Una partida y una vuelta a casa
Son más los aciertos que las dudas, sostiene el autor, en una lectura del reciente libro de cuentos de Juan Pablo Piñeiro.
Sebastián Antezana
“Estamos
aquí. Estamos volviendo a casa”. Con esta frase finaliza el último cuento de Serenata cósmica, tercera publicación y
primer libro de relatos de Juan Pablo Piñeiro, y resulta particularmente
reveladora a la hora de evaluarlo.
Se
trata de un libro que apelando a un lenguaje más bien oral está compuesto por
diez narraciones independientes -entre el cuento tradicional, la leyenda
poetizada y el ensayo experimental- en las que pueden encontrase algunas
novedades y también temas recurrentes de su autor: la presencia del mundo
andino, la aparición de la paceñidad como forma particular de la existencia y de
la estética, el tratamiento de la borrachera y la muerte como dos categorías del
conocimiento.
Serenata cósmica es un
libro bien escrito, con hallazgos lingüísticos y temáticos afortunados, y que
mantiene parcialmente la misma tónica de los libros anteriores de Piñeiro.
Aunque, es cierto, en él se puede percibir cierta descompresión o incomodidad
que quizás se deba al cambio de género o a la falta del largo aliento.
En
las páginas de los cuentos se puede percibir, por ejemplo, cierto abuso de la
vuelta de tuerca, el mecanismo que hacia el final de los relatos pretende
desestabilizar su historia mediante la revelación de una verdad sorpresiva (el
personaje que se observa llevando zapatos de payaso en Hipnótico y metafísico,
el descubrimiento de la foto de Neil Armstrong en Wapakoneta, el narrador que
se revela como el cadáver embalsamado con quien viven dos señoras en Un pájaro
en la ventana, etc.).
Hay
algunos abusos, sí, pero aquí son mayores los aciertos, los que hacen que el
conjunto del libro sea interesante y a momentos incluso cautivante. Los puntos
altos del libro son cuentos como Vistos al Illimani, Influenza y Serenata
cósmica, relato que da nombre al libro.
En
el primero, la breve narración del encuentro de una pareja de jóvenes en el
Puente de las Américas, se da uno de los hechos notables del libro: la
transformación de la lengua coloquial en código mítico que, aunado a la presencia
magnética de la montaña, funciona como elemento de unión entre seres disímiles;
es decir, la propuesta de la oralidad e incluso la frase hecha como forma
fundamental del vínculo entre las personas.
El
segundo relato, Influenza, consiste en cuatro párrafos de una prosa profusa en
imágenes del mundo andino (ayllus, kallawayas, achachilas, cóndores y hojas de
coca), cuatro párrafos que conforman lo que puede verse como un pequeño mito o
una leyenda contemporánea que nos habla sobre el mal y la enfermedad universal,
y que se lee como callejón sin salida de la trama y como alegoría de las muchas
conquistas -internas y externas, políticas y no políticas- de los pueblos
originarios del país.
El
tercer cuento, Serenata cósmica, es uno de los más logrados del libro y la
historia del viaje de tres amigos en camión desde La Paz hasta Cobija, trayecto
que repite el de varios otros libros de la literatura latinoamericana al dejar
el bullicio “funcional y sin gracia” de la ciudad para llegar al bullicio de la
selva, donde “hay algo majestuoso en el aire. Hay algo misterioso”.
En
el trayecto, el lector es testigo de algunas pérdidas y varias ganancias -a la
manera de novelas como Los pasos perdidos
o La nieve del almirante, que a su
vez son relecturas de novelas fundacionales como El corazón de las tinieblas- y de la descomposición y recomposición
del lenguaje, que en este caso obedece a una lógica distinta a la de la ciudad
-o por lo menos a la de la ciudad de La Paz–, una lógica personificada en el
nativo Napoleón Manbiduyepe, a quien el narrador del relato escucha
atentamente: “Yo también lo escucho. Nos enseña palabras desconocidas.
Desconocidas para nosotros. Nos habla de la yarará y del yoperojobobo, como del
majo y del sinini”.
Y
allí en la selva, “entre los árboles”, el narrador y sus dos amigos encuentran
su destino, “una tierra misteriosa que nos espera iluminada en medio de la
floresta. Estamos aquí. Estamos volviendo a casa”.
El
tercer libro de Piñeiro es una partida y una vuelta a casa. Después de las
novelas Cuando Sara Chura despierte e
Illimani púrpura, dos gestos
importantes de la novelística boliviana contemporánea, se siente como una pieza
quizás algo menos lograda.
Más
allá de lo afortunado de algunos de sus cuentos, el libro en su conjunto no
muestra la solidez argumental, la convicción formal ni el calibre de personajes
de las novelas. No se percibe aquí una construcción tan sólida del universo
narrado y en algunas ocasiones el tono general de la escritura parece obedecer
más al artificio ornamental que a alguna convicción acerca de las relaciones
entre literatura, oralidad y esa especie de reverso del castellano que es el
lenguaje paceño.
Pero
fuera de lo dicho, Serenata cósmica
se mantiene claramente dentro de la misma línea estética y la misma propuesta
que se percibe en las novelas anteriores y que se constituye en una especie de
marca registrada de Piñeiro, y eso, creo, es un claro mérito, la constitución
de una voz.
Por
una parte, el libro es un intento de dejar los límites de la estricta paceñidad
que se percibían en Cuando Sara Chura
despierte e Illimani púrpura, y
es también una confirmación de que el mundo de su autor es un ámbito definido
por límites distintos a los geográficos, por lenguajes que sobrepasan los
citadinos, por mitologías y formas de concebir el espacio que no pueden ser
restringidas al espectro occidental y la lógica andina. Y por eso el libro es
una partida.
Pero
es también un regreso a todo lo anterior, un retorno oblicuo al mundo de la
ciudad hueco y sus montañas, la expresión de una imposibilidad de traspasar -o la
confirmación de una voluntad por no traspasar– las barreras de lo conocido y
quedarse a habitar un territorio que el autor considera significativo, un
territorio de germinación y brote capaz de producir siempre nuevas versiones
del mundo. Y por eso Serenata cósmica
es también una vuelta a casa.
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