El teatro como torrente
A partir de una lectura detallada de la nueva obra de Eduardo Calla, la autora efectúa una somera revisión a la primera semana del Festival Internacional de Teatro.
Eduardo Calla se
despertó el lunes 7 de abril de 2014 agotadísimo, mas contento: “lo logré,
finalmente lo logré. Conseguí juntar en un único espectáculo al quehacer
dramatúrgico de las principales ciudades bolivianas, a las más destacadas
tendencias del teatro boliviano y a mi generación de artistas y directores. En
el horizonte quedan otras metas, pero ahora puedo brindar tranquilo”.
“Festejé los diez años de mi compañía Escena
163 con más de 30 artistas que ya invité durante esta década. No soy parte de
las roscas competitivas y hasta envidiosas y me gusta compartir y por eso puse
la olla para que cada comensal colabore con algo, sea la carne cruceña, el maíz
del valle, las papas alteñas o las cebollas paceñas y el toque de una albaca
italiana”.
Así podría imaginarlo
al día siguiente de su victoria, pero con Eduardo nunca se sabe. No le gustan
los aplausos y los vivas y se abstuvo de salir al escenario a recibir las
aclamaciones de un público de pie ampliamente satisfecho con su trabajo
Excepciones, presentado el 5 y 6 de abril en el IX Festival Internacional de
Teatro de La Paz ,
FITAZ, en el improvisado escenario del garaje de la Cinemateca Nacional.
La obra -mejor dicho
un caudaloso río con 12 afluentes- concebida y dirigida por el joven paceño es
lo mejor que vimos en los últimos años y superó las expectativas por varios
motivos: la calidez y originalidad de la propuesta; el pulcro trabajo de cada
uno de los dramaturgos, directores, artistas y el equipo de apoyo; la
proyección de un quehacer cultural nacional que se fecunda a sí mismo a pesar
de las muchas dificultades para el arte sin estridencia ni folklorismo
nacionalista.
Un torrente de aguas
claras nutrido por el trabajo apasionado de muchos artistas, algunos de los
cuales conocimos desde hace dos décadas en sus primeros ensayos.
Excepciones fue lo
principal del programa del FITAZ, a pesar de otras puestas notables como el
Otelo de los chilenos Viajenmóvil y la muy buena presentación de grupos bolivianos como Madrastra de
Cochabamba (Riñón de cerdo para el desconsuelo) o Phajsi Teatro (con la
infantil El secreto bajo las alas).
La obra
Este río consta de 12 vertientes/historias
sobre el amor, aquel asunto que ya inquietaba a los trágicos griegos y que
sigue como un misterio irresoluble.
Una pléyade de autores
escribió algún pasaje con ese ingrediente sensible: Maritza Wilde, Percy
Jiménez, Diego Aramburo, Soledad Ardaya, Fredy Chipana, Miguel Vargas y Luis
Bredow.
Eduardo Calla, Rodrigo
Bellott, Claudia Eid, Denisse Arancibia y Juan Pablo Richter, Marcos Loayza y
Alejandro Molina. Algunos dirigieron sus obras, otros compartieron esa tarea.
Cada autor/director
consiguió dar su propio tono y a la vez mantenerse dentro del concepto general,
quizá el punto más alto de la puesta en escena. Jiménez abstracto, Bellott cineasta,
Eid atormentada, Vargas musical, Calla irónico, Arancibia ingenua, Ardaya
literata.
Cada uno, a su manera,
introdujo nuevas tecnologías que se convirtieron en los hilos conectores de
todo el complejo sistema de manantiales para que nada se desborde.
La joven escritora
Camila Urioste junto con Jiménez y Calla tuvo la responsabilidad de cuidar los
detalles y las transiciones que sin ese aporte podrían haber convertido el
torrente en inundación. Pedro Grossmann condujo a los pasajeros en cada puerto,
sin caer en roles aburridos de maestro de ceremonias.
Destacó en primer
lugar la idea del propio Calla con un extraordinario Christian Mercado. Gusté
mucho del enfoque de Sopa de verduras, dirigido por Ariel Muñoz y la actuación
de Carlos Ureña y el trabajo limpio y honesto de Bellott junto a Fernando
Gamarra y Fernando Barbosa.
La originalidad de
Miguel Vargas combinó con la presencia de las consagradas María Teresa Dal Pero
y Patricia García. Extraordinario Chipana con Bernardo Arancibia. Mauricio
Toledo enfrentó un duro rol y salió airoso, igual que la fina Mariana Vargas y
el experimentado Fernando Arce.
Escenario
Aunque la amplitud del
trabajo precisa un escenario no convencional, el lugar elegido no es el más
apropiado. Primero porque se filtran los ruidos de la calle, bocinazos, alarmas
de vehículos que perturban los monólogos -de hecho el formato más difícil en el
teatro- y perjudican la combinación con el uso de micrófonos, computadoras,
voces en off…
Presenciar dos horas
de teatro desde una galería improvisada o desde el suelo de cemento es un
suplicio, aún ante una buena oferta. La distracción y los estiramientos de
piernas adormecidas desviaron la atención que intentó mantener y respetar en
cada escena.
Coda
Dos apuntes
adicionales. No fue adecuado inaugurar el FITAZ con danza así sea de buena
factura, aún con textos y como parte de las artes escénicas. El mensaje
subliminal fue negativo, tanto por la relación con los auspiciadores o por la
idea de tener un “mensaje políticamente correcto” para el momento boliviano
actual, como -sobre todo- porque parecía que el teatro boliviano no tenía nada
para ofrecer al abrirse el telón del festival.
Por otra parte,
lamento la ausencia de empresas estatales nacionalizadas para auspiciar
cultura. ¿Dónde se van los excedentes de YPFB, BOA, ENTEL? El logo del Ministerio de Culturas y del
Fondo de Fomento a la Educación Cívico
Patriótica (¿?) no es suficiente y se depende de la cooperación internacional
holandesa o suiza o española para montar los mejores espectáculos.
Más triste aún, la
vigilia permanente de agentes de Impuestos Internos para controlar la venta de
entradas, el ingreso de invitados especiales, las butacas para los periodistas
del área cultural.
¡Qué paradoja!
Mientras bloqueaban los cooperativistas mineros que no aportan al erario
nacional según sus ingresos, el Servicio de Impuestos contaba al puñado de
espectadores que apoyó a unas artistas que trabajaron por meses una obra para
los niños, para alentarlos a conocer el mundo guaraní y el cuidado del agua.
Como premio a su
esfuerzo, se llevarán nada más y nada menos que 300 o 400 bolivianos, menos impuestos.
Eso seguramente no lo saben de Patujito ni Kantutita…
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