miércoles, 29 de junio de 2016

Ensayo

Juan de la Rosa en la BBB

Presentamos un fragmento de “Juan de la Rosa: ¿Autor  de Memorias del último soldado de la Independencia?”, estudio introductorio de la edición de la Biblioteca del Bicentenario que está pronta a salir de imprenta.


Gustavo V. García 

Juan de la Rosa. Memorias del último soldado de la Independencia es uno de los textos latinoamericanos más importantes del siglo xix. En Bolivia genera un culto similar al de El Quijote: todos lo citan, pocos lo leen. Y, como todo culto, ha consolidado algunos dogmas. Se repite, por  ejemplo, una  supuesta frase  de Marcelino Menéndez y Pelayo que la consideraba “la mejor novela americana del siglo XIX”.
Las opiniones superlativas, además de imprudentes, suplantan el análisis crítico de esta  obra que merece más que el chisme literario o la “constatación estadística” de que es la mejor novela boliviana (Mesa Gisbert, 2004: 10).
Su autoría es otro  dogma. Los que la adjudican a Nataniel Aguirre, a partir de la segunda edición (1909), prefieren la repetición al razonamiento, sin otro argumento que  la “tradición” de atribuirle su escritura. (…)

Texto y (con)texto
Es un texto de textos -inusual en la literatura boliviana- en el que la memoria, con voz del presente e imágenes del pasado, intenta (re) ordenar y cambiar su mundo. A J. de la R., además de los aspectos narrativos técnicos, le interesan los hechos históricos, el destino y el carácter de sus personajes (y lectores). ¿Realidad o ficción?: el libro  juega, a la zaga de El Quijote, con categorías aparentemente irreconciliables. El narrador-protagonista, oculto entre Juan el niño (pasado) y Juan  el anciano (presente-futuro), es un historiador que  pretende ser maestro de juventudes y árbitro de la actuación política de sus contemporáneos.
La crítica de esta  “novela histórica” abunda en  inexactitudes. Algunos señalan que la cronología transcurre entre julio de 1809 (Revolución de La Paz) y el sacrificio de las mujeres de Cochabamba en La Coronilla (mayo de 1811) (Castañón Barrientos, 1991: 20; Bou- det,  2004: 22-23). Alba María Paz Soldán rectifica estos  datos:
“La novela de Aguirre tiene como tema las peripecias de un niño huérfano durante una  época que abarca desde la sublevación del 14 de septiembre de 1810 hasta el ataque de los ejércitos realistas que sufre la ciudad de Cochabamba el 27 de mayo  de 1812 (1986: 7)”.
¿Qué pasa,  empero, con acontecimientos anteriores y posteriores a esas fechas? Sin esos sucesos, hábilmente intercalados, el texto sería ambiguo y sin mucho interés literario. La revelación del “misterio de Juanito”, como dice Wálter Navia Romero y la tesis socio-económica de fray Justo sobre el régimen colonial remontan  al lector a épocas anteriores.
Algo similar sucede con su estructura. En apariencia la obra ofrece un desarrollo lineal de  sucesos históricos: cada episodio origina otro, “diríamos que en cadena” (Castañón Barrientos, 1991). No obstante este orden cronológico y espacial del contenido, el narratario elige una forma que elude, resume, selecciona y manipula sus ‘memorias’ y, también, el relato de otras voces narrativas (la de Alejo cuando cuenta la batalla de Aroma o la del legado de fray  Justo). La versión del personaje-narrador (Juanito/ J. de la R.) domina la trama, además de interrumpirla y enriquecerla con frases y comentarios que ‘vienen’ del futuro: citas  textuales y críticas a libros de historia (obras  de Mariano Torrente, Bartolomé Mitre, Eufronio Viscarra, y un anónimo historiador chileno). Esta intertextualidad, evidente en algunos casos y en otros disimulada, es un aporte fundamental a la novelística del siglo XIX hispanoamericana y supone una postura ideológica respecto al  proceso escritural: borra los límites entre la ficción y la historia. La crítica se limita a repetir que  esta  es una  novela histórica y/o romántica…
La estructura mediatizada -desde el prólogo- es un acierto en cuanto a técnica y contenido: la vida privada del narrador narrado se (con)funde con la vida pública del lector J. de la R., comentarista de sus memorias. Y el lector boliviano es incorporado al texto porque “constata”, se identifica y prolonga su identidad en la historia patria construida por  la voz de J. de la R. No es casual que, por influencia de esta obra, cada 27 de mayo se recuerde y celebre el Día de la Madre Boliviana en honor a la resistencia que las mujeres cochabambinas opusieron a las tropas españolas en 1812.
Esta magia literaria por la que lo fictivo (trans)forma lo real procede de Cervantes. La crítica no ha dicho nada sobre esto pese a la importancia de El Quijote en este texto: Juanito aprende a leer leyendo “las aventuras del caballero de la Triste Figura y de su escudero el gran gobernador de la ínsula Barataria” (p. 59).  Y, además de ejemplos de la ironía cervantina, hay una quema de libros  que  incluye ¡una copia de El Quijote! (…)
El estilo de la obra  sorprende a no pocos  comentaristas. Se repite que su lectura es “fácil”. Y lo es, en efecto: prosa clara, elegante y fluida. Tal virtud enmascara la complejidad del argumento, que sí es original: en las “memorias” de Juan de la Rosa, la Revolución de Cochabamba tiene un sentido multifuncional. Es el pasado de la narración pero el presente de la fábula, y se combinan múltiples voces narrativas y lo que debería ser el futuro de la nación.
No otra cosa significan sus constantes jeremiadas en contra de los hombres de su presente. Esta  visión  ideológica del  futuro, modelada en  el pasado y sus  virtudes, explica la orientación “conservadora” del texto que, excluyendo otros estamentos sociales, prioriza al mestizo como constructor de la nueva nación (Bari de López, 2004: passim). Esta crítica ya fue hecha por Anderson Imbert, que lamentaba que Aguirre no brindase una detallada descripción del pueblo boliviano y que señalase “de lejos a los indios” (1957: 232). Sí. Pero  hay  que tener en cuenta su contexto.



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