jueves, 17 de abril de 2014

Ensayo

De la “ideología” en la crítica literaria


La autora reflexiona en torno a los modos y criterios de análisis de la literatura, considerando al Estado como referencia.



Virginia Ayllón

Lo que pasa con la adscripción de la obra literaria a la ideología es terreno farragoso y en el intento suelen sucederse incontables preguntas que devienen a veces en absurdas. Sin embargo, estos posibles absurdos son tomados por la crítica literaria para acercarse a determinadas obras.
Veamos el caso de la así llamada “literatura indígena” que provoca la inicial cuestión de qué se denomina “literatura indígena”, ¿la escrita por un/a indígena?, y entonces, ¿quién es indígena? o, ¿se puede denominar indígena a una obra literaria escrita por alguien “no indígena?, o ¿alude la literatura indígena a cualquier obra que tematice la problemática indígena? y, ¿cuál es esa temática?, ¿o se trata más bien de un modo indígena de nombrar el mundo, un lenguaje?, ¿cuál?
Entonces, ¿es indígena la novelística de Alison Spedding, igual o tanto más que la de Alcides Arguedas, considerada como “indigenista”?
Tales porfías que generalmente tienen sin cuidado al lector y a muchos de los escritores, conforman, como dije antes, pautas cuasi metodológicas para el estudio de estas obras por parte de la crítica literaria, especialmente la académica. No podría ser de otro modo porque toda marca “identitaria” de un texto es producto de una lectura, siempre situada en un contexto social, histórico e ideológico.
Esta forma de trabajo de la crítica literaria causa a veces rechazo porque se “encasilla” -dicen sus detractores- la obra literaria. Esto también es cierto porque la crítica es una selección de uno o más sentidos de una obra y es muy escasa la crítica que trabaje “al ras de la obra”; esto es, armando el juicio crítico a partir de los sentidos múltiples y a veces contradictorios de la obra literaria. De ahí que toda adscripción de la obra a determinantes así llamadas “extraliterarias” es una esfera la mayor de las veces confusa.
Entonces, las literaturas indígenas, o las femeninas, o las juveniles, o las sociales (¡sic!), serán siempre cuestionadas. Me parece que vale la reprobación de esta crítica pero deberá comprenderse que su origen académico le impone metodologías de estudio de determinados corpus. Porque, ¿qué podría denominarse el conjunto de novelas escritas por Woolf, Yourcenar, Zamudio y Matto de Turner?
Claro que hay algunas adscripciones que se impugnan más que otras. Tanto así que la asignación de espacio geográfico, que también es extraliterario, no se cuestiona y por esa vía se acepta sin más la existencia de una “literatura nacional” e incluso universal.
Es como que se consintiera la existencia de un halo, un espíritu o un espectro telúrico que sí marcaría la obra. Pero si esto se acepta no veo por qué no se podrían admitir otras entidades que a modo de soplo marcarían también la creación (y de ese modo y para complicar más las cosas, en movimiento circular acabaríamos en las musas y ese es otro cantar; el de las musas, claro).
Con todo y a favor del halo telúrico, repitamos la pregunta: ¿cómo se denominaría al conjunto de estos autores: Freyre, Saenz, Cerruto, Mitre, Camargo, Medinaceli, Borda, Pacheco Balanza y Rivero?
O ¿Cómo le decimos al conjunto conformado por Tolstoi, Gorki, Pushkin, Dostoievski, Chejov, Pasternak y  Ajmátova? Estos ejemplos no hacen más que confirmar nuestra inicial certeza, que estas son aguas convulsas y poco claras.
La crítica literaria en Bolivia, que se desarrolla desde fines del siglo XIX, ha discurrido por acercamientos históricos y por géneros literarios: modernismo, realismo, un poco de romanticismo, las vanguardias, etc.
También por tópicos “extra literarios”: literatura indígena, social, urbana, costumbrista, femenina, infantil, juvenil, de la represión, de la guerrilla, etc. Y geográficos: literatura cochabambina, cruceña, paceña, potosina (no sé si existen, sin embargo, la alteña o la pandina). Finalmente por idiomas: literatura quechua, aymara, guaraní, etc.
