¡Cuuumbia satáaanica!
[Advertencia: se recomienda leer esta croniquilla escuchando, de fondo, Yo triste y tú riendo del grupo Los Puntos]
Wilmer
Urrelo
A vos, Florecita Rockera, allá
donde te encuentres.
Un día en el Gigante Melgarejo. O
un día en el Odisea Lira. O un día en el Unicornio Chuma. Un día escuchando
todo el repertorio del grupo Azteka. O de Liberación. O también de Sonido
Mazter. O mejor: del grupo Angora, los peluches de la cumbia boliviana. O quizá
un día en tu casa, con los audífonos en los oídos. O un día conversando con la
Ovejita literaria y el pequeño niño blasfemo.
Hablemos de un día de cumbia. Y al
finalizar esta croniquilla sin pies ni cabeza, de la nueva cumbia. Hablemos de
esa cumbia que tanta falta nos hace. De dónde estará ahora. De la cumbia
satánica del demonio.
—Pero
empecemos, Chicuelín —me dice la Ovejita literaria— con un día recordando a la
cumbia noventera. A esa cumbia política y musicalmente incorrecta. Fea.
Cholita. Colorinche. Esa que no aparecía en ATB ni en Acento Latino. A la que
le hacía asquitos la Marcela Renjel.
—Y
ya que andamos por esos terrenos —interviene el pequeño niño blasfemo— recordemos
a las primeras radios cumbieras. Y de cómo algunas personas, a lo mejor la
mayoría, escuchaba esa música con un sentimiento de culpa. De estar haciendo
algo de bajísima calidad. De lesa musicalidad.
Y
de cómo te ponían un escudo, Ovejita literaria. Decían: no, que yo solo a The
Cure. No, que yo a Caifanes. No: que yo a Pantera y en el peor de los casos
aparecía alguien y decía: solo escucho a Coda 3 (como se llamaba en esa época
ese subproducto de la clase media con ínfulas decentonas que luego se bautizó
como Octavia).
Hablemos de un día o una noche en
el Gigante Melgarejo, otra vez. Un día con el David Castro, ese mismo día preguntándole
cómo se le ocurrió la idea de colocarse primero el pantalón y luego los
calzoncillos, de dónde surgió la idea de quebrar el orden de las cosas para
crear uno distinto. Diferentemente satánico. Preguntarle qué siente todavía
cuando canta “…yo sólo quiero volver, a ver mi tierra otra vez”.
¿Serás consciente, David Castro,
de cuánta gente lloró con esta canción? ¿Cuánta habrá pensado que por primera
vez en su vida alguien le daba la razón en una canción? O mejor dicho, un día
junto a Gastón Sosa. El día en que puedes agradecerle por la magnífica
interpretación de Lady Lady.
Y la Ovejita literaria diciendo: también
preguntarle, Chicuelo, cómo lidiar con el mundo cumbiero y usar muletas a la
vez. Preguntarle cómo hace, Gastón Sosa, para poder conmover a la gente con canciones
como esa. O sentarse con los de Iberia y decirle a uno de los hermanos Gonzáles:
¿quién era la chica de la canción del temón titulado Sola? Y luego cantar con ellos “Era una chiquilla / nunca se había
enamorado / un día conoció a un hombre / él le enseñó a amar y hacer promesas /
ella al creer en sus palabras se enamoró sin darse cuenta / un día él se fue
sin despedirse y nunca más volvió a su lado”.
Y el pequeño niño blasfemo: la
poesía de la chusma, diría algún estudiante enfermo de la carrera de
literatura. Y la Ovejita literaria: y las feministas dirán la cumbia tiene letras
sexistas, machistas, ¿cómo se te ocurre escribir sobre ella, Chicuelo, ya se te
están acabando los temas o qué?
Eso del machismo y el sexismo es
cierto (y lo de las ideas también), dice el Chicuelo. Ahí están, por ejemplo,
las cancioncitas de Los Bybys o bien las de los inigualables Jambao o quizá la
siguiente del grupo Azteka, hace memoria la Ovejita literaria, titulada ¿Quién?, ¿no es lo más machista del
mundo?, ¿no estaría vetada en radio Deseo?, ¿tan musicalmente correcta todo el
tiempo?, ¿tan aburridamente correcta en los últimos tiempos?
