El trasunto de Telón lento
Conocedor como pocos de la obra de Arturo Borda, y a tiempo de reseñar este nuevo libro de La Mariposa Mundial, el autor augura una pronta e imprescindible edición monumental de El Loco.
Alan
Castro Riveros
Una carta hecha libro
Después
de leer Telón lento, tuve la
sensación de que efectivamente era un libro. Borda, en El Loco, habla de la posibilidad de que su libro infinito e
indefinible pueda llamarse sencillamente LIBRO.
¿Qué
es un libro? ¿Cuál es esa posible sensación de que algo de pronto se perciba
cabalmente como un libro? O, en este caso particular, ¿cómo es que una carta se
convierte en un libro? Pues Telón lento
no es un compilado de epístolas, y su unidad como libro radica en otra potencia
que suma y sigue.
En
los primeros párrafos de Razón y locura,
el autor de El Loco divaga entre
varios títulos para su libro. “Quizá si lo mejor sería titularlo llanamente
LIBRO, ó en su defecto EXTASIS, DELIRIOS. Y otra vez a imaginar”. [Sic.]
De
ahí que Borda sabe que aunque todo esté hecho pedazos, los fragmentos se suceden
unos a otros y se arraigan en una unidad difuminada que ondula en un mismo
movimiento proliferante. Cuando un telón cae lento, detrás de él hay una escena
que se sostiene y deja adivinar una cola. El telón hace desaparecer
paulatinamente algo que de todas formas persiste: una escala de intensidad de lo decible.
Valga
esta breve divagación para decir que con la lectura de un juicio crítico de
Medinaceli y la escritura que se juega una respuesta en las dos versiones de
una carta, Borda recuerda la unidad de El
Loco, una unidad que parecía haberse perdido por la distancia en el tiempo -como él mismo lo dice en la misiva
de 1937 que se ha convertido en un libro llamado Telón lento.
La cifra
Carlos
Medinaceli, el destinatario de la carta que leemos en Telón lento, ha partido hacia Camargo, sintiéndose perseguido
después de publicar su memorable homenaje a miss Tarija. A Arturo Borda, el
remitente, le ha sucedido que ha partido la carta en dos actos de un drama y ha
firmado en la línea que los divide.
Telón lento, como libro, al
comparar dos versiones de esta carta, verifica
efectivamente que hay dos partes, pero además entrevé un tercer acto cuya
intensidad desaparece lentamente tras el telón para reaparecer en el libro: la
reformulación de una cifra en la hechura de la carta; es decir, la estampa del
obraje de una escritura que parte y es parte de una obra mayor. Acostumbrados
como estamos a la proliferación de manuscritos bordeanos en los manuscritos
bordeanos, aparece de entrada en los entretelones de esta carta otra carta y
otra más, y también una anterior que Carlos Medinaceli -antes de partir, “por
si ya no tuviera otra oportunidad para ello”- deja para Arturo Borda.
En
mayo de 1937 Medinaceli entrega una “carta” a su madre para ser recogida por
Arturo Borda, junto con los nueve cuadernos de El Loco. Sin embargo, la carta no es tal; es un juicio crítico que
ahora conocemos con el título de La
personalidad y la obra de Arturo Borda y que, junto a Mi homenaje a miss Tarija, podemos leer en Chaupi P´unchaipi Tutayarka.
Medinaceli
tenía el ojo para adivinar en un solo hombre el espíritu de un tiempo. Por
ejemplo, en El alma medieval de don
Ricardo Jaimes Freyre, dice: “Ha sido el hombre de sensibilidad más aguzada
para vibrar al estímulo de todo lo que aquel tiempo evoca. El poeta que ha
sentido, con mayor pathos, el Medioveo”.
Por otro lado, la simpatía de Medinaceli hacia Gabriel René Moreno tiene que
ver con la sensación de que en él se habían encarnado los valores espirituales
más fértiles y severos del siglo XIX.
En
este sentido, la “carta” de 1937 dirigida a Borda cuenta una anécdota que
Medinaceli escuchó del periodista y escritor peruano Federico More Barrionuevo.
“¿Quién crees -dice que le preguntó More a Juan Capriles- que ha de quedar de
entre nosotros?”. “Pues, Borda”, había respondido Capriles.
Recordemos
que en esa generación también estaban Raúl Jaimes, Gregorio Reynolds y José
Eduardo Guerra, por nombrar algunos de los celebrados por la “crítica” de
aquella época. Medinaceli remata la anécdota diciendo: “De los de su generación
quedarán muchos, pero al que se señalará por su ‘originalidad’, indudablemente,
será Borda”. En esa originalidad entrecomillada
no deja de trasuntarse la aspereza irónica de Medinaceli hacia los críticos del
futuro, quienes -incapaces de reconocer una nueva forma- exaltan la marginal
primicia de lo que desconocen.
Hacia una re-edición de El Loco
Telón lento (2016) y Nonato Lyra (2014) obligan a releer la
obra de Borda. Ambos libros son aparatos dialogantes que iluminan y señalan el
entramado de la obra bordeana. Un libro solitario no puede sobrevivir sin sus
aliados.
En
Nonato Lyra esta alianza señala el
valor cabal del hallazgo de un manuscrito donde se relata el hallazgo de un
manuscrito. En Telón lento Borda
salta de una carta al segundo acto de un drama en el que escribe una carta; lo
cual lleva a una serie de desdoblamientos vertiginosos que tocan el pathos (como diría Medinaceli) de la
Historia. Con estos dos movimientos -hacia adentro del texto y hacia afuera del
texto- se configura un nuevo escenario para la lectura de El Loco.
Telón lento es un libro porque
va más allá de sí mismo. Así como se escribió la carta a Medinaceli, así se
escribió Nonato Lyra y también El Loco. En el pequeño gesto de haberse
saltado de una carta amistosa a un drama en dos actos está el engendramiento de
la escritura de Borda, quien se entrega al entrelazado de todas las formas y
géneros. Un libro es el fragmento unitario de esa genética y en Telón lento vemos la migaja seminal de
su flujo. Tal el punto bruno que ilumina
la obra entera del Toqui y que en este libro se encarna y prolifera a carta
cabal -por decirlo así.
La
escritura no es una construcción preestablecida o una técnica que debe dominar quien
escribe. Ya no se puede hablar de marginalidad en nuestra crítica, en cuanto la
escritura siempre es una potencia y nunca algo que sugiere ombligos que ladran
para dejar afuera todo lo que no se les parezca. La escritura es algo que se
reconoce en su obraje. En ese sentido, la dramatización de un encuentro ya es
la revelación de una mirada histórica.
El
telón lento es también el movimiento de detenerse en los detalles que rondan la
dirección de una escritura. En la propuesta de edición de Telón lento se precisa esta potencia puesta en marcha con la
palabra intensión -que reúne en ella
intensidad, tensión y una recifrada intención.
Por otro lado, y para terminar, habrá que decir que la lectura de Nonato Lyra y de Telón lento es imprescindible para ese trabajo monumental que se hace
columbrar: una edición desprejuiciada, entera y cabal de El Loco.
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