jueves, 17 de abril de 2014

Crónica

Los Cazorla cuentan historias


Una familia orureña aprovecha su rico archivo y patrimonio cultural para compartir su conocimiento histórico e incentivar el amor por su ciudad




Lupe Cajías

Aquel viaje fue intenso. Como siempre, desde mis 16 años, recorrer Oruro de noche, sus suburbios y callejuelas, los cerros y las cantinas mineras, llenaba de personajes mi libretita roja.
La última noche había conocido, con un amigo periodista, los recovecos de las prostitutas callejeras, ¡a 10 grados bajo cero! Casi todas regordetas y abrigadas con gorros de lana y ponchos anchos, frotando las manos en improvisados braseritos a la espera de un cliente.
Su único atractivo sensual eran las medias de lana caladas y apretadas a sus generosas caderas. Imaginaba los esfuerzos del urgido de amor para desvestir aquellas mujeres, tan lejanas a las desnudeces y jocosidades carnavaleras.
Al amanecer debía partir a Chayanta y por eso aproveché el tiempo para conocer algo más de mi patria. Más triste que impresionada acepté desayunar en el democrático mercado popular orureño. Entonces era posible compartir entre muchos un apicito morado y nadie temía por su cartera; atrás, los borrachitos se limitaban a murmurar, a reír en soledad o a dormitar sin molestar a nadie.
Entonces mi amigo Jorge me comentó de un muchacho que combinaba el interés por el periodismo con la inquietud de juntar piezas para reconstruir la historia orureña o, por lo menos, mantener su memoria colectiva.
Al retornar de las minas, después de una conferencia para los periodistas, fuimos presentados. Fabrizio Cazorla me contó sobre sus muchos recortes de prensa, revistas, fotografías y recuerdos acumulados en su casa y me invitó a tomar té.
¡Quedé maravillada! Entré al zaguán típicamente orureño, bordeado de geranios rojos y blancos en macetas improvisadas de verdes latas de manteca. En las paredes del corredor de antaño colgaban fotografías de la belle epoque orureña y retratos de personajes, quizá familiares, que podríamos imaginar con sus muchas biografías noveladas en los años 50 de la capital minera del estaño.
También conocí a la madre, culta y orgullosa del esposo y de la prole intelectual, con mandilito coqueto y de cabellos ondulados de antigua moda, quien nos sirvió el té. Es decir, nos invitó a refugiarnos en costumbres que poco a poco se pierden, sobre todo en La Paz. Tomar té como en la niñez, en tasas grandes con adornos de pajarillos o de flores, té a granel, agua hirviendo, pan fresco, mantequilla, mermelada, queso blanco.
Fui feliz, aunque ni mis anfitriones creían mi contento. Para mí fue un repaso sabroso por la historia de lo cotidiano, las biografías que cada vez interesan más a la historiografía que recién se da cuenta que la historia de la humanidad no se puede resumir en batallas y héroes llenos de medallas.
Comprendí que Fabrizio y su hermano Maurice se alimentaban de la memoria de su pueblo desde la casa materna y que cada espacio de su territorio, cada momento vespertino, cualquier sobremesa y los muchos papeles en los baúles eran parte de su trabajo.
La familia protagonizó durante años la búsqueda sistemática de la historia orureña, desde la magnificencia del desarrollo minero y metalúrgico, las orquestas típicas, los campeonatos de bicicleta, los equipos deportivos, las reinas de belleza y, obviamente la fiesta, la diablada, el carnaval.
Ellos trabajaron desde la función pública y también con iniciativas privadas para difundir al país y al mundo la importancia de su pequeña patria, sobre todo durante las primeras cinco décadas del siglo XX.
Uno de sus trabajos más constantes es la publicación de la colorida revista Historias de Oruro, cuyo último número se presentó en febrero en diferentes capitales del país y en La Paz contó con el auspicio del Espacio Simón I. Patiño. Como cada número, la revista indaga sobre los patriotas y las fechas cívicas orureñas, las actividades sociales y la fiesta.
En el acto realizado en Sopocachi, además fue proyectado un pedazo de película centenaria en la cual se pueden ver los primeros diablos de la centuria y el público pueblerino apostado con holgura en las anchas veredas de la Plaza 10 de Febrero.
También fue anunciado el programa de turismo cultural que ofrece la familia cada primer martes de mes, un programa truculento que empieza poco antes de la medianoche y culmina en la madrugada, para caminar del brazo de los misterios orureños, las leyendas, los mitos por los recovecos y pasajes de la mítica capital del folklore boliviano.

La revista se vende en los puestos de libros en el pasaje Marina Núñez del Prado en el centro histórico paceño; se puede, además, reservar plazas para el paseo mensual, una experiencia imperdible para conocer un poco más de la Bolivia profunda. 

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