe revelar la incógnita de tu vida.
En esta ecuación conmovedora que te ha tocado resolver, nunca equivoques el camino. Tienes los datos necesarios para realizar una operación tan delicada: la luz y la oscuridad, el armonioso cambio de las estaciones, la ternura, el amor, el asombro en tu corazón y una memoria jubilosa para cuando descubras en los seres y cosas amados el secreto fulgor de tu estrella.
Pero, sobre todo, no olvides de que el dato más cierto es la muerte.
Una vida siempre es enigmática, mezcla de candor, de llama escondida y de embriaguez -como la tuya. Por lo tanto, ahora mismo te digo que si no aprendes a cobrar conciencia de la muerte, a poseerla, a adueñarte de sus entrañas con todas las fuerzas de tu ser; si no aprendes a no separarte de ella, jamás tendrás la mínima idea de nada, nunca podrás conocer lo que es el amor, la renunciación y lo que encierra tu figura al borde del crepúsculo y de los sueños.
Pasarás por este mundo como un perfecto lelo y te irás con el dolor de la Tierra a los quintos infiernos.
Cómo podrás amar y adueñarte de la muerte, eso es asunto tuyo.
No esperarás que se vaya tu madre o que estalle yo para descubrir en tu pecho, a través de un sentimiento profundo, la encendida, dolorosa y melancólica ausencia que es tu presencia en el mundo.
Cualquiera sea la ocasión que te permita albergar ese fuerte sentimiento, que sea en buena hora: finalmente descubrirás con infinita piedad el porqué del afanoso apego a la carne que hay en el hombre.
Tales cosas, desengáñate, no las hallarás leyendo libros, escuchando música o pasando de inteligente en la universidad.
Felizmente estás encerrado en tu  piel.
No sé de dónde proviene esta curiosa sensación de estar hablando con un fantasma. Mi optimismo y mi espanto aumentan cuando te imagino estudiando la verdadera geografía del Universo.
Repítete todo lo que puedas en la vida: es la única manera de encontrar el camino y hacer florecer el rosal de los recuerdos.
Vivir es aprender a olvidar la vida, para recordarla tendrás toda la eternidad.
La eternidad sólo existe con el exclusivo fin de recordar la vida y sus milagros, para que siempre haya memoria de ella, para que sus movimientos sonámbulos despierten a ángeles como tú.
Lo que te acabo de decir no lo he inventado yo, es la cosecha de todos los ilusos que vinimos al mundo, convencidos de que aquí estaban las minas del rey Salomón.
Aquí no hay tales minas.
Las minas las trajimos nosotros.
 
(La Paz, febrero de 1968)
 
* Texto que el autor proyectaba incluir en una segunda edición del libro Cuadernos de Lilino, que finalmente nunca vio la luz.

 

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