jueves, 10 de abril de 2014

Cafetín con gramófono

Desbarros


La historia de un impasse de crítica literaria, o por qué Carlos Medinaceli no fue poeta y sí un gran ensayista y narrador.




Omar Rocha Velasco

En 1920, Carlos Medinaceli, de apenas 22 años, ganaba los “Juegos Florales” convocados en Potosí por el Círculo de Bellas Artes. El galardonado había sido parte del grupo de jóvenes que, bajo la tutela de Claudio Peñaranda, publicaron sus primeros versos en el periódico La Mañana de Sucre. Esta fue la noticia que los lectores de este  diario encontraron una mañana de agosto:

Singular esplendor ha tenido la Villa Imperial de Potosí, la Fiesta de la Poesía y la Belleza, a la cual concursaron más de treinta autores con sus composiciones. La flor natural y la banda del Gay Saber, ha sido concedida al silencioso poeta chuquisaqueño adolescente Carlos Medinaceli, cuya labor desde estudiante en “Tribuna de la juventud”, “La Mañana”, de Sucre, y “Gesta Bárbara” de Potosí, revista de la cual es director y redactor principal, hacían esperar de él promisorios triunfos literarios e intelectuales. La poesía laureada, elegante en la forma, erudita y hondamente filosófica en el fondo, es muy digna del lauro con que se ha reconocido y valorado su mérito superior e indiscutible. Firmó él con el pseudónimo de Parsifal, su poema Las voces de la noche, diálogo con preludio entre el Ruiseñor y el Cuervo, con breve epílogo, en 56 estrofas (sic.).

El escritor en ciernes, todavía con guirnaldas en el cuello, laureles en las sienes y embriagado por los perfumes de Isaura Nogales Mendoza (reina de aquellos memorables juegos florales), jamás se imaginó que pocos días después del triunfo, sus poemas serían duramente “criticados” por un tal Gonzalo Gonzales de la Gonzalera, pseudónimo que debió retumbar en su cabeza durante mucho tiempo. En efecto, el personaje de la triple G utilizó el espacio que le concediera el periódico El Radical (y nada menos) para deshacer minuciosamente la obra ganadora en un texto llamado “Ripios Florales”. He aquí algunos de los juicios vertidos:

(…) se cae en cuenta de que mejor pudo llamarse Diálogo rimado de un Ruiseñor y Cuervo trasnochado

Norcharniega ... ¿que oídos tendrán los poetas y los jurys para que les haya gustado esa palabreja. VULGAR, ANTICUADA y del peor gusto?
Negra lágrima. Vaya, eso no es más que cometer una por-ca-da literaria y ENSUCIARLA FEAMENTE (sic).

Hasta aquí todo a favor de GGG, pero mientras se frotaba las manos y sonreía con ese gesto de media luna que es señal de triunfo ante la caída del oponente, vino el desenmascaramiento. La palabra es ampliamente pertinente para calificar lo que significó el texto llamado Desbarros y publicado por un tal Juan Maldía, en defensa de la obra defenestrada: 

Indulgente lector:

En los presentes "Desbarros" y por rara manera, vamos en contra de la gramatiquería insustanciosa y pueril, de la cual es genuino representante el señor GONZALO GONZALES DE LA GONZALERA. Y lo hacemos, no por contestar única y exclusivamente al ya nombrado señor, sino, porque conviene a un ambiente literario en formación, rebatir las ideas absurdas, del de la Gonzalera, que como ya dijimos es representante de una clase, intelectual, si se quiere, que toma el rábano por las hojas.

Aquí caben algunas aclaraciones. Gonzales de la Gonzalera resultó ser Luis Serrudo Vargas, cuyo texto revelaba cierto ingenio, buen humor y algunos conocimientos de preceptiva literaria, sin embargo el tipo de “crítica” que planteaba, seguía fervientemente la obsesión gramatical que caracterizaba a los que todavía sentían nostalgia del castellano puro o la lengua castiza no contaminada y se olvidaban por entero de lo que eran la poesía y el poema. Una crítica externa que se ruborizaba porque se hablaba del “alma de las cosas”, o de las incongruencias sintácticas entre los elementos de un verso. Esta perspectiva permitía matarse de risa por lo absurdo de la propuesta, pero lo que catapultó al señor Serrudo fue su falta de ética al copiar casi textualmente a Antonio de Valbuena, un español torturado de la gramática, que tuvo mucha influencia en su momento.
El encargado de estos desenmascaramientos, ese tal Juan Maldía, resultó siendo Alberto Saavedra Nogales, otro adolescente que era parte de Gesta Bárbara y muy amigo de Medinaceli. Desbarros se publicó en forma de folleto y desfilo por la intelectualidad potosina durante algún tiempo. Este texto sigue el mismo estilo que utilizara el de la triple G y se torna en una parodia corrosiva por excelencia, va desdibujando cada uno de los “ripios” que GGG encontró en la obra de Parsifal (Medinaceli).

Un último detalle, a pesar de la defensa de Saavedra Nogales (Maldía), la crítica de GGG fue tan dura que Medinaceli dejó de escribir poesía y se dedicó a los ensayos y a las narraciones que configuraron la gran obra que ahora conocemos. Una frase resume su dolencia: “cuando era joven cometí algunos poemas...”. 

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