jueves, 10 de abril de 2014

Imágenes paganas

Alejarse hasta volver


Sobre Alberto de Villegas, estudios y antología, libro que será presentado esta noche en La Paz.




Antonio Vera

1934. Guerra del Chaco. Un hombre de 37 años muere aquejado por disentería. Otra amarga ironía de ese sangriento conflicto: alguien va a la guerra con la candorosa ilusión del honor y el heroísmo, pero muy lejos de esos ideales, sin disparar un tiro, muere atacado por la fiebre y la diarrea. No lo mata una bala sino una bacteria.
El hombre se llama Alberto de Villegas y la historia cuenta que se alistó voluntariamente, ansioso por llegar al frente. “Cuándo será el día feliz que pueda combatir”, cuenta su amiga Ana Rosa Tornero que le dijo Villegas cuando visitaron juntos la línea de fuego. Como todo lo que ocurrió en esa guerra, esa frase y esa historia trunca parecen un delirante presagio, un síntoma exacerbado.
Antes de elegir con entusiasmo su destino trágico, Alberto de Villegas realiza un recorrido que, si no fuera por su final, tendría la apariencia del laxo viaje de placer de un culto intelectual de élite.
Temprano lector de Baudelaire y Verlaine, del modernismo español y el latinoamericano, colaborador desde sus 17 años en las páginas literarias de los periódicos paceños, estudiante de derecho, precoz funcionario de Estado, diplomático, viajero privilegiado por la Europa de las vanguardias, la experiencia de Villegas no parece acercarse ni por asomo a la de otros intelectuales latinoamericanos que, por esa época, están, por ejemplo, escribiendo Trilce, fundando el ultraísmo o gestando el creacionismo.
De Villegas, en ese sentido, parece asentarse en un gesto anacrónico: escribe y lee desde el adornado pedestal modernista, aun cuando éste está punto de ser enviado al desván por la irrupción de las vanguardias. Pero iluminada por la fría luz de su desenlace, la historia de De Villegas y el trazo escritural que deja a su paso pueden entenderse como la búsqueda de una voz propia, con la inevitable carga de angustia y de imposibilidad que implica hacerlo desde Bolivia a principios del siglo XX.
El libro Alberto de Villegas, estudios y antología nos permite participar de ese recorrido y abrir, como quien abre una herida, las mismas interrogantes. El libro, primero de una prometedora colección titulada Prosa Boliviana, tiene la impronta de un hallazgo pues muchos de los textos y fotografías publicados en esta edición (esfuerzo conjunto de la Carrera de Literatura, el Instituto de Estudios Bolivianos y Plural) fueron hallados en una caja que estuvo custodiada por el Archivo de La Paz.
Ordenados en secciones, la antología nos permite seguir el rastro a las distintas estaciones que visita la escritura de De Villegas: la fascinación por el pasado colonial -cristalizada en el magnetismo ficcional de Potosí- la forzada devoción por la historia y la cultura europea (o por sus catálogos), el agudo seguimiento de la actualidad política y cultural, y el entusiasmo idealizado por el glorioso pasado indígena a partir de reseñas, semblanzas y otros textos periodísticos.
El volumen ofrece también la reedición de Memorias del Mala Bar, una crónica fragmentaria de un decadente bar privado que De Villegas instaló en pleno Prado paceño, y que se convirtió en una suerte de núcleo pecaminoso de encuentro y tertulia, al son de tangos y al calor de exóticos cock-tails.
Potosí, la cultura occidental, la bohemia decadente, Tiwanaku son las marcas de una ruta cuya continuidad ha quedado en el enigma. Cuando De Villegas muere estaba escribiendo una novela que dejó inconclusa (y que se publica también en el volumen).
En su famoso ensayo sobre la literatura peruana, José Carlos Mariátegui dice: “Por los caminos universales, ecuménicos que tanto se nos reprochan, nos vamos acercando cada vez más a nosotros mismos”. Ese parece haber sido el destino creador de De Villegas: alejarse hasta volver.
Uno de sus últimos textos publicados es un obituario de Ricardo Jaimes Freyre en el que enfáticamente se lamenta por la imagen final del poeta potosino: muerto solo en una miserable habitación de Buenos Aires. Sin saberlo, De Villegas estaba lamentando su propio final. Estaba poniendo el dedo sobre una herida que todavía sangra.
Además de la antología, el libro contiene ensayos que practican una lectura de la obra de este genial autor de vida fugaz, escritos por Pedro Brusiloff, Ana Rebeca Prada, Omar Rocha y Fredy Vargas.


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