Dicen los Azteka: “Quién te
robará el sueño, quién será ahora tu dueño, quién rezará por ti”. La cumbia
noventera, la odiosa, la empalagosa, la cursilona por sus letras como sacadas de
guion de telenovela, esa misma, como una mancha de aceite en el vestido blanco.
Y del otro lado estaban los oídos rockeros, los oídos jazzeros, los oídos de la
gente bien (y la Ovejita literaria sincerándose: bien cojuda, querrás decir).
Era la época donde la apariencia
neoliberal contaba más que cualquier otra cosa (y el pequeño niño blasfemo alzando
la mano: ahora es lo originario, no lo olvides, Chicuelo). Esa era la cumbia noventera,
odiado público lector, la que deseaba enamorar, sobre todo. ¿O no era lindo que
alguien te dedique esa que decía?: “Mas yo pienso en ti / al amanecer / mi
castigo es no poderte ver / te juro si vuelves conmigo tú me encontrarás / el
llanto en mis ojos lo refleja / que mi corazón vacío se seca / vivo a grito abierto
tu nombre para ver si al fin regresas… / te juro que si vuelves conmigo / tú me
encontrarás con brazos abiertos / con una sonrisa…”.
Y las radios cumbieras, tan poquitas
en los noventa. ¿Ya había la mítica Chacaltaya? ¿Ya pasaban Sabadísimo en
alguna de ellas?
Sábados Populares estaba, eso sí
lo recuerdo. Hay algo con los sábados para la cumbia noventera, ¿verdad,
pequeño niño blasfemo? ¿Será que los sábados eran más felices en aquella época,
Florecita Rockera?, ¿libres, plenos, transparentes e invisibles?
—Dejá de decir burreras y piensa
en algo, Chicuelín —dice la Ovejita literaria. Nos mira y lanza el reto—: ¿cómo
hizo la cumbia noventera para que un tema sea bailable y triste a la vez? ¿Se
han puesto a pensar en eso alguna vez?
Eso, cómo hizo para ser triste y
bailable a la vez. Entonces ahí sale el tema incómodo: escribir algún día, en
alguna mesa perdida del Gigante Melgarejo, en la mesa del fondo para ser más
preciso, esa desde donde puede verse la pista de baile y a las parejitas de
enamorados, escribir una cartita que como destinatario tenga un “a quien
corresponda”, y preguntar desde ahí, pequeño niño blasfemo dónde, en qué
momento se perdió todo (recurso vargasllosiano: ¿cuándo se jodió la cumbia, ah?),
¿cuándo la cumbia dejó de ser cumbia satánica del demonio y revoltosa para
convertirse en este producto edulcorado que es ahora?
¿Sabrá Código Fer de ese pasado
glorioso? ¿Los nuevos integrantes del magnífico (en el pasado) grupo Los Linces
de Bolivia conocerán la tristeza del chico anónimo que aparece en El soñador, esa canción del grupo
Iberia?
Y la respuesta la da la Ovejita
literaria:
—Se jodió con PK2, Chicuelo. Y no
es que PK2 haya sido un grupo malo, nada de eso.
—¿Habrá escuchado la Florecita Rockera
¿No lloraré? —me pregunto— ¿Esa
versión cumbiera de alguna canción popera?
—Se jodió, en mi humilde opinión
—continúa la Ovejita literaria sin hacer caso de mis devaneos amorosos— cuando el
escenario pasó a ser otro.
—Cuando pasó de la cocina de la
servidumbre a los estudios de Acento Latino —dice el pequeño niño blasfemo—,
ese programita que pasaban por la insoportable ATB. Se jodió cuando se
aburguesó, Chicuelo, como le pasa a todo el mundo.
Entonces volver a la cumbia satánica,
a la cochina, a la cocina, a esa llena de calorías. Buscarla de nuevo. ¿Cómo
hacerlo? ¿Con los “brazos abiertos”, como dice la canción, Florecita Rockera?
¿O la invocamos con esta mágica canción de América Pop?: “No pierdo la
esperanza pensando en que volverás / yo pronuncio tu nombre, en las noches
oscuras / sin ti me siento eco de pasión y de música / yo pronuncio tu nombre,
al clarear la aurora / y tu nombre me suena, más cercano que nunca / y tu
nombre me suena más cercano que nunca”.
Para que enteres, esa era la cumbia
satánica y del demonio, Florecita Rockera.
La cumbia que nos sonaba más
cercana que nunca. Esa que no sabemos dónde habrá quedado.
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