Esas lejanías tan suyas, doctor Morales Villazón
¿Un manual para mamás como retrato de una época? O, más bien, cómo leer a cabalidad las taras, fobias y filias de una sociedad, cien años después.
Wilmer
Urrelo
Estimado
doctor Néstor Morales Villazón: sé que usted está muerto hace mucho tiempo. Eso
no me importa. Si en el pasado pude hablar con los perros sé también que ahora puedo
hablar con los muertos.
Quiero
que sepa que hace unos años leí con curiosidad un libro suyo titulado Al pie de la cuna (González y Medina-editores,
1919, La Paz-Bolivia). Como usted sabe, el mencionado texto es una especie de
manual para aprender a ser una buena mamá o para que las jóvenes de esos años
se animen por la maternidad.
Afirma
usted de entrada: “Este libro fue escrito con más voluntad que talento para
servir a las que podían ostentar el augusto título de ser madres en sus horas
de duda, y cuya sola aspiración era hacer llegar hasta ellas la amistosa voz
del consejo desinteresado y leal, ahorrándoles infinitos quebrantos y horas de
angustia hiladas lentamente por el dolor” (p. 5).
En
Al pie de la cuna, más allá de dar
esos consejillos a nuestras abuelas, usted, sin querer, retrata no sólo una
época (la Bolivia de principios del siglo pasado) sino también la visión que el
hombre-masculino-científico tenía sobre la mujer.
En
el capítulo titulado “Higiene moral. Libros buenos y libros malos. Influencia
de la lectura sobre la sensibilidad de la mujer. Lecturas que matan”, tiene a
bien dibujarnos cómo debería ser la mujer ideal (es decir, embarazada), para
nuestros abuelos:
“Por
lo que he visto… una de las mayores plagas de la sociedad moderna es el libro
desvergonzado… Su labor de intoxicación espiritual es tan grave que muchas
veces he contemplado, con el alma enferma de pesar, a jovenzuelos que
prematuramente pervertidos por las malas lecturas han buscado el vicio color de
rosa… y los desventurados no han encontrado otra cosa que la enfermedad y no en
pocas ocasiones la muerte. ¡Pobres mariposas de cabezas huecas, que
enloquecidas por la luz y el mal consejo, imprudentemente acercaron sus alas a
la lumbre!” (p. 41).
Querido
Doc.: qué lindo sería conocer a una de esas chicas de lecturas nefastas a las
que usted se refiere, pues suelen ser las más interesantes y divertidas del
planeta, eso de lejos.
¿Pero
cuáles serían esos libros que según su sabia opinión podrían haber convertido a
nuestras abuelas nada más ni nada menos que en “mariposas de cabezas huecas”?
Pues son estos: “Entre las obras cuya influencia es de temer… se encuentran las
de Felipe Trigo, Alberto Insúa, Joaquín Belda, Juan Lorraín, Marcel Prevost,
Octavio Mirabeau y Vargas Vila” (p. 47).
Obviamente
que las obras de estos ilustres jóvenes sólo podían ser proporcionadas a los
ojos femeninos por las manos masculinas. Estos eran “los hombres sensatos”, o
por lo menos así los llama usted. Y ahora que ya entramos en confianza, mejor paso
al tuteo: mi querido Néstor.
Mi
querido Néstor: más adelante hablas de La
Mujer X, que no es otra cosa que el título de una obra de teatro, de un tal
Bistón. Obvio que esa mujer, la X, era la adúltera, la loca, la desvergonzada.
Todo lo contrario a lo que para vos era la mujer ideal.
En
nuestra época la mujer X podría ser aquella borracha que, ya bien prendida con
sus tragotes encima, se sube sobre la mesa del local en cuestión y canta a todo
pulmón esa canción del dúo Azúcar Moreno (por cierto, ¿qué habrá sido de ellas?)
titulada Devórame otra vez.
Esto
no lo invento, te juro que lo he visto en más de una ocasión y me gustó tanto
que, si no fuera por mi timidez, por mi bastón metálico y por la fama de hombre
aburrido y circunspecto que me gasto, las habría acompañado con todo gusto.
La
Mujer X, en todo caso, es la malosa, la que le ponía los cachos al marido
sacrificado, la mujer de lecturas perniciosas e idas al teatro a ver obritas
desaconsejadas por el hombre sensato.
En
otras palabras, aquella chica que no le hacía caso al hombre sensato (o
“sonsato”, míralo como quieras). Y como por aquella época no había tele, la
mayor parte de las parejas acudía al teatro.
Sugieres
que sea el hombre sensato quien elija, al igual que los libros, las obras que la
pareja debía ver. Encabezan la lista las obras de “argumento ligero” bajo el
siguiente “sensato” argumento:
“La
ficción del drama obrará favorablemente sobre el espíritu de nuestra compañera,
que olvidará por un momento las preocupaciones de la casa, las mil amarguras
que la han torturado, para reír con todo el corazón…”. (p. 52-53).
O
como le diría un sensato de nuestra época a otro sensato de nuestra época: “Llevala
al Tra-la-lá a tu mujer, hermano, para que se desestrese y ya no joda”.
Siempre
me dicen, cuando comento sobre libros de siglos pasados: “son sólo el reflejo
de una época, así era por aquellos años, Chicuelo. ¡Ah, las exageraciones
tuyas! ¡Tú siempre ahogándote en un vaso de agua!”. Pues qué: me gusta hacer
olas en los vasos de agua, desde chiquito he sido así.
Pero
te digo, sensato Néstor: tanto viaje, tanta sabiduría, tanto conocimiento
adquirido en las más prestigiosas universidades de Francia, ¿no te sirvieron
para rebelarte contra ese mundo “sensato”?
¿Qué
te cegó, pobre Néstor? ¿Te afectó acaso tu bolivianidad? ¿O fue algo peor: tu
paceñidad? ¿O algo peor aún: tu masculinidad? Ah, los seres humanos, los que
valen la pena están siempre un paso más allá de su época. Esas lejanías, Doc.,
esas lejanías…
Tuyo,
El
Chicuelo.
Nota.- ¡Viva Pío Baroja!
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