jueves, 17 de abril de 2014

ALTIplaneando

Paul Celán entre abril y su obra          



Una semblanza del gran vate alemán, desde su bagaje literario, pero sobre todo, desde su origen y pertenencia.




Edwin Guzmán Ortiz 

Los primeros días de mayo de 1970, en la mesa del departamento del poeta rumano Paul Celan, ubicado al inicio de la avenida Émile Zona, extremo sudoeste de París, se encontró una biografía abierta de Hölderlin, con una línea subrayada: “A veces el genio se obscurece y se hunde en lo más amargo de su corazón”.
Días antes, el 20 de abril, después de resaltar ese pasaje sombrío en el que embebió su ser más íntimo, Celán tomó la fatal determinación de lanzarse al rio Sena. Así, las inconscientes aguas terminaron anegando el resuello del autor de una de las obras poéticas más intensas y testimoniales de la Europa de postguerra.
Si su cuerpo fue encontrado por un pescador, el primero de mayo, diez kilómetros río abajo, su palabra -todavía incapturable- no termina de ser un signo trágico que dice el holocausto, tras las rejas del lenguaje.
Mas, esta referencia aparentemente extrapoética, es parte de una historia fatídica que, por supuesto, no terminó solamente con millones de existencias humanas, sino con millones de vivos que habiéndola vivido, han quedado expectantes y virtualmente muertos en vida. Por lo mismo, escribió Celan: ¿Quién dice que se nos murió todo cuando se nos quebraron los ojos? Todo despertó, todo comenzó”.
Paul Celan (seudónimo de Paul Antschel), nació en 1920 en Czernowitz, capital de la Bukovina rumana, hijo de Leo Antschel y Fritzi Schrager, una familia germano parlante de tradición jasídica.
Creció en el cruce de múltiples lenguas, como muchos otros judíos de la Europa oriental. Sufrió el rigor de un campo de concentración en la Alemania nazi, y habiendo realizado trabajos forzados logró sobrevivir, no así sus padres que fueron eliminados en Ucrania.
Sus poemas llevan la marca indeleble de esta experiencia y traducen el sufrimiento del pueblo judío. El crítico Siegbert Prawer, llegó a comparar su obra, en valor testimonial y estético, al Guernica de Picasso.
Además del espectro del nazismo, su vida se halla minada por depresiones, internaciones, rupturas, ensimismamiento, alcohol y -¡cuando no!- por pasiones arrasadoras, como la que mantuvo con la poeta austriaca Ingeborg Bachmann. Pese a ello, Celan no traficó su dolor, ni optó por el consabido melodrama de “la denuncia”.
En una entrevista, Jacques Derrida refiriéndose al poeta manifestaba: “Era un hombre muy discreto, muy borroso, inaparente. La presencia de Celan era, como todo su ser y como todos sus gestos, de una extrema discreción, elíptica, borrosa”.
En el plano creativo e intelectual, Paul Celan fue un poeta notable, probablemente el más importante de la Alemania contemporánea. Su vocación fue nítida: la poesía. Su obra poética concebida de 1938 a 1979 aglutina 800 poemas en más de 10 libros, además una cantidad extraordinaria de traducciones de poesía, en un registro de ocho idiomas.
Eligió el alemán, para su obra, no como una alternativa entre las otras lenguas que conocía y manejaba, sino para que la elección de una lengua pueda dar respuesta, pueda indeclinablemente decir después de Auschwitz.
¿Acaso no fue Theodor Adorno quién proclamó la imposibilidad de escribir poesía después de Aschwitz? La respuesta la dio Celán, y el filósofo frankfortiano calló ante la contundencia de la obra.
En Amapola y memoria (Stuttgart, 1952) el poema capital titulado Fuga de la muerte expresa: “Leche negra del alba la bebemos al atardecer / la bebemos al mediodía y a la mañana la bebemos de noche / bebemos y bebemos / Cavamos una fosa en los aires allí no hay estrechez…”.  
Haciendo  referencia a los músicos judíos obligados a tocar por los gendarmes, mientras sus compañeros cavan fosas para albergar sus propios cuerpos.
Su obra poética, se halla contrastada por dos periodos. El primero, cuya complejidad de inicio es evidente, despliega una poética influenciada por el romanticismo de Hölderlin y Novalis, de poetas espiritualistas como Rainer Marie Rilke, George Trakl, e incluso la poesía surrealista y el discurso peribíblico de las escrituras sagradas, manifestándose a través de una escritura menos tensa, flexible y musical.
En un segundo momento, a partir 1963, en Nimandrose (La rosa de nadie), su poesía se adensa y se torna más hermética, desafiando la inteligibilidad. Hecha de fracturas, cortes y la secreción de fragmentos que emborronan la semántica convencional, abandona el virtuosismo y la fluidez rítmica. De este modo se abre a una dimensión experimental y metapoética. 
Paul Celan, traduce en sus palabras ese universo interior, mítico y metafísico que experimenta, transgrediendo la gramática de aguas tranquilas, entronizando mordientes sépticos a esa linealidad sintáctica, y reconfigurando de este modo las modulaciones y sentidos de la lengua alemana.
Como Kafka, Celan busca que las palabras duelan, reinventa conceptos y giros en un afán deletéreo de trastrocar el alemán, la lengua que dictaminó el sufrimiento y la muerte del pueblo judío.
Pero, al mismo tiempo,  habitando una poética paradojal con esa lengua que le permitió compartir a Goethe y Schiller con su madre, esa lengua que acarició y sometió en sus múltiples traducciones, la misma con la que escribió su obra y le permitió testimoniar el fantasma de aquel silencio colectivo.
En los poemas se oyen las voces del judío desde la memoria del judeo-alemán, el yiddish, es más, se deja escuchar la voz de quién pugna callar la voz del judío, aquel  “de nombre impronunciable”. Se trata de una palabra cargada de realidad poética  y que, más allá de la mimesis, pretende ser la realidad que enuncia, donde la interlocución del “tú”  habita  su discurso, en tanto consumación de la comunicación poética.  
La memoria y el testimonio se funden desplegando un habla poética de concentración y rigurosidad extremas, donde las palabras como únicas sobrevivientes de la catástrofe, vencen la pulsión de muerte, y se erigen por encima de la ceniza, trascendiendo el dictamen del silencio. Por ello, la obra traduce la incomunicación y el angst existencial de quien se mueve en el contrahorizonte de un mundo absurdo.
Paul Celan, realizó estudios de filología germánica y lingüística en la Sorbona, fue profesor de literatura alemana en la École Normale Supérieure desde 1959. Proverbial lector, su biblioteca aglutinaba más de 3.000 obras en varios idiomas, repartiéndose entre la literatura, filosofía, judaísmo, lenguas e incluso botánica.

Celán, creyó firmemente que “El poema puede ser una botella de mensaje lanzada con la confianza -ciertamente no siempre muy esperanzadora- a la tierra, en algún lugar y en algún momento, tal vez a la tierra del corazón”. 

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