En la región intersticial
Una reflexión en torno a Los tejedores de la noche, de Jesús Urzagasti.
Jorge Patiño Sarcinelli
Hay un territorio ignorado entre este hormiguero donde
todo y todos se mueven y la definitiva y estática orilla en la que todos un día
anclaremos. Los archipiélagos de la muerte se extienden mar adentro para que
nadie tenga seguridades de alta mar, para que nadie pueda contar en días el
tiempo que le falta para atracar. Y entre una y otra zona, la de la vida y la
de la muerte, está la zona intersticial donde los muertos viven y para los
vivos no pasa el tiempo. En ella se mueven los tejedores de la noche de Jesús
Urzagasti.
“Superticioso no soy, de modo que no me sorprende en absoluto encontrar,
después de una prolongada ausencia de Buen Retiro, restos de cigarrillos,
botellas de singani a medio consumir, vasos repartidos sin ton ni son, en fin
las huellas de otros habitantes que, por lo demás, no se llevan nada y más bien
traen yesqueros... En la casa real se dan cita los dolores del cuerpo y del
alma, y en su piso superior están los tejedores de la noche....”.
Aquí todo se mueve, nada en el más allá. En la región
intersticial nosotros nos alejamos mientras ellos, los recuerdos e inventos de
seres queridos, se quedan, indiferentes. Más allá el yo es un punto de silencio
y ceniza. Aquí, el yo es el centro en torno al cual gira la vida, el punto de
referencia de la narración. En aquella zona el yo es un punto que cambia de
sujeto a medida que nos alejamos de los sujetos. Jesús se ha inventado esa
gramática y ese lugar que envuelve a todas las cosas de este mundo y por eso le
es en todo ilusioramente similar. Igual hay hombres, mujeres y amores, camiones
y pistolas, hay La Paz y hay Chaco; hasta las novelas de los demás se llaman
igual.
“Todo parece igual y no lo es, solo que para saberlo a ciencia cierta
tienen que transcurrir los años, que para algunos pasan como si nada mientras
que para otros llegan y se asoman en medio de sabores y aromas que solo el
tiempo enseña a valorar en su cabal dimensión, o sea cuando el país, batido por
vientos cariñosos, se descubre, se quita el sombrero y se aventa la chalina
para mostrarse tal como es: un país pesado, como si cobijara a un muerto,
cuando la verdad es que cobija a infinidad de muertos”.
Pero siendo iguales las cosas, son diferentes las
relaciones y hasta la lógica por la que se relacionan. Lo que aquí es paradoja
allá es cotidiano. Desde aquí a veces suena poético y a veces absurdo pero a
esos personajes les da igual que sea absurdo o poético, ellos ya están de
camino al más allá y ni saben si van a llegar o volverse a medio camino. La
flecha del tiempo se ha vuelto sobre sí misma o ha dejado de apuntar; igual es.
“...durmiendo en
la casa de los tejedores me soñé que en una endemoniada curva de la vida enfilé
hacia el abismo, ... Me desperté sudando de frío y al dirigirme al baño para
saber si aún estaba vivo advertí que los tejedores de la noche estaban
observándome desde la ventana del segundo piso. Luego de verificar mi pinta de
fantasma, dieron medio vuelta y no los volví a ver ni siquiera en pesadillas.
Pero yo quedé con la sensación de que las cosas inventadas son mucho más
vidriosas que las que aparecen de modo natural...”.
Habiendo inventado un territorio nuevo, con una lógica
que a un chaqueño le es apropiada para ir al fondo de las cosas y para los no
chaqueños un misterio de poesía como un ritmo nuevo, habiendo inventado tal
región y su geografía, Jesús se va de paseo por ella y, como quien nada dice,
relata sus encuentros con esos personajes de otro mundo, que son iguales a los
de éste, porque aquí estuvieron, pero ya se han olvidado. Y lo hace con una
soltura que no delata ningún esfuerzo de soltarse, libertad que nace de la
ausencia de relaciones fijas que es propia de ese laberinto acuático.
“ ... el camillero venía recogiendo heridos y de pronto pasó por encima
de uno de ellos para alzar al siguiente, el herido que había sido dejado de
lado gritó ‘doctor, ¿por qué no me lleva a mí?’ , ‘porque tú estas muerto’,
‘estoy vivo’, ‘tú estás muerto’ y siguió su rumbo sin inmutarse".
Inverosímil y fantástico como un diario de viaje sin
fechas ni lugares de referencia transcurre la narración, resistiéndose a toda
costa a convertirse en cuento o novela, formas propias de este mundo. Pero,
cosa rara, rompiendo con la dulce falta de rigor del resto del libro, allá por
el final, el texto tropieza en un discurso con teoría, como un bocado de miga
cruda en medio del pan.
“La casa es la guarida del hombre sedentario, ... el nómada usa de la
choza o de la mansión para olvidarse momentáneamente de sus andanzas... en el
sedentario se deposita la tradición de las tribus que abandonaron el desierto
para acceder al desaliño espiritual.... El nómada es capaz de conmovedoras
hazañas para mantener correspondencia con la mujer y el mundo entero... su
virtud fundamental: mirar con sus ojos
de tigre... El sedentario es fiel a su esposa pero en su alma reposa el
hipócrita... El nómada se comunica a través de su compañera con infinidad de
mujeres... Curioso o no, tales arquetipos trascienden los límites de cualquier
época...".
Todos tienen algo de nómada con ansias de libertad y
la necesidad de un lugar al que llamar raíz. Jesús lleva su Chaco a cuestas y
con esa su casa más grande y más inmutable que las de los demás mira con desdén
a los que se aferran de cualquier cuatro paredes. Con una casa liviana como el
viento e indestructible como la memoria, cómo no ser nómada en la vida, cómo no
inventar lugares y personajes que los habiten.
“El rojo del cielo
despierta oasis
en el nómada de amor”
Y como Ungaretti, va Urzagasti, nómada de amor, de
Pamela a Bera a Margarita, Beba, Anahí, Isabel, Florinda, Carmen... ¡Ah!
mujeres, tantas mujeres; cuanto más irreal sea el mundo más encantadoras ellas,
más irresistible su perfume, más imperecedero su hechizo no sujeto a las
maldades del tiempo. Y entre ellas y sus vestidos de flores que se abren en el
piso de la cocina o donde las encuentre el amor, se mueven, con la timidez de
los personajes secundarios, Humberto el antropólogo, Horacio el cineasta,
Froilán el soldado, Kent y Leonard y el obstinado Rojas Silva; y en medio de
todos ellos, un yo que no soporta personaje, y que, como un punto invisible
pero veedor, se mueve y deja ver al lector que quiera dejarse llevar.
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