De la “ideología” en la crítica literaria
La autora reflexiona en torno a los modos y criterios de análisis de la literatura, considerando al Estado como referencia.
Virginia
Ayllón
Lo
que pasa con la adscripción de la obra literaria a la ideología es terreno
farragoso y en el intento suelen sucederse incontables preguntas que devienen a
veces en absurdas. Sin embargo, estos posibles absurdos son tomados por la
crítica literaria para acercarse a determinadas obras.
Veamos
el caso de la así llamada “literatura indígena” que provoca la inicial cuestión
de qué se denomina “literatura indígena”, ¿la escrita por un/a indígena?, y
entonces, ¿quién es indígena? o, ¿se puede denominar indígena a una obra
literaria escrita por alguien “no indígena?, o ¿alude la literatura indígena a
cualquier obra que tematice la problemática indígena? y, ¿cuál es esa
temática?, ¿o se trata más bien de un modo indígena de nombrar el mundo, un
lenguaje?, ¿cuál?
Entonces,
¿es indígena la novelística de Alison Spedding, igual o tanto más que la de
Alcides Arguedas, considerada como “indigenista”?
Tales
porfías que generalmente tienen sin cuidado al lector y a muchos de los
escritores, conforman, como dije antes, pautas cuasi metodológicas para el
estudio de estas obras por parte de la crítica literaria, especialmente la académica.
No podría ser de otro modo porque toda marca “identitaria” de un texto es
producto de una lectura, siempre situada en un contexto social, histórico e
ideológico.
Esta
forma de trabajo de la crítica literaria causa a veces rechazo porque se “encasilla”
-dicen sus detractores- la obra literaria. Esto también es cierto porque la
crítica es una selección de uno o más sentidos de una obra y es muy escasa la
crítica que trabaje “al ras de la obra”; esto es, armando el juicio crítico a
partir de los sentidos múltiples y a veces contradictorios de la obra
literaria. De ahí que toda adscripción de la obra a determinantes así llamadas
“extraliterarias” es una esfera la mayor de las veces confusa.
Entonces,
las literaturas indígenas, o las femeninas, o las juveniles, o las sociales
(¡sic!), serán siempre cuestionadas. Me parece que vale la reprobación de esta
crítica pero deberá comprenderse que su origen académico le impone metodologías
de estudio de determinados corpus. Porque, ¿qué podría denominarse el conjunto
de novelas escritas por Woolf, Yourcenar, Zamudio y Matto de Turner?
Claro
que hay algunas adscripciones que se impugnan más que otras. Tanto así que la
asignación de espacio geográfico, que también es extraliterario, no se
cuestiona y por esa vía se acepta sin más la existencia de una “literatura
nacional” e incluso universal.
Es
como que se consintiera la existencia de un halo, un espíritu o un espectro
telúrico que sí marcaría la obra. Pero si esto se acepta no veo por qué no se
podrían admitir otras entidades que a modo de soplo marcarían también la
creación (y de ese modo y para complicar más las cosas, en movimiento circular
acabaríamos en las musas y ese es otro cantar; el de las musas, claro).
Con
todo y a favor del halo telúrico, repitamos la pregunta: ¿cómo se denominaría
al conjunto de estos autores: Freyre, Saenz, Cerruto, Mitre, Camargo,
Medinaceli, Borda, Pacheco Balanza y Rivero?
O
¿Cómo le decimos al conjunto conformado por Tolstoi, Gorki, Pushkin,
Dostoievski, Chejov, Pasternak y
Ajmátova? Estos ejemplos no hacen más que confirmar nuestra inicial
certeza, que estas son aguas convulsas y poco claras.
La
crítica literaria en Bolivia, que se desarrolla desde fines del siglo XIX, ha
discurrido por acercamientos históricos y por géneros literarios: modernismo,
realismo, un poco de romanticismo, las vanguardias, etc.
También
por tópicos “extra literarios”: literatura indígena, social, urbana,
costumbrista, femenina, infantil, juvenil, de la represión, de la guerrilla,
etc. Y geográficos: literatura cochabambina, cruceña, paceña, potosina (no sé
si existen, sin embargo, la alteña o la pandina). Finalmente por idiomas:
literatura quechua, aymara, guaraní, etc.
