El árbol de la tribu
Cómo estará Jesús Urzagasti en el mundo de los muertos… ese que tanto imaginaba, presentía, se pregunta el autor en esta evocación a casi un año de la partida del chaqueño.
Juan
Pablo Piñeiro
En
tres días se cumple un año de la partida de mi querido maestro Jesús Urzagasti.
Ha partido a otro mundo. Seguramente en ese otro mundo hay montones de árboles,
caballos y montañas, y con certeza en este nuevo viaje él está caminando
agradecido sin permitirse a sí mismo el lujo de no tomarlo todo a la chacota.
Tal y como debe ser.
Aquí,
en cambio, se ha quedado pero transformado en un amigo muerto. Ahora Jesús
Urzagasti es una palabra acabada. Una palabra que se quedará inmóvil para
alumbrar desde lejos, cuando pase el tiempo, los matices de su significado. Es
una palabra que no está tallada para guardar secretos sino para guardar en semillas,
los secretos.
Y
nosotros, sus amigos momentáneamente vivos, si todavía en unos años podemos
mirar a los ojos de nuestros amigos muertos, entonces seremos capaces de
recibir la fuerza para ver las cosas tal y como son. Porque hay algo que decía
el Jesús que es muy cierto: a los amigos muertos no se les puede fallar.
Todo
esto es posible porque vivimos en un país que se llama Bolivia, y justamente
Bolivia es un país donde todo es posible. Y los que más lo saben justamente son
los que menos lo dicen. Eso está claro. Por algo será que al Jesús le llamaba
poderosamente la atención la historia de Melquiades Suxo.
Melquiades
Suxo era un hombre aymara que fue acusado injustamente de una violación y
posteriormente fue mandado a fusilar durante la dictadura de Banzer. El señor
Suxo fue sometido a un juicio en un idioma que no entendía, el castellano, por
lo tanto el resultado no le fue favorable.
Cuando
le pidieron su última voluntad, él aceptó la pena pero pidió que se le otorgara
el derecho de visitar todos los viernes a sus familiares.
Esta
historia es una poderosa metáfora de la historia de nuestro país. Aquí los
muertos son parte de la sociedad y del día a día. Y al Jesús le encantaba
pensar en las imágenes que se llevan los muertos al partir.
¿Cuáles
se habrá llevado él? En ese otro mundo ¿será que recuerda todo o que no
recuerda nada? ¿Cómo serán los amaneceres que está mirando? ¿Cómo será el agua
que está tomando? ¿Cómo serán los amigos con los que está conversando?
Quizás
ese nuevo caminante recuerda este mundo solamente en los sueños. En cambio, el
Jesús que se ha quedado aquí entre nosotros, es eterno. Se ha convertido en
parte de este mundo. Y como toda verdad, el secreto de su viaje, está amparado
en el misterio.
La
obra del Jesús es un dolor de cabeza para muchos críticos, especialmente a la
hora de encasillar su literatura. Se lo considera poeta, ensayista o novelista.
Cuando en verdad es poeta, narrador, pensador y muchas otras cosas más. Y por
lo tanto su escritura tiene la virtud de no aprisionarse en ningún molde
justamente porque ha sido acuñada al mismo tiempo que la horma que la contiene.
Para
mirar la obra del Jesús se debe empezar por la raíz. Allí están atesorados los
mandatos de su vida. Rompió con su tradición para lanzarse al abismo.
Conjurando, con los ojos cerrados, un camino de conocimiento, un camino de
revelación.
Nació
en el Chaco, en la tierra, en medio del monte. Creció en un pueblo sin plaza ni
iglesia. Como hijo mayor estaba por demás aclarar su obligación de continuar lo
que la familia le estaba entregando. Continuar con la tradición y con el
discurrir natural de la vida en el universo asentado en aquel confín del país,
maravillado por el Chaco y por su peculiar forma de parecerse al mundo y de ser
el mundo.
Fueron
los sueños los que primero le hicieron notar que su destino estaba escrito de
otra manera. Con el tiempo supo que tenía que escribir y como buen chaqueño no
estaba dispuesto a apichonarse, aunque después tendría que “mascar has talas
papas crudas”.
Entonces
se mandó a jalar a La Paz. Lo dejó todo, y llegó sin nada. Aunque bien
guardados en el interior de su corteza trajo los destellos del mundo dorado que
lo amparaba. Vino con un secreto en su corazón, vino con la luz de su provincia.
Y seguramente si no crepitó en ese camino de conocimiento fue porque le asistía
una fuerza verdadera.
Al
Jesús el país le enseñó a pensar. Los humildes le enseñaron a pensar. Su
corazón le enseñó a pensar. La vida le enseñó a pensar. Me imagino entonces que
fue la muerte quien le pidió que escribiera. La muerte que cada uno labra
adentro y que si es sentida con honestidad se convierte en gratitud por la
vida.
Hay
una foto que le tomaron al Jesús en la década de los 60, un tiempo después de
haber llegado a La Paz. La mirada puesta en distintos universos a la vez. El
pulgar derecho a la altura del mentón. Me dijeron que Jorge Luna ve este gesto
como el de un pensador. Tiene razón.
Hace
meses surgió una tarea en el hogar del Jesús. A su esposa Sulma y sus hijos
Nivardo, Froilán y Carmencita se les ocurrió hacer una escultura del Jesús.
Después de unas cuantas averiguaciones que revelaron lo complejo del
emprendimiento, Sulma quiso posponer la idea pero sus hijos le hicieron
recuerdo lo que decía el Jesús: “si uno dice algo tiene que hacerlo”.
El
modelo de la escultura es justamente la foto en la que se lo ve recién llegado
a la ciudad. Abriendo un camino que nadie ha recorrido. Entonces el proyecto se
puso serio y se incorporó el escultor Ramiro Luján.
La
escultura está financiada por amigos y lectores del Jesús que generosamente han
apoyado la iniciativa. En un par de meses la podremos ver en la ciudad. Estará
hecha en fibra de vidrio y tendrá color. Seguramente si hubiera sido una
escultura de bronce, el Jesús ni se hubiera aparecido. Estará debajo de un
árbol como corresponde, en el Montículo.
En
su última novela el Jesús escribió: “...nadie habría de reclamar por mis
servicios, excepto el mundo, que es un cliente fuera de serie: no paga nada, y
encima nos obliga a tallar en la oscuridad la figura del humilde aprendiz”.
Hay
que estar atentos, pronto aparecerá una escultura en la ciudad. Una escultura
moldeada por muchas manos. Y cuando la vean no olviden la talla del hombre que
los está mirando con un pulgar en el mentón.
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