Pero estas aproximaciones han tenido como base, generalmente, la narrativa. La autonomía de nuestra poesía respecto de los determinantes sociales ha impuesto formas diferentes de la crítica y es en la poesía que ésta se adhiere más al texto que en cualquier otro género literario; la prueba son los estudios críticos de Eduardo Mitre publicados en cinco textos entre 1998 y 2010.
No creo que su acertado contacto crítico se deba solamente a que él es también poeta; más bien pienso que es producto de una reflexión sobre los múltiples sentidos del texto, no los que el crítico quiere encontrar sino los que despliega la obra. Otras aproximaciones mantienen esta modulación, como las de Mónica Velásquez, por ejemplo.
La misma tonalidad crítica sobre la crítica desarrolla Blanca Wiethüchter en su Hacia una historia crítica de la literatura en Bolivia, de 2002, en el que rechazando los parámetros críticos literarios hasta entonces plasmados, ensaya la forma de establecer obras que producen familias semánticas en la literatura boliviana; armando así una historia conformada por arcos significantes más que hitos -la mayoría de las veces cronológicos-, metodología dominante en la historización de la literatura.
Esta historia sigue los pasos plantados en El paseo de los sentidos. Estudios de Literatura Boliviana Contemporánea, de 1983.
Con todo, contamos con un cuerpo crítico importante. De mi preferencia, la tradición estaría conformada por la Literatura boliviana: breve reseña, de Santiago Vaca Guzmán; los Estudios de literatura boliviana de Gabriel René Moreno y  los Ensayos críticos de Carlos Medinaceli.
Si siguiera la metodología de Wiethüchter, podríamos decir que Medinaceli levanta un “arco crítico” asentado más bien en el significado literario de la obra. Este arco discurre paralelo a otro que se vendría a llamar algo así como el “arco cronológico” del que la Historia de la literatura boliviana de Enrique Finot sería su centro.
Estas dos formas de observar la literatura han marcado el camino de la crítica literaria en Bolivia y sus tensiones han creado acercamientos tan interesantes como los ya descritos.
Pero a pelo o contrapelo de lo establecido por la crítica oficial o la “alternativa”, los lectores tenemos nuestro propio “arco” por pleno derecho. En el mío incluyo La patria íntima de Leonardo García, de 1998,  porque tiene un enfoque “raro”, sino a contramano, al menos diferente de la crítica que hasta entonces se había hecho de los nueve autores literarios que elige para su análisis: Arzáns, Gabriel René Moreno, Nataniel Aguirre, Adela Zamudio, Alcides Arguedas, Franz Tamayo,  Oscar Cerruto, Augusto Céspedes y Jaime Sáenz.
Si formalmente el estudio aborda la identidad indígena, mestiza y femenina en la constitución de la nación, en realidad examina las obras en su relación con el Estado; es decir la relación de la literatura con el poder.
Así, para García hay obras y autores que se “intencionan” con el Estado (Nataniel Aguirre, Alcides Arguedas, Franz Tamayo, Oscar Cerruto narrador y Augusto Céspedes); otros que se protegen del Estado y crean lenguajes cerrados en sí mismos (Gabriel René Moreno y, sobre todo, Cerruto poeta); y otros que no tienen como referencia al Estado y, por lo tanto, arman su obra en el margen (Arzáns, Zamudio, Sáenz).
De éstos últimos -a los que yo añadiría Borda y Mundy- dice García, que “estos textos y autores tienen una vocación, diríamos, ‘anarquista’, no creen en el poder acumulado ni en el Estado, su apuesta es por la gente que vive, ama y muere en este territorio que se llama Bolivia”. Parece que esta cita de García me convoca a compartir sus lecturas.
Finalmente, es claro que comencé rechazando el peso de la ideología en la literatura y acabo declarando públicamente mi predilección por una lectura ideológica de nueve autores bolivianos; sin duda soy contradictoria.


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