Pero
estas aproximaciones han tenido como base, generalmente, la narrativa. La
autonomía de nuestra poesía respecto de los determinantes sociales ha impuesto
formas diferentes de la crítica y es en la poesía que ésta se adhiere más al
texto que en cualquier otro género literario; la prueba son los estudios
críticos de Eduardo Mitre publicados en cinco textos entre 1998 y 2010.
No
creo que su acertado contacto crítico se deba solamente a que él es también
poeta; más bien pienso que es producto de una reflexión sobre los múltiples
sentidos del texto, no los que el crítico quiere encontrar sino los que
despliega la obra. Otras aproximaciones mantienen esta modulación, como las de
Mónica Velásquez, por ejemplo.
La
misma tonalidad crítica sobre la crítica desarrolla Blanca Wiethüchter en su Hacia una historia crítica de la literatura
en Bolivia, de 2002, en el que rechazando los parámetros críticos
literarios hasta entonces plasmados, ensaya la forma de establecer obras que
producen familias semánticas en la literatura boliviana; armando así una
historia conformada por arcos significantes más que hitos -la mayoría de las
veces cronológicos-, metodología dominante en la historización de la
literatura.
Esta
historia sigue los pasos plantados en El
paseo de los sentidos. Estudios de Literatura Boliviana Contemporánea, de
1983.
Con
todo, contamos con un cuerpo crítico importante. De mi preferencia, la
tradición estaría conformada por la Literatura
boliviana: breve reseña, de Santiago Vaca Guzmán; los Estudios de literatura boliviana de Gabriel René Moreno y los Ensayos
críticos de Carlos Medinaceli.
Si
siguiera la metodología de Wiethüchter, podríamos decir que Medinaceli levanta
un “arco crítico” asentado más bien en el significado literario de la obra.
Este arco discurre paralelo a otro que se vendría a llamar algo así como el
“arco cronológico” del que la Historia de
la literatura boliviana de Enrique Finot sería su centro.
Estas
dos formas de observar la literatura han marcado el camino de la crítica
literaria en Bolivia y sus tensiones han creado acercamientos tan interesantes
como los ya descritos.
Pero
a pelo o contrapelo de lo establecido por la crítica oficial o la
“alternativa”, los lectores tenemos nuestro propio “arco” por pleno derecho. En
el mío incluyo La patria íntima de
Leonardo García, de 1998, porque tiene
un enfoque “raro”, sino a contramano, al menos diferente de la crítica que
hasta entonces se había hecho de los nueve autores literarios que elige para su
análisis: Arzáns, Gabriel René Moreno, Nataniel Aguirre, Adela Zamudio, Alcides
Arguedas, Franz Tamayo, Oscar Cerruto,
Augusto Céspedes y Jaime Sáenz.
Si
formalmente el estudio aborda la identidad indígena, mestiza y femenina en la
constitución de la nación, en realidad examina las obras en su relación con el
Estado; es decir la relación de la literatura con el poder.
Así,
para García hay obras y autores que se “intencionan” con el Estado (Nataniel
Aguirre, Alcides Arguedas, Franz Tamayo, Oscar Cerruto narrador y Augusto
Céspedes); otros que se protegen del Estado y crean lenguajes cerrados en sí
mismos (Gabriel René Moreno y, sobre todo, Cerruto poeta); y otros que no
tienen como referencia al Estado y, por lo tanto, arman su obra en el margen
(Arzáns, Zamudio, Sáenz).
De
éstos últimos -a los que yo añadiría Borda y Mundy- dice García, que “estos
textos y autores tienen una vocación, diríamos, ‘anarquista’, no creen en el
poder acumulado ni en el Estado, su apuesta es por la gente que vive, ama y
muere en este territorio que se llama Bolivia”. Parece que esta cita de García
me convoca a compartir sus lecturas.
Finalmente,
es claro que comencé rechazando el peso de la ideología en la literatura y
acabo declarando públicamente mi predilección por una lectura ideológica de
nueve autores bolivianos; sin duda soy contradictoria.
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